Ramón Ábalo
La calle grita más fuerte, mucho más fuerte que todos los medios audiovisuales. Los muros y las paredes más expresivos que todos los diarios juntos. La calle y los muros y las paredes son la guarda de la conciencia colectiva de los sin voz, de los millones de anónimos laburantes, estudiantes, proletarios y clase media, profesionales, académicos, poetas, plásticos, músicos, actrices y actores, maestras, docentes, de muchos doctores y académicos. Todos juntos son ese pueblo innominado en los medios, con identidad propia en la calle y en los muros. Para los oligarcas de todo pelo, es la masa, la chusma, los cabecitas negras, los sin rostro y sin voz. En las paredes y los muros de los barrios mendocinos, en aquel abril de 1972, se llenaron de una breve leyenda: no pague la luz, y ese día 2, las calles céntricas y aledañas se llenaron con la ira popular hasta que una semana después la dictadura lanussiana tuvo que hocicar sus atropellos. Y antes, las calles parieron el cordobazo, el rosariazo, el tucumanazo. Y antes, aquel 17 de octubre de 1944, el de la Patria sublevada, la calle se llenó de furia libertaria y la Casa Rosada rescató la esencia de la patria popular y nacional. La calle, siempre la calle, vibrando por decenas de años, a veces a media voz, con las venas sangrantes, desgarrados los músculos y el esqueleto, transitando y enfrentando el lado oscuro del universo: el dios mercado, el altar sacrosanto de las bolsas, Wall Street, la Sociedad Rural, la UIA y la UCIM, los arzobispados. Y las mazmorras cuarteleras y policíacas de los genocidas del ' 76, las complicidades sin uniformes en las empresas, en las corporaciones profesionales, académicas, partidarias y sindicales.
El tiempo corroe la existencia física, que es mortal. El espíritu sobrevive en la conciencia colectiva del pueblo, y es inmortal. Madres, esposas, hijas/hijos, hermanas/hermanos, militantes de la solidaridad, conformaron, desde el dolor y la bronca, una nueva generación de aquella patria sublevada que tomó la posta de los que cayeron en la lucha. Las paredes ciudadanas resaltaban con trazos gruesos y firmes un grito de combate: paz, pan, trabajo, y ese 30 de marzo de 1982, el terror fue horadado por miles de mendocinos - miles y miles de argentinos en todo el país - y aquella consigna primigenia de la CGT fue sostén de aquella mayor: ¡¡asesinos !!, que se le enrostraba a los genocidas en sus propias narices. Ya no se animaron a reprimir, ni siquiera el más mínimo gesto represivo. En ellos - los asesinos - el espíritu se había bastardeado en las prácticas terroristas y ofídicas. Se sintieron vencidos por la lucha popular, nada menos, y los llevó a lo peor de la condición humana: la cobardía, que lo fue también cuando mataron amparados por las sombras de la impunidad.
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