domingo, 8 de abril de 2012

La sucursal Vendimia del Supervielle no es una fiesta

Alberto Atienza

Un tanto fuera de foco la foto por los manotazos de los guardias privados del banco que a toda costa, por orden de la gerenta, querían impedir el funcionamiento de la cámara. El registro muestra parte del enorme “hangar” donde son sentados en pegajosas sillas plásticas, por horas y horas, las personas que dieron gran parte de su vida, de una manera u otra, para que Mendoza funcionara. Son tratados como objetos.

Un banco que no respeta a los jubilados

Jubilarse implica descansar. No levantarse más tan temprano. Dejar de lado los horarios rígidos, inamovibles y comenzar una vida nueva. Algunos casos comprenden muchas veces otras actividades. O más tiempo con la familia. Reunirse con amigos. Pasear. Leer. Escribir.


Lo que ningún mendocino imaginó es que al pasar a la clase pasiva y ser miembro de la ANSES, se convertiría en una suerte de prisionero de un banco. Efectivamente en la sucursal Vendimia del Supervielle, de calle Las Heras, de ciudad, Mendoza, una suerte de enorme galpón, cientos de jubilados son sentados en sillas y la incompetencia absoluta de la gerencia los somete a más de tres horas de espera.
Sintéticamente se aprovechan de los adultos mayores. Ponen en funcionamiento un número de cajas, exiguo en relación a la cantidad de personas que concurren a cobrar. Claro. En lugar de aumentar las bocas de salida y de instalar más boxes en el sector comercial (todo eso significa aumentar gastos) se opta por el ahorro que se logra sustrayéndole tiempo de vida a esos clientes del banco, elegidos como víctimas.
No hay ninguna razón para pensar que el uso del tiempo que haga en sus ratos libres la gerenta del banco es más importante que el birlado a los ciudadanos en retiro. Para ella sí, por lógica. Pero si les preguntamos a esos demorados opinarán lo contrario. Entonces cualquiera está en el derecho de exigir equidad. No interesa que la persona que decide someter a una indigna molestia a cientos de ciudadanos sea más joven que ellos. La edad madura, la ancianidad, no puede ser aprovechada por una empleada de rango bancario para ganarse unos blasones generándoles economía a sus patrones (Supervielle) sometiendo a seres humanos a injustas esperas.

Cada tanto, los jubilados rehenes en ese gran salón, pierden la paciencia y comienzan a batir palmas. Entonces, lo hemos visto, la gerenta, una señora longilínea, se para en el medio de los quejosos y trata de convencerlos que la tediosa espera es algo normal ¿Por qué normal? En otras sucursales del Supervielle, cada vez son más en Mendoza (los jubilados traen suerte, parece, además de arrojar grandes ganancias) llega alguien, se sitúa en una cola, de entre seis o siete personas y cobra o paga en pocos minutos.
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Los jubilados no. Ellos son sometidos como ilotas. Les está vedado protestar. Si aplauden la gerenta los reta y les dice que hay que resignarse. En el Vendimia señoras y señores son tratados como ganado en pie. Lo último. Han instalado una suerte de bretes frente a las cajas. En algunos ingresos de ese horizonte de cartones, se paran los interesados en cobrar cuando sus números aparecen en unas pantallas de TV, cifras de pequeño tamaño si se tiene en cuenta que la mayoría de los jubilados tienen menguada la vista.

Detrás de esos pocos estéticos amontonamientos de paneles, hay algunos miembros de seguridad que distribuyen a los pocos, poquísimos interesados, que los tableros convocan. Y ahí se quedan, parados, hasta que un uniformado les indica la caja que le toca.

En esa sucursal se produce a diario, cualquiera lo puede verificar, un manifiesto maltrato hacia sus clientes jubilados. Hay que señalar que el banco no hace beneficencia con ellos. Todos y cada uno dejan buenos márgenes de ganancias a la entidad crediticia. Y más aun con los préstamos personales. El publicitado anuncio de la presidenta Cristina acerca de la disminución de la escala usuraria de créditos a jubilados, en el Supervielle no se cumple. Cuando uno pregunta a los empleados prenden una suerte de CD o pen drive y repiten siempre lo mismo: “Acá no ha llegado ninguna orden específica. Todo sigue igual” Sigue percibiendo el banco una tasa desmesurada por ayudas económicas que deberían estar reguladas por un criterio social, como en Banco Nación y no por un desmedido afán de lucro.

¿Conocerá la presidenta esta desobediencia flagrante?
¿O se enterará recién ahora cuando le hagamos llegar a sus asesores y a su dirección de prensa esta nota?

Son tantas las horas sentados en butacas plásticas, sin aireación, que llega un momento en que esas sillas de oferta se adhieren al cuerpo de las personas. Algunos jubilados han buscado una solución un tanto humorística para ese abuso: “El banco debería poner camas en lugar de esos pegajosos asientos. Estaríamos más cómodos y nos dormiríamos unas siestitas…”

Otra de las “perlas” de esa sucursal es que los recibos de sueldos son firmados por un total, un papel en el que dice lógicamente “recibí la cantidad de” y ahí figura una suma con las deducciones por préstamos, aportes obligatorios, obra social, etc. Sin embargo la suma entregada en efectivo muchas veces no coincide con la que figura en el papelito que larga la impresora de una PC. Otros descuentos que efectúa el banco son deducidos pero no aparecen en el comprobante oficial. Los jubilados firman un original con ese monto no real que queda en poder de la entidad. Y tiene la fuerza legal de un recibo con la cantidad que en él aparece. Algo digno de investigar por parte de quienes deben velar por la integridad de la clase pasiva.
Los comprobantes que se le entregan al jubilado están confeccionados por impresoras que trabajan con papel térmico. Con el paso del tiempo, ese tipo de material, se degrada y lo inscripto desaparece. Al cliente le queda en su poder una suerte de fino papiro que cada vez se torna más ilegible, más amarillento, hasta que los números se esfuman.

¿Qué puede hacer el jubilado para eludir esas amansadoras en las que termina agotado, dolorido? ¿Cómo puede lograr que lo respeten? ¿Batir palmas? No. Eso no sirve. Cuando se acaban los aplausos y se silencia el discurso de la gerenta, todo sigue igual.

En charlas mantenidas con algunos perjudicados surge como salida el pedir el traslado al Banco Nación. Algunos recuerdan que cuando firmaron los formularios de ANSES para retirarse de su actividad optaron por ese banco en el que muchos confían plenamente. Y de prepo, fueron registrados en el Supervielle. El deseo de percibir rápidamente sus emolumentos, el creer que las dos entidades tenían funcionamientos análogos, no los llevó a reclamar.

A lo mejor es el momento. En el Nación los préstamos están sujetos a tasas razonables. Si uno quiere acceder al programa Televisión Para Todos, puede comprar un LCD de 30 pulgadas en 60 cuotas. En el Supervielle, a meses de instaurado por la presidenta ese beneficio, no han diseñado una línea de créditos apta para ese fin. No. Si uno adquiere uno de esos aparatos con un crédito del Supervielle le cuesta tremendamente caro.

Acaso lo más efectivo sería convocar a la ANSES para que efectúe una inspección en sucursal Vendimia y en todas las otras del Supervielle que se han hecho cargo de un enorme paquete de jubilados, quién sabe por decisión de quien. Es la entidad que los trabajadores del país sostienen y dedicada a sus retiros la que debe salirle al cruce a todas las irregularidades.

Por último valga la recordación a Jules Supervielle (1884 – 1960) uno de los más grandes poetas uruguayos, considerado también como un valor literario de Francia porque gran parte de su producción la escribió en el idioma de Molière. Integrante de la familia fundadora del banco en cuestión y antecesor de sus actuales dueños. Fue y es famoso por su excelsa obra. Y también porque ayudaba sin ningún interés a los artistas que llegaban a París, donde él residía. Les brindaba medios económicos y los vinculaba con ese prolífico mundo cultural europeo de principios de siglo XX. Uno de los tantos beneficiados por él, fue un músico y narrador, hito de las letras hispanoamericanas: Felisberto Hernández. Con seguridad que Jules, hombre sensible, generoso, no estaría de acuerdo con los retrasos, tasas y recibos crípticos que se borran, todos abusos a que son sometidos los jubilados en sucursal Vendimia.

La Quinta Pata

1 comentario :

CHRIS dijo...

Idéntico en la sucursal de Ramos Mejía (sobre Mosconi) en Buenos Aires. La política del Banco es que no sos un cliente sino un rehén.

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