domingo, 26 de febrero de 2012

La especie amenazada

Viviana Demaría y José Figueroa

El pensamiento crítico frente al ontocidio y el ecocidio
Al calor del impacto brutal de los totalitarismos del siglo XX, Hannah Arendt se propuso comprender lo incomprensible, aquello para lo cual el pensamiento filosófico-político moderno carecía de conceptos: ¿Cómo juzgar lo imperdonable? ¿Cómo pensar lo incomprensible? ¿Cómo hacer frente a lo nuevo? su obra aún nos convoca a una tarea sin concesiones: interrogar el mundo del siglo XXI más temprano que tarde ya que de esa manera tendremos el derecho de esperar, aún en los tiempos más oscuros, alguna iluminación que probablemente provendrá de la luz tenue, incierta, centelleante que algunos hombres y mujeres, en sus vidas y sus obras, encenderán en casi cualquier circunstancia y esparcirán sobre el lapso temporal que les fue dado en la tierra. ¿Por qué su pensamiento tiene actualidad?

Porque el tiempo por venir ya no es el territorio en el que habitan los mejores sueños de la humanidad (un 10% de los adultos del mundo es dueño del 85% de la riqueza del planeta pero la mitad de toda esa riqueza está en manos de un escueto 2%) sino un lugar donde este presente extiende su soberanía con su monumental carga de miserias y donde lo ominoso (todo aquello que estando destinado a permanecer oculto, secreto, ha salido a la luz) vuela como el buitre sobre los despojos de la humanidad actual.

Acaso el tiempo para nosotros… ¿es el tiempo que queda?

Sabemos que toda política de exterminio comienza por excluir de los terrenos de la condición humana a aquellos que se propone exterminar, entonces ¿cómo se habita un mundo donde un grupo de tecnócratas y científicos a sueldo de los que dirigen el planeta, han determinado que con el 20% de la población económicamente activa se puede sostener el capitalismo actual? Y a partir de esto, ¿cómo soñar con lo que vendrá, y permitirse pensar acerca de eso, sin caer en la desolación? Si la realidad del poder está anunciando lo que nos espera (porque alguien de aquel exclusivo 2% lo ha decidido así) ¿cómo hacer con los recursos con que cuenta nuestra subjetividad para comprender el mundo sin atravesar esa delgada línea que haría que un diagnóstico termine en una autopsia? ¿Cómo en dicho tránsito no perder lo que en Arendt es la esperanza?

Cada vez que se denuncia un crimen contra la humanidad, nos sentimos obligados a insistir en la excepcionalidad o monstruosidad de la Shoah. El modelo Auschwitz no es más que el colofón industrial de un procedimiento de deshumanización del Otro. Detalle siempre rutinariamente trágico en la historia de la Humanidad. Auschwitz representa tanto el fracaso como el éxtasis de la Modernidad: la Razón y la Técnica, potencialmente liberadoras, fueron puestas al servicio de la destrucción y el exterminio. Pero al mismo tiempo, si Auschwitz todavía nos estremece es precisamente porque nos resulta antropológicamente familiar: su horizontalidad nos permite representarnos, en el marco de nuestra imaginación finita, la brutalidad del verdugo y el dolor de la víctima e incluso ponernos en el lugar de cada uno de ellos.
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Sin embargo - y con perdón de Adorno - detrás de este modelo se ha ocultado un elemento abominable y siniestro: el modelo Hiroshima. Porque el Modelo Hiroshima es diferente y - por sus consecuencias - más grave. La verticalidad tecnológica de la agresión determina, para empezar, la irrepresentabilidad de la relación entre la acción inocente de apretar un botón y la aparición repentina de decenas de miles de cadáveres: los hombres, vistos desde el cielo y bajo las bombas, nunca llegan a ser lo suficientemente humanos como para que, con antelación, haya que deshumanizarlos. El modelo determina también un marco de autolegitimación teológica del agresor. Por ello, la omisión que el acto inaugural del modelo Hiroshima pone en juego, es el acto constitucional de la humanidad como especie amenazada. Solo a partir de él, el humanismo tiene sentido - y sólo como humanismo defensivo.

Como afirma Leonardo Boff, el homo economicus ha construido dos máquinas de muerte que pueden destruir la biosfera: las armas de destrucción masiva y la agresión ecológica al sistema Tierra. Si esto hoy no se discute por evidencia empírica, entonces la génesis hay que buscarla en el momento preciso en que un crimen pasa a ser ocultado dentro de otro crimen. Ese momento no es otro en que el ontocidio es ocultado tras el genocidio. Todavía hay en el mundo 27.000 armas nucleares, muchas de las cuales siguen en sistema de alerta, en su mayoría en los arsenales de Estados Unidos y Rusia.

En todo caso, insistir en Hiroshima, como modelo naturalizado de la postguerra mundial, es tanto más necesario cuanto que es objeto de un negacionismo mucho más eficaz que el de Auschwitz. Excluido de los procesos de Nuremberg y de Tokio, el modelo Hiroshima no solo es inimputable jurídicamente sino que fue aceptado, aplaudido y justificado como instrumento quirúrgico -¡la posibilidad misma de la destrucción total!- de la Civilización y los Derechos Humanos.

En el curso de la historia, la naturaleza se fue construyendo como un orden ontológico y una categoría omnicomprensiva de todo lo existente. Lo natural se volvió un argumento fundamental para legitimar el orden existente, objetivo. Lo natural era lo que tenía derecho de ser. En la modernidad, la naturaleza se convirtió en objeto de dominio de las ciencias y de la producción al tiempo que fue externalizada del sistema económico; se desconoció así el orden complejo y la organización ecosistémica de la naturaleza, que se fue transformando en objeto de conocimiento y en materia prima del proceso productivo.

Es así que hoy, sabemos el precio total de la biodiversidad del planeta: representa un negocio de 33 trillones de dólares; pero así también, la actual racionalidad económica es incapaz de ver en esa naturaleza un valor, lo que viene a demostrar que eso denominado naturaleza es (al decir de Leff) naturaleza culturalmente significada y en tanto tal – por lo menos aquí y ahora – lo que se está colocando en disputa, es el sentido de los procesos históricos de apropiación y transformación de la naturaleza inducidos por la globalización económica del capitalismo.

Edgar Morín, en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro nos señala que Hay que procurar alcanzar un conocimiento de los problemas clave del mundo y de su propuesta se destaca aquella otra de desarrollar una conciencia de especie. De la conciencia de clase debemos pasar a la conciencia de especie. La conciencia de especie es fundamental en la relación ser humano - naturaleza. De nuestro comportamiento colectivo frente a las cuestiones ligadas a la biología - en tanto biodiversidad amenazada – como así también la lucha por los recursos de la biodiversidad, el creciente calentamiento planetario, la concentración mundial de la riqueza y las cuestiones de las armas de destrucción masiva, depende la sobrevivencia de nuestra especie sapiens. Esta cuestión sobrepasa los modos de pensar la realidad bajo los límites del paradigma marxista. Sin embargo, hay que reconocer que solo dentro del pensamiento crítico hay un proyecto que contiene a la humanidad como un todo y que solo dentro de él existen las premisas de la justicia social y la disminución de la desigualdad, como precondiciones para el equilibrio socio-ecológico que retardaría los efectos de la entropía.

Frente al paradigma crítico o de izquierda, se levanta otro de signo contrario: el modelo neoliberal que como bien lo define Bourdieu, es aquel por el cual En nombre de un programa científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (denegado, porque en apariencia es puramente negativo), que busca crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la “teoría”: un programa de destrucción sistemática de los colectivos.

El proyecto humano del actual capitalismo globalizado se basa sintéticamente en dos proposiciones a resolver: la primera es que con el 20% de la población activa en el mundo, bastaría para mantener en marcha la economía mundial (el problema a resolver es qué hacer con el 80% de la PEA mundial sobrante que no tendrá empleo: casi 2 mil millones de personas). La segunda proposición es que si esta sociedad basada en el mercado quiere y desea mantener sus actuales niveles de consumo (léase la sociedad integrada al mercado en su carácter de consumidores) deberá suprimir a 4.200 millones de seres humanos antes del año 2050 para hacer compatible el sistema alimentario actual con el tamaño de la población del mundo. Y esto se dice en un planeta que podría alimentar sin problema alguno a 12 mil millones de seres humanos (una cifra que equivale al doble de la humanidad actual) con una dieta de 2700 calorías por individuo por día.

Con tanta gente no se puede gestionar el medio ambiente, ni la sociedad, ni la política. Por esto es que el 10% de los actuales amos del mundo promueven la vuelta a un planeta con 4.000 millones de personas que puedan integrarse, tener trabajo o comida, porque la humanidad del 2050 tampoco exigirá mucho más. En dicho proyecto humano ya estamos contados como víctimas y el único destino es terminar inmolados en aras de la supervivencia del mundo del mercado. ¿Es eso lo que deseamos para nosotros y las generaciones futuras?

Para Bleichmar, la antesala de la esperanza es la recuperación de la dignidad. Si hay un futuro para las generaciones por venir, ese futuro se consigue en las próximas horas…y solo de nosotros depende.


La Quinta Pata, 26 – 02 – 12

La Quinta Pata

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