domingo, 21 de agosto de 2011

Silvio Frondizi: un pensamiento trágico en la crisis (II)

Horacio Tarcus

El francotirador
Su viaje a Europa en 1959 y especialmente su visita a Cuba al año siguiente – donde mantiene varios encuentros con el Che, mediados por su discípulo Napurí – van a precipitar otro corte en el pensamiento político y en la trayectoria de Silvio Frondizi: el proceso revolucionario cubano lo lleva a una confirmación cabal del carácter permanente de la revolución latinoamericana – es decir, su transición de las tareas democrático-burguesas a las socialistas, pero lo haría replantear su política de construcción de una organización revolucionaria. La ocasión se presentó cuando, bajo la presidencia de su hermano Arturo, el MIR- Praxis es ilegalizado, prohibido su periódico y disuelta su editorial. A partir de una coyuntura de ese tipo – señala un testimonio de la época – se abrían dos caminos: uno era continuar la línea trazada, realizar actividad política del mismo contenido ideológico que la anterior en circunstancias seguramente expuestas, y el otro acatar el decreto de disolución para poder reaparecer más adelante. A la dirección le correspondió la iniciativa, e impuso una primera actitud que el Movimiento acató, pero con críticas: suspensión drástica y total de la actividad. A partir de ese momento comenzó a preparar el aparato del Movimiento “el gran cambio”.

Este “gran cambio” que expresaba la nueva línea política es el que aparece en el folleto Bases y puntos de partida para una educación popular (1961). La revolución socialista es presentada aquí como solución popular. El movimiento que quiera salvar al país tendrá que tomar el poder a través de una acción popular, la que debe continuar luego como función de gobierno. El movimiento y el gobierno popular deberán basarse en formas de poder popular, que van de organizaciones vecinales a municipales, de estas a las provinciales y de esta últimas, a través de la recuperación federalista, al orden nacional.

La nueva situación creada por la revolución cubana, la prohibición que pesaba sobre el MIR y el giro brusco en la política de construcción, llevaron a la organización al descalabro total: primero rompe Napurí con posiciones castristas (1959), quien atendía al sector latinoamericano del movimiento; en segundo lugar se producen dos rupturas – Capital y La Plata – que apuntan al trotskismo ortodoxo y que desembocarán en la fundación de Política Obrera en 1964; finalmente, se alejara Marcos Kaplan, que abandona la militancia política para abocarse a la investigación y la docencia, primero en el país, luego en el extranjero. La tensión que el MIR-P trató de mantener entre teoría y práctica, entre investigación teórica y militancia activa, entre trotskismo y guevarismo, terminó por estallar. Solo el viejo Silvio continuaría en los años siguientes con su programa teórico y político.

Los años sesenta y los primeros setenta serán menos prolíficos. Concentrado en la actividad docente y en la defensa de presos políticos y gremiales, solo publicará La revolución cubana (1960), Argentina: la autodeterminación de su pueblo (1973) y sus lecciones de derecho político: Teorías políticas contemporáneas (1965).
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No vuelve a integrar una organización política, aunque se convierte en asesor de todas las corrientes revolucionarias de América Latina, que desfilan continuamente por su estudio o su domicilio particular. En 1973 es candidato extrapartidario a senador por el Frente de Izquierda Popular que lidera Jorge Abelardo Ramos y al año siguiente integra la mesa directiva del FAS – Frente Antiimperialista por el Socialismo – que lidera el PRT, pero que reagrupa a corrientes peronistas e independientes de izquierda.

El 10 de agosto de 1974 un comando del ERP, de alrededor de 80 hombres, es sorprendido mientras se aprestaba a tomar el 17 Regimiento de Catamarca. Un operativo conjunto del ejército y la policía – entre 1.500 y 2000 hombres, portando un moderno equipo – se dan a la caza de los guerrilleros que logran huir. Algunos de ellos son detenidos; otros son torturados y luego fusilados. Los abogados defensores de los detenidos – entre ellos Silvio – serán intimados por todos los medios, luego amenazados por las Tres A y finalmente asesinados.

Los allegados y amigos recomiendan a Silvio Frondizi alejarse del país, o al menos cambiar de domicilio. El viejo revolucionario se niega: este es mi puesto de lucha, responde escuetamente. El 30 de agosto, a los dos de la madrugada, una bomba de alto poder incendia su estudio. Pero el revolucionario sigue, imperturbable, su labor de investigación y denuncia. Días después, estalla en su domicilio particular una granada antitanque. Más que nunca, la desgarbada figura del viejo abogado recorre las cárceles, los calabozos, los tribunales. El 27 de setiembre será el golpe definitivo: un comando de las Tres A dirigido por el subcomisario Juan Ramón Morales y el subinspector Rodolfo E. Almirón Cena penetra en su domicio de la calle Cangallo, y lo secuestra golpeándolo salvajemente – episodio que costó la vida de su yerno, el ingeniero Luis Mendiburu. Dos horas más tarde, un comunicado de las Tres A se atribuye el crimen, informando que su cuerpo fue arrojado en Ezeiza, donde efectivamente se lo encontró, acribillado a balazos por la espalda. Pero el ensañamiento continúa: las fuerzas policiales que dirige el comisario Villar, interceptaron el cortejo fúnebre, dos días después, agrediendo a los acompañantes y secuestrando los féretros, que debieron aguardar largas horas antes de su inhumación. Tres años después, fuerzas del ejército allanan el departamento de Cangallo, secuestrando la biblioteca, el archivo y los manuscritos inéditos.

El asesinato de Silvio Frondizi parece cerrar así una vida signada por el espíritu de la tragedia. Para el joven Luckács en la vida trágica, cada final es siempre al mismo tiempo una llegada y un cesar, un afirmar y un negar; cada punto culminante es una cima y un límite, el cruce de la muerte y de la vida. La vida trágica es la más excluyente cismundana de todas las vidas. Por eso su límite vital se funde siempre con la muerte. Para la vida trágica, la muerte, es una realidad siempre inmanente, indisolublemente unida con cada uno de los acontecimientos. Así, trágicamente, vivió y murió Silvio Frondizi.

Polémicas con Puiggrós y Jauretche

Polémicas

José Luis Díaz Colodrero

En uno de sus primeros libros, El estado moderno, Silvio historiaba que el materialismo histórico era la directa consecuencia del liberalismo libertario sin claudicaciones de la Francia revolucionaria.

Era frecuente escucharlo en su cátedra, marcar la antinomia que se produjo inmediatamente luego a la revolución entre liberismo y liberalismo. El liberismo, que en la actualidad la U.C.D. (1) y sus seguidores pretenden llamar liberalismo, surge como consecuencia de priorizar a la libertad económica por sobre la libertad política en el enfrentamiento entre ambas; esta corriente de pensamiento se afianza en Francia con Napoleón y será la madre del libre cambismo.

Por otro lado del liberalismo en el sentido clásico surgen las corrientes que en el enfrentamiento priorizan la libertad política hasta llegar a transformarse en el materialismo histórico.

Para Frondizi las condiciones necesarias para la existencia del socialismo eran la propiedad colectiva de los medios de producción y la gestión directa de la clase obrera. Continuamente repetía: “la propiedad colectiva de los medios de producción sin la gestión directa de los obreros conduce a la burocracia”, “no es concebible socialismo sin libertad”. Con relación a nuestro sistema constitucional sostenía que el primer paso de una revolución social era derogar el principio constitucional que establece que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” y reemplazarlo por la gestión directa del pueblo. Alababa las instrucciones de la Banda Oriental, a la asamblea del año XIII, concebidas por Artigas, en las cuales los votantes daban a los diputados los lineamientos que debían seguir.

Antes de ser asesinado, Silvio anticipaba el golpe de estado, caracterizándolo como “una combinación de liberalismo en lo económico y fascismo en lo político”. Sus últimos trabajos de investigación estaban orientados a determinar los cambios que necesariamente debían hacerse en la estrategia revolucionaria frente a la aparición de las grandes multinacionales manufactureras y financieras. Fue activo defensor de manifestantes populares de todas las tendencias, en épocas que estas estaban violentamente enfrentadas entre sí. “La revolución debe hacerse con toda la violencia necesaria y la menor violencia posible”, era uno de sus postulados.

Caracterizaba al peronismo como el último intento de la burguesía nacional de realizar un desarrollo independiente, y ya en sus primeros trabajos auguraba el fracaso del peronismo, en el intento; claramente establecía las etapas de evolución del gobierno peronista (de la primera presidencia): hasta 1949 es un gobierno nacionalista con esperanzas en un desarrollo independiente; con posterioridad a 1949 se produce un completo arriar de esas banderas y claudicaciones frente al imperialismo [norte]americano, con la lógica consecuencia de la pérdida de fuerza que terminará con la caída de 1955.

Desde siempre estableció la diferencia entre el pueblo y sus conducciones, vio desde sus inicios la fuerza revolucionaria del pueblo movilizado, caracterizó correctamente la etapa del último gobierno peronista frente a las teorías del “cercamiento lopezreguista” que sostenía en ese momento la Juventud Peronista.

Frente al lamento de Hernández Arregui por la desaparición del gaucho se le oyó responder, “el gaucho no ha muerto, se transformó primero en peón de estancia y ahora en obrero, que es quien en definitiva llevará a cabo la revolución socialista”.

(1) Siglas de la Unión de Centro Democrático, partido fundado por Álvaro Alsogaray [N. de R.].



Crisis 56, diciembre de 1987, págs. 68 – 71

La Quinta Pata

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