domingo, 27 de mayo de 2012

Anotaciones sobre literatura actual de Mendoza

Graciela de Sola

Lo que aparentaba ser un mero artículo más en una revista de homenaje, adquiere hoy en EL BAÚL el valor de una ficha técnica sazonada con comentarios enriquecedores de la información, y caracterizada por tres virtudes: la posibilidad de dimensionar el acontecer literario desde una mirada contemporánea, un amplio repertorio de autores y obras que cimentaron ese quehacer en la década del ’60 (y que de paso los saca del olvido y subraya nuestra carencia cultural y bibliográfica de reediciones), y la distinguida calidad expresiva de la Profesora Graciela Maturo de Sola.
Eduardo Paganini

Foto: Abelardo Vázquez, Graciela de Sola, Alfonso Sola González y Jorge Enrique Ramponi, en casa de Enrique Zuleta Álvarez

Mendoza ocupa, sin duda alguna, hoy, un lugar destacado en el panorama cultural del país. Muchos de sus pintores, músicos, novelistas y poetas han trascendido los límites provinciales, y algunos empiezan a ser conocidos en el ámbito internacional. Ello tiene su justificación en el acceso de sus expresiones a zonas universales de lo humano y a formas de gran jerarquía estética.

La literatura mendocina, en particular, ha ofrecido desde comienzos de siglo una continuada y valiosa línea de producción que pone de manifiesto, en estos últimos años, el paso del impresionismo naturalista y del documental costumbrismo, a la plasmación de una honda problemática humana, tanto en lo ético y social como en lo religioso y metafísico.
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A los nombres significativos de Carlos Ponce, Alberto Castro, Carlos Alberto Arroyo, René Zapata Quesada, Juan B. Ramos, Fausto Burgos (norteño de larga residencia en la provincia), Alfredo Bufano, Alejandro Santamaría Conill, y otros que representan una toma de conciencia del medio y de sus elementos humanos, a veces ya con una interesante profundización existencial y notable preocupación expresiva, han venido a agregarse, en las últimas décadas, autores de primera fila en el quehacer literario del país, y otros que poseen, dentro de la provincia, un apreciable nivel.

Nombraré en primer término a varios de los integrantes del grupo Megáfono, casi contemporáneo al ultraísmo porteño, que mantienen su vigencia creadora en Mendoza: Ricardo M. Tudela, el autor de El inquilino de la soledad , obra hace poco tiempo reeditada, y de diversos ensayos que atestiguan una prolongada meditación sobre temas de poesía y estética; Vicente Nacarato — Sol indio, …Y el río pasa, Caracol del limbo , entre otras obras—, poeta de hondo lirismo; Guillermo Petra Sierralta, cuya expresión, después de haber abordado diversos géneros, se ha encauzado preferentemente en la crítica, y Jorge Enrique Ramponi, poeta de singulares perfiles al que dedicaremos un párrafo aparte. Juan Draghi Lucero, cuentista y folklorólogo, desarrolla su más importante labor a partir de 1940. Después de esa fecha, asoman numerosas y significativas figuras en el panorama de las letras mendocinas. Nombraré, sin intención de configurar una nómina exhaustiva, a Américo Cali, poeta y cuentista (dos volúmenes de cuentos: Días sin alba y El doble de Alejo Mora , y nutrida labor poética); cuya profunda vena lírica se alía a un noble trabajo del verso; Abelardo Vázquez ( Advenimiento, La danza inmóvil, Segunda danza , Premio Bienal de la Provincia de Mendoza, 1959-60), suntuoso en las imágenes y en el lenguaje, pleno de musicalidad, con cierta tendencia al hermetismo. También ha cultivado Vázquez la poesía de tema popular en sus Poemas para Mendoza , y en los polémicos versos de Buenos Aires en las malas . Alfonso Sola González, entrerriano radicado en esta provincia desde 1946 ( Cantos para el atardecer de una Diosa , 1954; Tres poemas , 1959; Cantos a la Noche , Premio Bienal, 1961-62, de Mendoza). Amílcar Urbano Sosa, que ha desarrollado una continuada labor, desde 1946, y ha obtenido el último Premio Bienal con su canto El Fuego .
Varios poetas mendocinos de calidad, cuya obra se inicia entre los años 40 y 50, se hallan radicados actualmente en Buenos Aires: Fernando Lorenzo, que obtuvo en la provincia el premio D’Accurzio con su Segundo Diluvio , y es autor de una novela de clima poético y surreal, Arriba pasa el viento ; Hugo Acevedo, intensa voz poética que asume, en sus últimos libros, una actitud social activa, y Armando Tejada Gómez quien, desde análoga postura, se acerca con eficacia expresiva a modos tradicionales, a los cuales revitaliza ( Tonadas de la Piel ) o adopta el modo conversacional del pueblo con cierta abundancia retórica ( Ahí va Lucas Romero y otras obras). De esa misma generación, trabajan en Mendoza Néstor Waldino Vcga ( Los Nacimientos , premio D’Accurzio, también libretos cinematográficos), Efraín Peralta ( Hermanos de la Aurora y otros libros) y Víctor Hugo Cúneo ( Nacimiento del ciudadano, Poema a Vincent van Gogh ). Aunque reconociendo sus matizaciones personales, podemos decir que los aúna un común sentir de la poesía como fuerza activa e integrada con el vivir y un digno nivel de expresión. Alberto Cirigliano y Guillermo Kaúl son dos poetas estimables radicados desde hace años en esta provincia. Cirigliano ( El ángel desconocido ) sustenta un lirismo reflexivo y depurado; Kaúl ( Iguazú ) se preocupa por entroncar lo mítico americano con una visión humanista y universal. Me limitaré a citar a algunos otros autores que integran la copiosa producción poética de los últimos años: Ana Selva Martí ( Consagración del alma y otros libros); Luis R. Casnati ( De avena o pájaros ); Josefina Bustamante, Rosa A. Filippini, Juan Carlos Palavecino, Beatriz Menges François ( El ser particular ); Justo P. Franco ( El mar ); Héctor Raviolo Fúnes, Rodolfo Braceli, María Angélica Pouget, Lucrecia Filipini, Luis A. Villalba.

La narrativa es singularmente valiosa en las últimas décadas. Juan Draghi Lucero, a quien he nombrado ya, representa una personal línea en el cuento folklórico. La novela cuenta con nombres ya ampliamente conocidos en el país y aun difundidos fuera de él. Abelardo Arias, radicado desde hace años en Buenos Aires, es uno de los más firmes valores con que cuenta Mendoza. Sus libros de viaje, sus novelas ( Álamos talados, La vara de fuego, El gran cobarde, Límite de clase ) despliegan una profunda búsqueda existencial que encara con fuerza los temas del amor y la culpa. Antonio Di Benedetto es un importante cuentista y novelista; a él nos referimos someramente más adelante. Alberto Rodríguez, autor de dos importantes novelas: Matar la tierra y Donde haya Dios , plantea intensamente, y con un fondo poético indudable, una problemática social que trasciende sus propios contornos para transformarse en un planteo agónico y metafísico de lo humano. Iverna Codina, que tiene también obra poética publicada, se destaca sin duda en la narrativa ( La luna ha muerto, Detrás del grito , Premio Nacional Losada, La enlutada , reciente volumen de cuentos) donde muestra perfiles vigorosos sobre todo en el tema social. Ya he mencionado las incursiones narrativas de Américo Calí y Fernando Lorenzo, cuyos valores nos parecen más nítidos en la labor poética. Humberto Crimi, que ha escrito también poesía y teatro, se revela como un valioso narrador, especialmente a partir de El desconocido y su sombra . Otros cuentistas y novelistas que trabajan en esta provincia son Julio C. Vitale, Eduardo Cuadra Zúñiga, Ana Yplos, Susana Tampieri, Clara Giol Bressan, Elena Jancarik (Premio Municipal de prosa, con obra aún inédita).

El teatro presenta una actividad menos fecunda. Pueden citarse obras de Draghi Lucero, Petra Sierralta, Luis Mazziotti y otros autores, sin que ello signifique una actual continuidad en el menester teatral de los mismos. Juan Arias Ballofet ha publicado Ser como tú, Jacq y El sumidero . En los últimos años se han destacado especialmente Humberto Crimi y Juan José Beoletto.

También se desarrollan en Mendoza valiosas tareas de traducción literaria (Fanny Torres, María Elena Chiapasco, Vicente Cicchitti y otros autores) y de crítica e investigación. Antonio Pagés Larraya, también creador, Astur Morsella, Nélida Salvador, pueden representar esta línea entre los mendocinos que trabajan en Buenos Aires. En Mendoza la nómina de ensayistas es cuantiosa y evidencia una sólida labor en diversos campos. En lo que respecta a la investigación y crítica de la literatura citaré algunas obras significativas aparecidas en los últimos años: Alfredo Dornheim: Del Ser del Mundo ; Enrique Zuleta Álvarez: Maurras; Emilia de Zuleta: Guillermo de Torre e Historia de la crítica española contemporánea ; Alfonso Sola González: Capítulos de la novela argentina ; Rodolfo Borello: Jaryas andalusíes ; Carlos Magis: La poesía de Leopoldo Lugones ; Carlos Nallim: El problema de la novela en Pío Baroja ; Adolfo Ruiz Díaz: El hecho literario y otros ensayos; Gloria Videla: El ultraísmo .

Juan Draghi Lucero
De integrador humanismo, de recuperación del auténtico sentido autóctono de una cultura —sin agraviantes xenofobias ni desaprovechamiento del aporte occidental— es la tarea que Draghi Lucero se propone, dice acertadamente León Benarós en su prólogo a El loro adivino . Esa recuperación sólo se hace integralmente posible desde un espíritu que reúne un temple amorosamente contemplativo y una inteligencia escudriñadora. Y en efecto, la obra de Draghi Lucero es fruto de esa confluencia fecunda entre la labor del estudioso y la del creador. El Cancionero popular cuyano (1938), premio regional de la Comisión Nacional de Cultura, constituye la primera —e inigualada— labor de recolección y valoración del folklore poético de Cuyo. Sobre esa misma base de sentimientos y creencias, y con el encauzamiento de análogas modalidades expresivas, surgen las obras de poesía, teatro y cuento que Draghi Lucero ha dado a conocer. Pero es, sin lugar a dudas, su obra narrativa la que ha ganado a Draghi Lucero el estimable lugar que ocupa en la literatura del país. Las mil y una noches argentinas (1940), El loro adivino (1963), Cuentos mendocinos (1964) representan la vena más caudalosa y pujante de su creación.
Draghi recoge y continúa una vieja modalidad del cuento universal, que consiste en la elaboración y fijación de las tradiciones orales. Con notable captación de los matices del alma y la expresión lugareña, Draghi Lucero rescata del olvido los relatos y tradiciones de Cuyo, asegurándoles perduración a través de una estilización personal y depurada. A través de formas indudablemente regionales, nos alcanza una literatura que supera los contornos miméticos y documentales para darnos acceso a un denso trasfondo filosófico, religioso y mítico, que Draghi Lucero ha ahondado notablemente y es, por lo tanto, capaz de comunicar. Sus cuentos, de fondo mágico, poético, construidos sobre la base del hablar popular, significan una búsqueda y revalorización de los perfiles raciales, geográficos e históricos de la zona, un reencuentro con lo original y por lo tanto un testimonio de autenticidad.

Jorge Enrique Ramponi
Nacido en Lunlunta (Mendoza) en 1907, Ramponi ha dado la totalidad de su obra en esta provincia con la que se halla íntimamente consustanciado. Su poesía es un acto de fe en la palabra poética, en su sentido oracular, revelatorio. El poetizar es para él un estado de rapto que convoca todas sus potencias y le exige una entrega y una resistencia especial a la “posesión” tremenda y dolorosa. Ramponi es, sí, a la manera antigua, el poeta inspirado, el hombre que en estado de canto vuelca en poemas de intensa pulsación rítmica y sonora, en lucha contra el lenguaje, las poderosas intuiciones que se presentan a su espíritu. Pero es también el lúcido disector de su propia angustia, el contemplador inteligente y crítico que devela el sentido de esas intuiciones. Su personalidad creadora alcanza su mejor expresión en Piedra Infinita (1942) y en El Denodado , inédito, culminación de su obra. Piedra Infinita es un retroceso al origen, una tentativa de penetrar lo informe y lo inerte, y a la vez una aventura de autoconocimiento y de indagación de la realidad total que permite al poeta un acceso fugaz a la eternidad a través del silencio y la soledad de la piedra. No se trata, pues, de una “poesía del paisaje” aunque sea este, local y reconocible, el que provoca la “materia prima”, por así decirlo, del canto. La aventura metafísica de Ramponi se intensifica en El Denodado . Aquí la poesía se hace, definitivamente, clave y revelación en permanente movimiento de “pathos” y autoconciencia lírica. “Por mis sílabas rotas me devano y descifro” clama el poeta, y en efecto, su palabra ajena a todo dogmatismo o formulación previa, avanza fiada en su propio dinamismo, se crea a sí misma a través del poema. Es una especie de lúcido “dérèglement des sens”, Ramponi desciende a los infiernos, recorre dolorosos territorios de caos, de oscuridad, de culpa, recobra y sume dramáticamente la caída de la especie humana. Pero su palabra lucha continuamente por extraer la forma de lo amorfo, la luz de la tiniebla; se hace plegaria, gemido, apóstrofe, diálogo con un Tú que lo posee y supera.
La poesía de Ramponi tiene dimensión universal y al mismo tiempo coincide con ciertas constantes específicamente americanas. El mismo poeta nos lo dice: “América primitiva, crítica, cósmica, idólatra, contradictoria, terrible y magnífica es nuestro origen, nuestro destino y nuestra razón de ser.” En su Credo Poético y en Los Oráculos del Canto , ambos inéditos, el poeta ha expresado con lucidez y perspicacia crítica sus ideas sobre la poesía, y sobre su propia experiencia personal. “Creo que el poeta auténtico —dice Ramponi— el poeta signado por la fatalidad de serlo, tiene el talento de la emotividad, la inteligencia del sentimiento, por eso huye de la sistematización y abomina del canon lógico. Su expresión corresponde a una verdad de otro orden, como la fe religiosa.”

Antonio Di Benedetto
Dos novelas: Zama , 1956; El Silenciero , 1964, y una serie de cuentos: Mundo animal , 1953; El Pentágono , 1955 (estos cuentos integran un todo novelístico); Grot , 1957; Declinación y ángel , 1958; El cariño de los tontos , 1959, configuran la nutrida y significante trayectoria de este narrador que ocupa a mi ver un indiscutible lugar entre las primeras figuras literarias del país.
La actitud de Di Benedetto es evidentemente ajena, desde su primer libro, a toda forma de realismo superficial. No a esa forma profunda de contacto con lo real que podría llamarse, usando la palabra con amplitud, surreal, o suprarreal. Di Benedetto percibe intensamente los datos sensoriales de las cosas, pero capta también con agudeza su impenetrabilidad, su radical misterio. Su obra se despliega como un gran interrogante; como una indagación del mundo ajeno a la razón, y como una dramática presentación del absurdo y de la existencia. La vida humana se desenvuelve, a partir de sus personajes, como agonía y búsqueda. El hombre se halla perdido, no en imaginarios e improbables laberintos, sino en el camal y oscuro laberinto del mundo que lo enfrenta al desencuentro con los otros seres, a la monstruosidad de la técnica y de la “cosificación”, a la construcción de su sustancial soledad.
Fruto de la pasión pero también del rigor, la obra de Di Benedetto evidencia singulares características de construcción y expresión. Sus cuentos y novelas están hábilmente tramados sobre una concepción arquitectónica, poseen un ritmo particular, y una técnica expresiva que se vale igualmente (y nunca con exclusividad) de procedimientos “objetivistas”, de elementos expresionistas y simbólicos, de una alternancia, en fin, entre la más cruda y directa presentación de la realidad y los productos de una fantasía violenta o de una abstracción totalizadora que la destruyen y remodelan sin traicionar su esencia.
He pasado años sin escribir —me dice—. Sin embargo en ese período han llegado para mi producción anterior los mejores reconocimientos. Se refiere a la traducción, por editoriales alemanas, ya en marcha, de sus novelas Zama y El Silenciero , al premio Carlos Alberto Leumann por El Cariño de los Tontos y al obtenido en la Fiesta de las Letras de Necochea (1965) por El Silenciero .
Di Benedetto observa que, en general, hay mucha trivialidad en la literatura de las últimas generaciones (aunque exceptúa, desde luego, algunos nombres). Es asimismo un crítico severo de su propia obra, a la que reconoce un defecto: la oscuridad.

Amílcar Urbano Sosa
Nacido en 1915, maestro rural en San Luis y en Mendoza, el autor premiado por el último Bienal de la provincia (1964-1965) tiene ya larga trayectoria poética. Sus primeros trabajos son de 1943. En 1947, dio a conocer su primer libro: La Rosa y la Abeja , al que siguieron Canto de Marcha del 17 de agosto , 1950, y varios más, hasta su reciente y aún inédito Trébol Elemental , largo poema de ambición cósmica, una de cuyas partes — El Fuego — obtuvo el premio de referencia. El universo y sus elementos se integran en la visión de Sosa con el tema de la vida humana, su dramática condición, su sustancia agónica.
Sosa se considera un autodidacta; admira a los clásicos españoles, a Lubics-Milosz y a los argentinos Banchs, Bernárdez y Bufano. La totalidad de su labor revela conciencia del trabajo artístico y una progresiva destreza en el manejo de ritmos y versos y en el cultivo de formas tradicionales. Sin desmesura, la voz de Amílcar U. Sosa es testimonio de un desvelo hacia las altas claridades del Ser que justifica la existencia: Qué rosa de esplendor y de armonía / llorada de rocío / rosa de claridad y de reposo / inmóvil en el tiempo.

Juan José Beoletto
Entrerriano, de larga radicación en Mendoza, Beoletto ha desarrollado una intensa actividad como hombre de teatro. Director, actor, propulsor de la actividad escénica, su propia obra dramática es abundante y de singular calidad. Ha estrenado en Mendoza, entre otras obras, Cartas para el fuego, La eternidad comienza a las cinco , Responso para un gusano y Un bello duende en el festival . En Buenos Aires: Fueron invitados a un sueño y Las ruinas nos dan sus ecos . En 1959, puso en escena en Madrid su obra Llenos de ausencia con excelente crítica. Su lenguaje teatral es finamente matizado, y se vale de técnicas muy nuevas en obras de contenido poético y hondo clima emotivo, con toques de gran guiñol.

Humberto Crimi
Desde 1948 hasta el presente, Crimi lleva realizada una nutrida labor literaria que abarca la poesía, el teatro y el cuento. Como autor teatral, ha dado a conocer, entre otras, las siguientes obras: Simón, el Mago, La Perfección, El Protegido de San Juan, El Robot, La Espera . Ha sido en Mendoza, además, un activo propulsor de las actividades literarias y escénicas. Sus obras dramáticas poseen calidad y hondura. Su lenguaje es directo y eficaz, y sirve a una dramática visión de la existencia humana, que deriva en ocasiones hacia lo humorístico. Esta visión se hace particularmente notable en su obra narrativa: Tres novelas cortas, El desconocido y su sombra y Bumerang , colección de relatos que recibió en 1965 el Premio Bienal de prosa en la provincia, y que acaba de ser publicada.
Crimi es un narrador de simple y descarnado lenguaje, cuya fuerza se centra en las imágenes que irrumpen libremente, y en el dinamismo de la acción y del diálogo.
La técnica del folletín, la soltura expresiva del lenguaje poético y surrealista, los recursos del humor, son puestos al servicio de un hondo realismo que delata la insuficiencia de la lógica y la presencia del absurdo.


Lyra , Año XXIV, Nº 201-203, marzo de 1967, dedicado a “Baco en el arte”. Material gentilmente cedido por la Biblioteca Mauricio López de la Fundación Ecuménica de Cuyo, Mendoza.

La Quinta Pata, 27 – 05 – 12

La Quinta Pata

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