Alberto Atienza
Mañana primaveral. Garibaldi y San Martín. Un hombre joven, longuilíneo, armó una suerte de pequeño corralito de bebé con una estructura plástica. Luego comenzó a desvestirse rápidamente delante de la gente que pasaba y de los ociosos que tomábamos café. No estaba en calzoncillos como cualquiera de nosotros, sino que una malla enteriza blanca le cubría el cuerpo. Experto, en segundos se cubrió la cara con albo de mimo. Luego se puso en la cabeza una de esas gorras para piscina, que cubren las orejas, las que usaba Esther Williams en “Escuela de sirenas” y se metió, como plegado, en ese diminuto brete. Apenas si cabía. Y encima, sobre sus piernas, surgió (yo no había reparado en él) un largo y fino, al parecer, garrote de madera. Un cartel, hecho a mano, anunciaba su producto. Restablecer fuerza al cuerpo, mediante el sonido. La primera fue una señora que tal vez soñaba con destronar a la Tigresa Acuña. Le hacia falta una resma de energía. Se sometió a ese mejoramiento.
Al báculo, que era una trompeta, de la cual salía un vagido que se iba en aire (buuuuufff o algo así) lo situaba el curador en diferentes partes del cuerpo de la paciente. Le tocó el turno a la cabeza y luego el buf recorrió, con variada suerte, zonas pudendas y de asentaderas. Esperé todo el tiempo necesario. Para mi desilusión, la señora no giró tres veces en el lugar y levantó vuelo cual jubilado misil argentino. Parece que no terminaba de digerir la sobredosis de polenta que le inundaba las entrañas y le sorbía el seso, para tonificarlo. Salió caminando como cualquier hija de vecina (¿alguien recuerda como caminan las hijas de vecinas?). Y…con sus dos pies. Ni tan siquiera carreteó por la vereda. Fueron muchos quienes se sometieron a esa recarga. Una sola jornada permaneció esa suerte de hombre de Jericó en el lugar. Se fue con el buf a otra parte. No me sometí al influjo de esa fuerza entre eólica y musical (salía un chijete de aire por la tronera del instrumento) porque fui sincero conmigo mismo ¿Para qué quiero tanto brío? Y me puse a cantar entre dientes: Cuánta mina que tengo… cuánta mina que tengo…
La Quinta Pata, 06 – 11 – 11
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