domingo, 3 de junio de 2012

Bueno como el pan

Antonio Di Benedetto

El padre habita país de exilio, convencido de estar sufriendo todas las penurias posibles. Sin embargo llega, desde la tierra de origen, una carta que habla de una desdicha más penosa aún, que la padecen los suyos, los que quedaron allá.

Entonces se da cuenta que sobre la saturación de dolor, aún cabía este, que le quema el pecho y lo aturde mentalmente.

Se dirige desde la sucursal de Correos a refugiarse en su habitación, a perfeccionar el cultivo de su soledad.

Empuña el bolígrafo pensando en la frase apropiada para acercar consuelo a la hija, pero pronto lo suelta, convencido de que las palabras no bastan para mitigar necesidades materiales.

Prepara un té y se da cuenta que lo bebe para serenarse; sin embargo, está argumentando mentalmente para sostener, ante sí mismo, que él hace cuanto puede para socorrer económicamente a la familia. Le parece que ya ha encontrado qué escribir: le hará notar a la hija que no se separó del hogar por su voluntad, que de todos modos puede sostener que era una persona honesta y los años de destierro incluso han moderado su carácter y acortado sus bríos, desplantes, arrogancias y actos irreflexivos. Mea culpa.

Dice, con ánimo de escribirlo después: Soy frugal, soy económico, me sostengo con lo poco que me pagan por mi trabajo… Especialmente contigo, hija, soy bueno, como no me conociste, bueno como el pan…
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Con estas meditaciones se asoma al balconcillo y abajo, sobre el aparcamiento, hay un hervidero de palomas, como todas las mañanas. El cielo se ha despejado de los celajes grises de las primeras horas y en su aire azul dorado vencejos y golondrinas trazan repentinas rayas obscuras. Un vecino está por arrojar algo, un papel, y las palomas no han necesitado ver el ademán para intuirlo y alzarse en un vuelo precipitado, sin embargo de prolija formación.

Con las palomas en fuga prudente, con los píos perforantes de las golondrinas, se entrecruza el trino tenaz y repetido de otro alado, un prisionero. Un canario que no goza de iguales libertades, pendiente su jaula de una ventana allá enfrente.

El hombre presta ojos a los pájaros, como si fueran algo importante, dándose cuenta que no lo son, ya que lo tiene capturado el ansia de alegar lo que se ha propuesto: pasar al papel que él es bueno, bueno como un pedazo de pan.

De tanto contemplar los monótonos desplazamientos de las aves, ese día y otros días, la búsqueda acuciosa del pico de las palomas entre los desperdicios que las señoras de los pisos altos arrojan al patio y la terraza, el hombre se va adormeciendo, como pan en el horno, como pan que duerme al abrigo del fuego.

El padre se está panificando. Se vuelve pan, se dora y se seca, se resquebraja. Luego sopla un poco de viento y como el pan se deshace, el aire carga con él y generosamente distribuye las migas a las palomas que entretienen el hambre rondando sobre el techo del aparcamiento de coches.

Cuentos del exilio: Bruguera: Buenos Aires, 1984 (3ra. edición) Págs. 83 – 87

La Quinta Pata, 03 – 06 – 12

La Quinta Pata

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