Juan Pablo Rojas
La relación CGT-Gobierno no está en sus mejores momentos, el ir y venir de mensajes han teñido las páginas de los medios hegemónicos que, expertos en husmear sangre, se regocijan y revuelven la herida con un clavo oxidado. Quizá uno de los hitos de esta “disputa” fue el reclamo de Hugo Moyano en el acto del Día del Trabajo para que se alcance el “fifty-fifty”, es decir para que la participación de los trabajadores en el PBI llegue al 50 por ciento. El reclamo, quién podría negarlo, es justo pues se está hablando de la distribución de un valor creado por los trabajadores, resultado de la fuerza de trabajo en un proceso productivo que tiene por fundamento la producción de plusvalor.
Pero como decíamos la justeza del reclamo no está en discusión. Sí podemos poner a contraluz su aplomo, su alcance, su solidaridad. Es necesario Hugo lograr el fifty-fifty en diferentes frentes, en la lucha cotidiana por ejemplo. Esta debería ser una combinación de reivindicación y memoria. Las cifras revelan que en la actualidad la participación de los obreros en el PBI se ubica en el 48,1 y que hace ocho años atrás esta sólo alcanzaba 34,3 por ciento. Dicha cercanía a la repartición ecuánime es una de las más significativas de la historia: Victoria Basualdo señala que mejores índices solo se alcanzaron en el primer y tercer gobierno de Juan D. Perón: en 1954, cuando se llegó al 50,1 y 1974 al 46,7 por ciento. También conocemos largamente que no siempre los momentos de alto crecimiento derivaron en una mejora en la vida de los trabajadores y de la población en general.
Es necesario Hugo lograr también una composición pareja, un 50 y 50, en la profundidad y en la amplitud de las demandas. Estas deberían tener en cuenta a toda la masa trabajadora, a los que están amparados por el techo de un sindicato, a los que a la intemperie se juegan día a día el mango y por qué no llegar a aquellos que aún no encontraron ni esa posibilidad. Hablamos de solidaridad, principio básico y rector del movimiento popular más grande de nuestra historia. Precisamente el compromiso de todas las fuerzas sociales con los desposeídos fue lo que distinguió al peronismo de las prácticas tradicionales.
También resulta necesario alcanzar el “fifty-fifty” en las alianzas con el gobierno. No se puede tener tanta premura y exigir de manera cuasi extorsiva algo que se viene pronunciando con un ritmo inédito si tenemos en cuenta cómo fueron las relaciones de los sindicatos con cualquiera de los gobiernos, inclusive con el primer peronismo donde la CGT se mostró dependiente y con escasa autonomía, debido a “la fuerte autonomía que impuso Perón”, según explica el politólogo Arturo Fernández. No se puede desconocer que actualmente hay un clima altamente favorable para los trabajadores no solo por la mejora del poder adquisitivo sino porque después de décadas se recuperaron las negociaciones colectivas. El último mensaje que se escucho en la CGT fue “apoyamos pero sin ser obsecuentes”, cumplir con esas palabras ya sería un paso.
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