domingo, 27 de mayo de 2012

Entre Lavoisier y el Gato Dumas

Eduardo Paganini

Esto de estar muchos años sosteniendo el intento del conocimiento no es fácil, por un lado —el propio— porque la carrocería y el chasis ya no son los mismos, y por otro —el ajeno— porque van cambiando los códigos de los tratados bibliográficos de un modo a veces incomodante.

De a poco uno se ha ido acostumbrando a los estilos textuales —secos o ricos, superficiales o profundos de ensayistas, críticos, científicos y artistas— y, sumando experiencias, se fue familiarizando con los períodos oracionales prolongados y complejos, con los vocabularios amplios y profusos y también con las citas textuales o las extendidas notas al pie de página. El olfato lector se fue adiestrando finamente de modo que muchas veces una rápida snifeada por sobre un libro posibilitaba la fuerte hipótesis sobre sus valores y matices, tarea previa que organizaba la lectura o bien la ahorraba en pro del derecho de felicidad que todo espectador merece. Como en la cocina, cuando al husmear por sobre la olla destapada se presume el placer del sabor, se intuye la prevalencia de algún condimento por sobre los demás, se evocan otros platos, diferentes, pero con el mismo impacto…

Así las cosas, o mejor dicho los libros y las ollas, hasta que desde hace unos cuantos añitos vengo encontrándome con algunas dificultades lectoras, extraño síntoma para alguien que desde siempre se inclinó por estar cerca de alguna biblioteca. Al principio la alarma fue significativa pues, si era conducta crónica, la identidad personal quedaría hilacha, según la gráfica expresión regional cuyana. Afortunadamente, comprobaba que ese desdén creciente y la incipiente molicie manifiesta surgían exclusivamente frente a ciertos textos y no cercenaban intensos gustos frente a otros. Así veía yo que la lectura de algún novelista amigo o un poeta descubierto continuaba provocando vibraciones vitales, en tanto que ciertos párrafos de otros tipos de escrituras —ensayos o críticas y análisis— alcanzaban el placer equivalente que puede provocar una sopa de arena, fría y a destiempo.
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Enfrascado en algún berretín por desarrollar alguna investigación, debí enfrentarme con ese tipo de artículos y capítulos, en los que verificaba que muchas de esas líneas me generaban un intenso desagrado lector. Ahora, que he sumado hojas y esterilidad, creo que estoy en condiciones de esbozar no una taxonomía pero al menos sí algunas de las características de esta no tan nueva actitud académica:

Cualidades del nuevo estilo académico:
1. Se retuerce el lenguaje sin miramientos, suponiendo —creo yo— que la tradición por el neologismo avala la instalación de ese descuido entre léxico y sintáctico. Se traducen expresiones según unas normas propias y de ese modo se inventan palabras para ocupar espacios ya ocupados, así por ejemplo enuncian “cientista”, sin ninguna razón valedera, parecería que su conveniencia reside en que —con relación a científico— es más corto y no lleva tilde, dos virtudes exquisitas, aparentemente para las nuevas academias. Se hace uso de barbarismos, solecismos, idiotismos y todo tipo de recursos gramaticalmente transgresores; en vez de criticarlos con afán educador ¡se los impone! Impunemente los secuaces repiten “al interior de”, “a ojos vista”, “preguntas a hacer”, “problemas a resolver”… En tanto, el buen decir se atrofia por falta de ejercicio. Y en esa calidad de pavimento lingüístico el lector trata de avanzar y disfrutar del viaje, cosa fatigosa por los baches, las deformaciones de calzada y las malas señales viales.

2. La necesaria operación de la síntesis autoral ha dado paso al abigarramiento. Y esto a raíz de incorporar como parte de un trabajo final lo que —otrora— se consideraba tarea previa. Actitud que en el caso de autores consultados y fuentes mencionadas, en vez de ofrecer un esquema organizador y contraponerlo a la propia propuesta, se lleva al lector de la mano por una sucesión más o menos antojadiza y lábil de frases que en algo coinciden con un sustantivo anterior, y por ende queda garantizada la coherencia, o al menos así se lo supone. Todo aquel trabajo de fichaje, previo e indispensable para todo estudio, inherente a la investigación y al investigador, ahora ingresa en la editorial ocupando capítulos y capítulos como muestrario de las ideas que se fueron hilvanando paulatinamente hasta llegar a la tesis, su posición final, la cual, para colmo, algunas veces queda sin ser emitida, o bien diluida entre tanto fárrago. Consecuentemente, se pierde fácilmente la hoja de ruta.

3. Se nota demasiado el método Sarrasqueta. Expliquémonos: a principios del siglo XX, en la Argentina apareció en Caras y Caretas un personaje del humor gráfico dibujado por Manuel Redondo: Sarrasqueta, un vulgar mediocre ganapán sin demasiadas expectativas; en una de sus aventuras —buscando unos pesos para sobrevivir— había ganado inesperadamente un primer premio de pintura debido a la originalidad de su cuadro —según había dictaminado el jurado—, cuando en realidad lo que había hecho Sarrasqueta era, ocultar sistemáticamente con algún artilugio de pincel y color negro todo aquel detalle que le resultara de difícil confección, debido a sus serias limitaciones artísticas. Y con estos textos sucede algo equivalente: las zonas poco fiables se eluden en tanto que las conocidas y familiarizadas se muestran hasta el regodeo, en un juego de silencios administrados disimuladamente. Generalmente pasa lo del chiste de Cristo y Pedro: vamos avanzando por las piedras…

4. La pasión ha muerto. Y es muy difícil mostrar pruebas, ya que la subjetividad del lector es el único, y por ende el mejor, termómetro para ese clima. Pruebas no tengo, pero están las huellas del homicidio: esos tonos mustios, la ausencia de referencias a realidades crepitantes, o a autorreferencias, la visible carencia de afecto en la expresión. Pueden ser señales de que se escribe notarialmente, para dejar constancia, para sumar un paper tan necesario en este escalafón intelectual que exigen las nuevas condiciones laborales para la academia. Muy poco fuego subsiste en esos párrafos, donde el lenguaje describe, explica, sospecha, pero no se enoja, no ríe, no denuncia, no se apena, en fin: no polemiza con nadie ni contra nada. Cada texto pasa a estar más cerca de ser un mero expediente cerrado que de una obra palpitante.

Frente a estas actitudes, no puedo evitar la recurrencia a una expresión proveniente del mundo económico, precisamente de la actividad comercial: vaciamiento de empresa… porque siento que estamos frente a un vaciamiento de la empresa bibliográfica. Es verdad que traer un concepto de otro ámbito puede ser un recurso no feliz o bien generar más dudas que las que se intentan aclarar, pero mi imaginario insiste en mantener esa frase como cifra del fenómeno apuntado: de a poco, la energía vital de una caja de producción se va perdiendo por ausencias o carencias hasta que queda una cáscara rodeando un hueco, las desnudas paredes de la fábrica hueca y vacía.

La Quinta Pata, 27 – 05 – 12

La Quinta Pata

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