Horacio Tarcus
El francotirador
Su viaje a Europa en 1959 y especialmente su visita a Cuba al año siguiente – donde mantiene varios encuentros con el Che, mediados por su discípulo Napurí – van a precipitar otro corte en el pensamiento político y en la trayectoria de Silvio Frondizi: el proceso revolucionario cubano lo lleva a una confirmación cabal del carácter permanente de la revolución latinoamericana – es decir, su transición de las tareas democrático-burguesas a las socialistas, pero lo haría replantear su política de construcción de una organización revolucionaria. La ocasión se presentó cuando, bajo la presidencia de su hermano Arturo, el MIR- Praxis es ilegalizado, prohibido su periódico y disuelta su editorial. A partir de una coyuntura de ese tipo – señala un testimonio de la época – se abrían dos caminos: uno era continuar la línea trazada, realizar actividad política del mismo contenido ideológico que la anterior en circunstancias seguramente expuestas, y el otro acatar el decreto de disolución para poder reaparecer más adelante. A la dirección le correspondió la iniciativa, e impuso una primera actitud que el Movimiento acató, pero con críticas: suspensión drástica y total de la actividad. A partir de ese momento comenzó a preparar el aparato del Movimiento “el gran cambio”.
Este “gran cambio” que expresaba la nueva línea política es el que aparece en el folleto Bases y puntos de partida para una educación popular (1961). La revolución socialista es presentada aquí como solución popular. El movimiento que quiera salvar al país tendrá que tomar el poder a través de una acción popular, la que debe continuar luego como función de gobierno. El movimiento y el gobierno popular deberán basarse en formas de poder popular, que van de organizaciones vecinales a municipales, de estas a las provinciales y de esta últimas, a través de la recuperación federalista, al orden nacional.
La nueva situación creada por la revolución cubana, la prohibición que pesaba sobre el MIR y el giro brusco en la política de construcción, llevaron a la organización al descalabro total: primero rompe Napurí con posiciones castristas (1959), quien atendía al sector latinoamericano del movimiento; en segundo lugar se producen dos rupturas – Capital y La Plata – que apuntan al trotskismo ortodoxo y que desembocarán en la fundación de Política Obrera en 1964; finalmente, se alejara Marcos Kaplan, que abandona la militancia política para abocarse a la investigación y la docencia, primero en el país, luego en el extranjero. La tensión que el MIR-P trató de mantener entre teoría y práctica, entre investigación teórica y militancia activa, entre trotskismo y guevarismo, terminó por estallar. Solo el viejo Silvio continuaría en los años siguientes con su programa teórico y político.
Los años sesenta y los primeros setenta serán menos prolíficos. Concentrado en la actividad docente y en la defensa de presos políticos y gremiales, solo publicará La revolución cubana (1960), Argentina: la autodeterminación de su pueblo (1973) y sus lecciones de derecho político: Teorías políticas contemporáneas (1965).
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