Es que las participaciones mediáticas y, mucho más, los textos de la escritora poseen numerosos atractivos: son divertidos, elegantes, provocativos, inteligentes, sorpresivos, brillantes, aunque no todo lo abarcadores y profundos que se vaya a creer. Es placentero ver cómo se cancherea el diálogo, el debate, el escrito, para conducirlo a lo que maneja con autoridad, respaldada a menudo – casi siempre – por referencias sólidas.
Recordemos de cualquier manera, que todo lo sólido se desvanece en el aire: manipula como la mejor – lo hace con más autoridad que otras personas; aplica a sus eventuales interlocutores reglas que para ella misma no corren y usa la retórica – y las figuras retóricas – con una efectividad que muchos de sus colegas, discípulos y adversarios deberían considerar para mejorar sus performances públicas. Entre otras cosas.
(2011): el argumento firme de delimitar las opiniones de las ideas, de separar los sentires de las sapiencias, de no opinar si no se va a emitir un juicio atinado. Es decir, en aquel libro tan útil había una trama – no la principal – que parecía aconsejar que se deje la parte “seria” del tema de la memoria y el testimonio a los preparados, a los formados, a algunos profes universitarios, aquellos escasos académicos primorosamente cultivados e irredentos elitistas:
Para mí y para varios Sarlo ocupa el lugar de abanderada entre los opositores mediáticos inteligentes, que no son muchos – esto es, inteligentes – ya que opositores mediáticos brutos hay a roletes. Vamos por partes en cuanto a la fruición que emana de su producción oratoria y escrituraria:
1)
Lo divertido. Una persona tan ocurrente como la autora debe tener miles de episodios más cómicos que el que voy a referir y no estoy seguro que este que viene lo haya pensado (ella) como cómico; da la impresión de que es producto de la impaciencia típica de la madurez extendida en la profesión. En su último libro, a propósito de unas palabras sobre el grupo Carta Abierta, escribe:
Sucede que Carta Abierta sigue un estilo intelectual caracterizado por largas argumentaciones, complejas sintácticamente, con listas de sustantivos (‘los mismos lenguajes, las mismas prácticas, las mismas memorias’, es un tipo de enumeración característica) cadenas de adjetivos, frases incidentales arborescentes, en fin nada que vaya to the fucking point… (128)
Cualquiera que se le haya animado a los textos de estos intelectuales que defienden críticamente al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha de haber dibujado una sonrisa porque esta gente sí que escribe difícil. Pero que Sarlo se descerraje con una grosería, por más inglés que utilice, cuando en otras partes de este volumen exige decoro a sus analizados (a la presidenta, a los funcionarios peronistas), tanto en la forma de hablar como en el vestir (43 – 44) y en el reconocimiento de las jerarquías (59, 78), no deja de sorprender… y divertir.
2)
Lo elegante: Sarlo es elegante aún cuando se enfurece; verla actuar en aquel programa contra los panelistas seissieteochistas es de antología. También en
La audacia y el cálculo donde continúa siendo escueta para referirse a José Pablo Feinmann – casi no lo nombra – salvo para indicar que “hace una lectura velozmente larga del peronismo” (182) y que se dedica más a la divulgación que a otra cosa, igual que Felipe Pigna y Jorge Lanata. Lo ningunea con pretensión de alcurnia. Lo de la divulgación, ella misma concede que lo deduce por la lista de los
best-sellers que consulta, no porque se haya tomado la molestia de leerlo. En un
artículo de hace un tiempo comenté que Feinmann le echaba en cara (a Sarlo) que escribía libros escuálidos y prólogos que ninguna editorial de envergadura consideraría publicar. Aquí la autora le ha contestado con fineza, con una figura retórica – un oxímoron – como corresponde al linaje que se ha construido. Con Carlos Barragán, sin embargo, es más cruel, menos graciosa. Pero eso sí, sin ceder un ápice en lo de la elegancia burguesita; lo llamó en un programa de radio – aplicando la ironía esta vez – “
inmigrante doble turno”. En este caso se deschava con la utilización de un latiguillo oligárquico vacuno y saca la chapa no muy nueva de gorila
(1), cuestión que no revela la delicadeza que se esperaría de ella.
3)
Lo provocativo y lo sorprendente: Cuando fue a 6, 7, 8 y de entrada le espetó al conductor que todos los informes del programa eran engañosos y después le advirtió a Barone el lema de la remera, “conmigo no”, y a Mariotto le gritó insolente y toreó al que se le opusiese de acuerdo a su nivel – digo del nivel de los que se le oponían – demuestra, junto a su tonos y maneras perentorios y proclives a la irritabilidad, que una de sus especialidades retóricas es la provocación. El primer dividendo de la provocación es la sorpresa del provocado y Sarlo la sabe explotar al máximo posible. Sabe quién es, como Odiseo al decir que se llama Nadie cuando Polifemo le pregunta su nombre. Sabe lo que puede ese nombre; sabe que su lengua y su pluma provocan temor. Sabe que la gente fea, la gente como uno – los de 6, 7, 8 – tiende a respetar a sus invitados, entonces saca a relucir su esgrima contra los desprevenidos. Como toda jerarquía mide con precisión sus tiempos, sus respuestas e intercambios. Cuando Nora Veiras, modosita, la corrigió sobre un detalle generalizador respecto al INDEC y
Página 12, eligió no confrontar por ese lado y de inmediato se escabulló del tema.
Lo inteligente: qué mina tan rápida, che, en especial si se siente aguijoneada porque en un diálogo periodístico normal es tan medianamente humana como el que más. Luego de recibir el premio Perfil a la Libertad de Expresión Nacional junto a Horacio Verbitsky,
contestó unas preguntas a una chica movilera que parecía bastante perdida. La intelectual no perdió los estribos ante la falta de sofisticación de la muchacha que la entrevistaba. Por mucho menos sí que sabe perderlos, como se ejemplificó más arriba.
Pero volviendo a lo de las figuras retóricas, Sarlo hace uso de la sinécdoque, que en unas sus acepciones más simples, toma la parte por el todo (barbas por hombres, corruptos por kirchneristas) o el todo por la parte (ciudad por sus habitantes, kirchneristas por corruptos); o algo que me recuerda al zeugma, una figura en la que se presenta una anomalía semántica o sintáctica. Por ejemplo en una enumeración pequeña como la que sigue, de dos elementos, hay un componente positivo y otro negativo: “En una época donde la oratoria política popular es pobre,
Chávez reparte riqueza (y no solo los petrodólares que entran en valijas clandestinas)” (
La audacia y el cálculo, 141) Podría llamarse también a estos elementos verdadero y falso. La misma táctica la utilizan otros intelectuales opositores e inteligentes como Martín Caparrós en algunos de sus libros –
Argentinismos – y Jorge Fernández Díaz en sus columnas domingueras y chicaneras de
La Nación, aunque con menos maña.
Más allá de sus trampitas, bastante inteligente es la Sarlo, eso no se puede negar, y aquí no hay ironía. En
La audacia, tanto sus análisis de la política en la tierra de las celebridades como su hondura en el estudio de las redes sociales, su atractiva forma de encarar la prosa y las cuestiones que someramente toqué en esta nota, valen el precio de su último libro y el tiempo de lectura de todo lo que dice.
Si aparte de exquisita fuera más ecuánime en sus disquisiciones, sería un placer debatir en serio con ella.
(1) Jorge Fernández Díaz indica que Sarlo después de la llegada de la dictadura los tiempos hicieron que Beatriz, junto con muchos otros intelectuales de izquierda de la Argentina y de Europa, revisara sus adscripciones revolucionarias. Fueron años duros de autocrítica en las catacumbas del régimen militar. Tras ese larguísimo proceso todos ellos se convirtieron en lo que todavía son: socialdemócratas sin partido, almas en pena. Ese grupo de pensadores aprendió a respetar los funcionamientos democráticos, el pluralismo, la libertad de expresión, las reglas republicanas, la división de poderes.
La Quinta Pata, 02 – 10 – 11
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