(Historia de un contemporáneo mío), la novela autobiográfica de Vladimir Korolenko. El extenso prefacio de esta obra, pletórico de referencias eruditas y reflexiones geniales, representa uno de los picos más altos del pensamiento luxemburguiano, y constituye un hito fundamental de la teoría literaria marxista. Lejos de conformarse con reseñar la vida y la obra del gran escritor ucraniano, Rosa Luxemburgo hace de ellas un pretexto para pintar con maestría un cuadro panorámico de la literatura rusa: su origen y desarrollo, su actualidad e inserción en el marco de las letras universales, sus rasgos distintivos, sus figuras más destacadas… Traigo a colación este texto porque él será el cristal con el que mire la poesía de Nora Bruccoleri.
Tolstoi, Dostoievsky, Gógol, Turgénev, Pushkin, Chéjov, Korolenko… La nómina de escritores del
nos sorprende por su cantidad, calidad y diversidad. Ha dicho al respecto Rosa Luxemburgo:
Si el efecto ha de perdurar, si la sociedad ha de ser educada, se requiere algo más que talento. Se requiere poesía, carácter, personalidad, atributos profundamente ligados a una concepción del mundo grandiosa y acabada. Es esta concepción del mundo, esta conciencia social tan sensible la que agudizó el análisis de la literatura rusa de las condiciones sociales y la sicología de los distintos personajes y tipos. Es esta simpatía casi dolorosa la que inspira sus descripciones de esplendoroso colorido; es la búsqueda incesante, el cavilar sobre los problemas de la sociedad lo que le permite observar artísticamente la enormidad y la complejidad interna de la estructura social, y exponerla en inmensas obras de arte.
La principal característica de este florecimiento repentino de la literatura rusa es que nació en la oposición al régimen ruso, en el espíritu de lucha. Este rasgo, que fue característico de todo el siglo XIX, explica la riqueza y profundidad de su calidad espiritual, la plenitud y originalidad de su forma artística y, sobre todo, su fuerza social creadora e impulsiva. Bajo el zarismo la literatura rusa adquirió un poder sobre la vida social tal como no había adquirido ninguna otra literatura de otro país o época. Permaneció en su puesto durante un siglo, hasta que la relevó el poder material de las masas, hasta que el verbo se hizo carne.
He aquí una tesis provocativa en la que es preciso detenerse. Yendo a contramano de los parnasianos y su purista ideal del
ars gratia artis, la intelectual polaca asevera que la inspiración y la crítica sociales, lejos de cercenar o adulterar el quehacer artístico, pueden fecundarlo y legitimarlo. En el pensamiento estético de Rosa Luxemburgo, la
sociogénesis de la literatura constituye, aparte de un dato objetivo de la realidad imposible de soslayar, un valor intrínseco que la embellece y enaltece. Un buen libro lo es no solo por sus méritos formales o su técnica literaria, sino también por su sustancia histórica, su espesor cultural, su densidad ideológica, su entramado filosófico, su carga política… ¿Qué sería de
La guerra y la paz, la monumental novela de Tolstoi, si su trama fuese abstraída de su contexto epocal, disociada del reinado del zar Alejandro I y la invasión napoleónica a Rusia? Rectifico la pregunta: ¿acaso sería posible hacerlo? No lo es, y si lo fuese, sería un verdadero crimen.
Lo mismo puede afirmarse en relación al
Manuscrito de los desterrados, el nuevo poemario de Nora Bruccoleri que aquí hoy presentamos. Más allá de sus innegables méritos formales, esta constelación de poemas hunde hondas y profusas raíces en la historia contemporánea de Argentina y América Latina toda. Remembranzas de la rebeldía obrero-estudiantil de los años ’60 y ’70, ecos amargos de la dictadura y el terrorismo de estado, críticas lacerantes a la impostura de la democracia burguesa restaurada… La poética contestataria de Nora, en sus dos grandes matrices —la
matriz de denuncia contra el accionar inhumano del poder y la
matriz de homenaje a sus víctimas insumisas—, está henchida de puentes al pasado, saturada de evocaciones históricas.
Y también, desde luego (el presente es sólo el último eslabón del pasado), su poesía se halla consustanciada con las realidades del nuevo siglo, fundida con los problemas y desafíos urgentes del aquí y ahora. Quita el velo a todas las opresiones sociales que hoy, como ayer, ensombrecen la existencia humana: la explotación del trabajo por el capital, la violencia represiva de los uniformados, el flagelo de la miseria y el hambre, la tiranía imperialista y el horror de la guerra, la pervivencia vergonzante del patriarcado…
Pero también echa luz sobre las resistencias
desde abajo, las oposiciones subalternas y subterráneas, las luchas colectivas y anónimas del proletariado, las mujeres, los pueblos originarios, el campesinado, los docentes y estudiantes, la comunidad LGBT, el movimiento piquetero… Ese mosaico de rebeldías tenaces en el que avizora, con los ojos de la esperanza, las playas doradas de la ínsula Utopía, el mundo nuevo de la humanidad emancipada... En otras palabras, el socialismo del mañana.
Así como la oposición a la autocracia zarista fue la simiente de la que surgieron los grandes escritores rusos, la
oposición al maridaje imperialismo-capitalismo es la simiente de la que ha surgido la
poesía social latinoamericana de las últimas décadas, en cuyo marco referencial se inscribe la producción de Nora (aunque esta procede también de otra simiente: la
oposición al patriarcado).
“Espíritu de lucha” : con esta frase quiso Rosa Luxemburgo sintetizar el carácter inconformista de las letras rusas. Con ella podríamos también nosotros resumir el ethos contestatario de la poesía social latinoamericana en general, y del
Manuscrito de los desterrados en particular. Dicha impronta, replicando las palabras de la autora polaca,
“explica la riqueza y profundidad de su calidad espiritual, la plenitud y originalidad de su forma artística y, sobre todo, su fuerza social creadora e impulsiva” .
Al detenerse en la obra de Korolenko, Rosa Luxemburgo destaca su sentido de la
responsabilidad social. El autor de El
sueño de Makar comenta en su novela autobiográfica que su padre —un leal y obediente funcionario del zar— era, a diferencia de él, completamente insensible a las injusticias sociales, indiferente ante la vida desgraciada de los más humildes. No se sentía responsable de lo que sucedía fuera de su hogar y su oficina, en la sociedad toda. Eso era asunto del zar, o en su defecto, de Dios, mas no de él.
Era una visión del mundo formada en un solo molde, una especie de equilibrio imperturbable de la conciencia. El autoanálisis no socavaba sus convicciones íntimas, la gente de bien de la época no conocía ese profundo conflicto interior que acompaña al sentimiento de responsabilidad personal por el orden social existente.
Pero su hijo, como bien advierte la intelectual polaca, rompe con este conformismo paterno. Deja atrás la resignación, abandona las comodidades del quietismo. Desecha
“esa actitud hacia la sociedad que le permite a uno liberarse del autoanálisis corrosivo y de la discordia interna, y que considera que la ‘voluntad de Dios’ es lo fundamental, aceptando los hechos históricos como una especie de hado divino”. Y Korolenko, como él mismo relata, abraza “el espíritu corrosivo, doloroso, pero a la vez creativo de la responsabilidad social” .
Este
hacerse cargo de la realidad social desde la creación literaria es también una nota distintiva de la poética de Nora. Palpita en ella, como en la novelística de Korolenko, una (cito textualmente a Rosa Luxemburgo)
“conciencia de responsabilidad siempre en vela por las monstruosas condiciones sociales y políticas” de las que no puede desentenderse
“y que, penetrando profundamente en su espíritu” , no le permiten
“abandonarse al olvido ni por un instante” . Sus versos expresan un sentido intensamente humanista de la responsabilidad, responden por lo que ocurre en la sociedad. No se trata, claro está, de una responsabilidad culposa, sino de una responsabilidad solidaria. Si en sus poemas la autora responde por quienes sufren la explotación y la opresión, es porque se asume como
poeta-en-sociedad, vale decir, como
poeta-con-semejantes en una sociedad que explota y oprime. El título de su nuevo libro lo dice todo:
Manuscrito de los desterrados. En efecto:
desterrados, o sea, despojados de su tierra (la tierra como
metáfora de la justicia).
Pero, así como la pensadora de Lublin nos previene de la falacia purista, también nos pone en guardia ante el sofisma inverso: creer que todo arte comprometido, por el solo hecho de serlo, es buen arte, como si la sustancia sociocrítica de la creación estética bastara por sí sola y la belleza de la forma fuese un trivial prurito burgués.
“Nada sería más erróneo —afirma la autora—
[…] que considerar la literatura rusa un arte tendencioso en un sentido grosero” . Su advertencia es clara: el escritor debe tener conciencia social y compromiso político, pero no debe sacrificar su autonomía artística ni banalizar su escritura. Es preciso que preserve su libertad de pensamiento y expresión. El género panfletario, legítimo en política, representa para la literatura un auténtico
lecho de Procusto, un molde demasiado estrecho. Cuando prima este parámetro, la belleza queda marginada. El escritor debe hacer política sin dejarse nunca fagocitar por ella. De lo contrario, dejaría de ser un artista y se convertiría en un amanuense.
Arribamos de este modo al otro mérito de la poética de Nora: el balance perfecto entre crítica social y esmero artístico, el equilibrio justo entre compromiso político y búsqueda estética, la conciliación entre justicia y belleza, el contrapunto armónico entre la pasión contestataria y el anhelo de lo sublime… El
Manuscrito de los desterrados evidencia un doble amor: el
amor por los desheredados —la
compassion de Rousseau— y el
amor por las palabras (esos microcosmos semánticos, esos caleidoscopios fonéticos…) inherente a la literatura en general y a la poesía en particular.
Quiero recuperar una última idea de Rosa Luxemburgo. Para ello, vuelvo a citar sus palabras. Dice la intelectual polaca que la literatura rusa
“permaneció en su puesto durante un siglo, hasta que la relevó el poder material de las masas, hasta que el verbo se hizo carne” . Se refería, claro está, a la revolución rusa, acontecida el año anterior. Y yo digo: ojalá algún día este milagro de la encarnación suceda en nuestra tierra irredenta. Sé que en ese
verbum incarnatum —el de la
estética del compromiso, no el de la teología cristiana— tendrá un merecido lugar la poesía de Nora.
“Estética del compromiso” dije, y en Sartre indefectiblemente pienso. Cuando allá por 1965, en una entrevista que había concedido a Jorge Semprún, este le preguntara qué era, para él, la literatura, respondió:
Siempre he pensado que si la literatura no lo era todo, no era nada. Y cuando digo todo, entiendo que la literatura debía darnos no solo una representación total del mundo […] sino también que debía de ser un estímulo de la acción, al menos por sus aspectos críticos. Por tanto, el compromiso […] no constituye de ninguna manera, para mí, una especie de rechazo, o de disminución, de los poderes propios de la literatura. Al contrario, los aumenta al máximo. Es decir, pienso que la literatura debería serlo todo.
[…] Me parece imposible escribir si el que lo hace no rinde cuentas de su mundo interior y de la manera en que el mundo objetivo se le aparece. […] La literatura tiene una función de realismo, de amplificación, en efecto. Y, además, una función crítica. […] Cualquiera que sea la forma literaria empleada, la literatura tiene que ser crítica. Estos tres elementos me parecen indispensables: tomar al hombre, mostrar que está vinculado al mundo en su totalidad, hacerle sentir su propia situación, para que se encuentre en ella, y se encuentre a disgusto, y, al mismo tiempo, darle los elementos de una crítica que pueda facilitarle una toma de conciencia. Eso es, más o menos, lo que puede la literatura, a mí parecer […]
Pienso que el
Manuscrito de los desterrados se ajusta plenamente a este exigente criterio de demarcación sartreano. Situada en las antípodas del purismo parnasiano, pero, no obstante, en las alturas del monte Parnaso, la obra poética de Nora Bruccoleri es —desde su temática y perspectiva, por su axiología y finalidad, en su
ethos y su
pathos— una acabada muestra de estética del compromiso.
Mendoza – mayo 2011
La Quinta Pata, 29 – 05 – 11
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