Ramón Ábalo
Para Isabel la Católica y su consorte, de la corona española en aquel 1492, la conquista de América a sangre y fuego y el exterminio de los pueblos originarios fue un acto civilizatorio. Hasta entonces, y desde el fondo de la historia, se sucedieron en el mundo conocido las arremetidas de los pueblos poderosos contra los más débiles, fenómeno universal que no se da tregua en los tiempos de la modernidad y globalización.
Precisamente en este último término subyace lo de conquista, obviamente, a como sea. Pero entre épocas y épocas hubo diferenciación en lo estratégico y en unos momentos el afán de conquista lo fue por territorios y otras por los medios de subsistencia. Para el papado católico del medioevo las cruzadas fueron por la conquista de riquezas y las "almas infieles" del oriente medio. Fue el Papa Urbano II, en 1095 que lanzó las cruzadas contra los musulmanes turcos que habían conquistado Jerusalén. Pero estas arremetidas por más poder y la materialidad de las ambiciones terrenales había que disimularlas con una buena carga de abstracción como la mística del paraíso, amamantada en las fuentes de la santa trinidad: Dios, Patria y Hogar. Los pueblos bajo la égida de otros dioses debían ser conquistados y los resistentes aplastados con la cruz y la espada. Ochenta millones de habitantes originarios fueron exterminados en esta América de las venas abiertas.Y siglos posteriores, el poder fue girando en sus postulaciones abstractas de acuerdo a la realidad de los nuevos tiempos. Y así la patria se convierte en la actualización escatológica de ese poder. El decálogo es una abstracción de las categorías materiales a defender a sangre y fuego, y entonces el enemigo es un "apátrida" que atenta contra la patria impoluta, limpia de todo rasgo oscuro, o rojo. La patria santificada con óleos e inciensos para la consagración de otra categoría: el patrioterismo, una exaltación del patriotismo hasta el paroxismo. Es lo que dijo al finalizar los juicios recientes en Mendoza contra los genocidas del 76 el abogado querellante Pablo Salinas: "hicieron lo que hicieron en nombre de la patria...una falacia". En las conquistas napoleónicas se distinguió como un ejemplar espadista que mataba a diestra y siniestra en los campos de batalla Nicolás Chauvin, elevado al generalato por su profunda exaltación del patriotismo francés y conquistador al grado de lo que se tuvo – y se tiene – como una expresión exaltada del patriota: el llamado chauvinismo. En esos mismos momentos, Samuel Johnson, escritor inglés definió el patriotismo como el "último refugio de los cobardes", quizás confundiéndolo con su homólogo, el patrioterismo, pero les cae de perillas a los genocidas argentinos.
El poder político de la oligarquía criolla de los '80 del siglo XIX, hasta su expresión máxima con el "roquismo" en las décadas primeras del XX, aceptó a regañadientes la presencia de la "chusma" yrigoyenista, pero llegó con el golpe del ‘30 el momento de terminar con el voto popular. La incipiente democracia no debía sacar patente de permanencia…Uriburu debió llamar a elecciones bajo la bendición del conservadorismo. Percibiendo que la gente ya estaba avivada, recurrieron al fraude. Y claro, la burguesía no podía hacer un fraude común, pues pasarían a la categoría de simples delincuentes, corruptos, o cosas similares. Recurrieron a la Sociedad Rural ("el campo y el ejército fundaron la patria") al liberalismo inglés y yanqui e inventaron el fraude patriótico. Con la patria de por medio, como aquello del "ser nacional" de los genocidas del 76…el concepto de patria revivió en la abstracción sacrosanta…Fraude fue sinónimo de patria, y a ello cómo oponerse. El pueblo, sinónimo de turba ignorante, el mestizaje salvaje, el malón zoológico, los cabecitas negras, los descamisados. La patria sublevada contra el ser nacional, la tradición, familia y propiedad.
Nuestros ancestros americanos se identificaban con la tierra. La patria era ese pedazo terrenal, ese hábitat de donde emanaba la vida y sus dioses se correspondían: el agua, el fuego, la noche y el día. Cuando se corría peligro por la agresión "del otro", la vida y la muerte eran nada más que eso.
La Quinta Pata, 23 – 10 – 11
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