domingo, 5 de junio de 2011

El periodismo y los periodistas dependientes

Ramón Ábalo

Los periodistas mendocinos han salido masivamente a la calle para repudiar al que se autotitula secretario general del sindicato de prensa, Roberto Pico, al que se acusa, con pruebas contundentes, de haber tramado con la patronal un recorte a sus derechos laborales. Esta movilización es histórica por cuanto hacía decenas de años que los periodistas, y todos los trabajadores en empresas periodísticas, no tenían una actitud tan masiva en reclamo por sus derechos, que es en el fondo el repudio a quien ostenta una representación espuria. Desde entonces, los trabajadores de prensa dejaron, o no pudieron impedirlo, que esos derechos se convirtieran en nada y por eso esa movilización es también una auto reivindicación y una autocrítica por tanta pasividad. Por ello, me permito algunas reflexiones en base a mi experiencia, tanto profesional como gremial.

Paralelamente a mi inicio periodístico, en el que fuera el diario La Libertad inmediatamente después del golpe del 55, me tenté con la convocatoria de otro compañero, Guillermo Cusnaider, en ese entonces secretario general del sindicato de prensa, filial de la FATPREN (Federación Argentina de Trabajadores de Prensa). El golpe lo metió preso y lo marginó del gremialismo, pero me pasó la posta, que tomé sin titubear. La verdad, no fue para nada una actitud ni tan siquiera audaz. El militarismo golpista antiperonista, sus actores, comparados con los protagonistas genocidas del ' 76, fueron carmelitas descalzas. Mi carrera gremial no tuvo tropiezos y ya en el 56 habíamos recuperado los gremios y la CGT. Paradojalmente, lo crítico no fue enfrentar a la patronal o a los personeros de la dictadura, sino a la conciencia desclasada de los compañeros y colegas periodistas. No se equiparaban a otras fuerzas del trabajo con claros perfiles combativos. Mi prédica por una actitud colectiva y más proletaria caía en saco roto. En el afán de convencer repetía que nosotros, los escribas, éramos laburantes como cualquiera, tan solo con una máquina de escribir y que debíamos luchar para que nuestros salarios estuvieran a tono con el esfuerzo que hacíamos y reclamar porque se nos pagara por la fuerza de trabajo que entregábamos al arbitrio de la patronal. Que teníamos que desterrar esa especie de aureola que supuestamente nos hacía privilegiados de un status parecido a la santidad, muy a propósito a los intereses del capital empresario. Pero fue en vano. No pasé del discurso.
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Y esto viene a cuento por la realidad actual de los laburantes, incluida la de los periodistas. Como no estoy retirado de la profesión, me entero de sus lados oscuros, como es la explotación laboral y salarial de las empresas mediáticas. Tal vez lo más emblemático sea aquello de las supuestas cooperativas o las pasantías, que es nada más y nada menos que mano de obra gratis con el cuento del aprendizaje. El estatuto del periodista, en aquella época regía a rajatablas y los convenios se discutían anualmente, por lo que medianamente los salarios y las condiciones laborales alcanzaban cierto nivel adecuado. Sin embargo, en nuestra tarea las reivindicaciones logradas eran el producto de la acción y la política de un estado de bienestar -uno de los primeros en el mundo- y no el de la lucha. Esta certidumbre me lanzó al ruedo político, entendiendo que la protesta es social pero las soluciones son políticas, algo que no comprendían los compañeros de aquellos tiempos sindicales, el ir un poco más allá de la simple protesta, temerosos de malquistarse con el poder patronal y menos cuestionar aspectos de los contenidos, aunque les pareciera una barbaridad. Y a lo que parece esa conciencia desclasada, luce con mayor exuberancia en la actualidad, cuando los medios pasan de ser meras empresas de ganar dinero para ser expresiones ideológicas y políticas de los poderosos del mundo en detrimento de la dignidad humana: el alimento, la salud, la educación, la cultura, la seguridad social de las mayorías populares, de los que trabajan y producen. De todos modos es más que legítimo afirmarse en el espacio que nos permite la sobrevivencia personal y de nuestros seres queridos, pero teniendo en cuenta que el ejercicio del periodismo no es un ejercicio ni ingenuo ni inocente porque sí: es un quehacer político, por toda la carga de subjetividad que ello conlleva. Por eso conviene indagar, saber quién o quiénes son nuestros patrones, a quiénes servimos. En aquellos tiempos, el periodista era un laburante anónimo por lo que aún cuando la línea editorial, que debía atravesar los contenidos de nuestra tarea no tuviera nada que ver con las miradas propias de la realidad, de alguna forma teníamos la convicción que lo que aportábamos era solamente nuestra fuerza de trabajo. Hoy en día, el periodista, los que aparecen como felpudos de los objetivos patronales, vienen a ser aquellos que afirmaba Gramsci: son los intelectuales orgánicos al sistema. De esta formulación, por ejemplo, no escapan los Morales Solá, Nelson Castro, Margarita Ruiz Guiñazú, Chiche Gelburg cuyas versiones locales, menducas, vendrían a ser el Carlos La Rosa, Bustos Herrera, de Los Andes; Correa y Gabrielli, del Uno, y algunos más. Y están los escribas rasos, la inmensa mayoría, que en esta era prestan gratuitamente su nombre para lo que se le ocurra a la patronal, por lo que me parece deberían tener en cuenta lo que mi tía Eulalia, que tenía poca letra pero mucho saber de la vida y solía decirme: “Muchacho, si no gastás las alpargatas es porque andás de rodillas”

La Quinta Pata, 05 – 06 – 11

La Quinta Pata

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