Ramón Ábalo
El aplastante triunfo del cristinismo actúa (sigue actuando) como un revulsivo en la conciencia colectiva de los argentinos para manifestarse – a favor o en contra – en cuanto a las más diversas problemáticas.
La semana pasada los espacios más transitados en la city menduca, como en todo el territorio nacional, fueron ocupados por unas y otras, especialmente, para manifestarse en cuanto al aborto que tenía su epicentro, en simultáneo, en el congreso de la nación. El tema se discutía en las previas, o sea en comisiones. En las primeras de esas intervenciones, en una comisión se había aprobado un dictamen que contenía la decisión de ocho diputados, contra siete, porque se tratara un proyecto que, en principio, apostaba a una ley que despenalizaba el aborto. Pero de inmediato, alguien encontró que los ocho no eran tales, sino seis. Es que dos diputados no habían firmado el despacho, por lo que la contra consiguió que se echara abajo el proyecto.
Las manifestaciones contra el tema, con sus variables que van desde su legalización hasta la despenalización según algunos casos, tal como se percibía claramente, tienen su basamento en el maniqueísmo tradicional de la iglesia católica (aunque se afirma que en el Concilio de Trento, hace un par de cientos de años atrás, se aprobó por la curia de entonces la legalización del aborto). Las consignas, los cánticos y los panfletos no lo desmienten por su tufillo a incienso.
Es de larga data la intromisión de la religión en los ámbitos públicos, con resultados nefastos para el conocimiento de la realidad por parte de la población. La iglesia católica, quién lo duda, es una de las expresiones, en nuestro país, del pensamiento único, maniqueísta, hasta el extremo de influir política e ideológicamente en las estructuras del estado, y se constituye así como parte indisoluble del poder hegemónico que detentan las corporaciones económicas y financieras, por encima del poder político, casi totalmente subalternizado. Por esta razón el estado nacional sigue siendo el sostén económico de la Iglesia - un obispo como Bergoglio cobra algo así como un sueldo de $ 40.000 mensuales - como también sus colegios privados, de todos los niveles, incluso universidades, con lo que además mantienen un aparato ideológico distorsionado, de gran peso en lo institucional de la nación.
Los diversos intentos de romper ese sustento crematístico a la iglesia en la Argentina han fracasado por esa política subalterna del estado y los partidos tradicionales. Incluso hubo un momento en que sectores de esa iglesia se manifestaron en favor de romper esa dependencia de la iglesia con el estado, o al menos se modificara en una merma de esa apoyatura económica.
El concepto de intromisión fatídica no es una mera adjetivación. De acuerdo a la divulgación de ciertas estadísticas, anualmente se realizan en nuestro país unos 500.000 abortos, pero de ellos se destacan unas 5.000 víctimas – mujeres – fatales por haber sido intervenidas sin una cobertura adecuada, que es lo que ocurre con las intervenciones quirúrgicas a mujeres que padecen de no tener el dinero que les aseguraría sus intentos sin riesgo de vida. Esos 500.000 abortos son clandestinos, de acuerdo a las leyes actuales, y la mayoría son de pacientes pobres para abajo. Entonces, lo de fatídica es un sayo que le viene justificadamente a una institución que ecuménicamente bendice la muerte.
La Quinta Pata, 06 – 11 – 11
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