domingo, 24 de junio de 2012

Julepe a la finoli

Eduardo Paganini

Y en un momento determinado, durante una fría noche de jueves, entra en mi pc la frase lejana de mi primo, saludándome desde la distancia, él desde la gran ciudad y yo en la mitad del campo. Supuse que la nostalgia y el frío iban a ser los protagonistas de la conversación digital, pero… irrumpe la inquietante pregunta que me lanza: “¿allá también hay cacerolazos?”. Atacado por la sorpresa, solo pude recurrir al humor y contesté: “¿caceroqué?” y luego amplié: ¿acá, ahora, no se escucha nada, ¡acordate que esto es el campo!”.

Terminado el episodio, me alarmé por la desconexión con la realidad que me provocaba el hecho de domiciliarme tan lejos de los centros urbanos, razón por la cual a la mañana siguiente al recorrer distintas poblaciones próximas, realizando atrasadas gestiones rutinarias, dialogué muy curioso con varios ciudadanos y ciudadanas, pero dejando que los temas emergieran libremente. Además a las 48 horas estaba en la capital provincial, dialogando sobre todo con jóvenes, varios de perfil universitario y con preocupaciones por la actualidad. Y asombrosamente, en toda esa tarea de cosecha, no recogí ninguna señal que me indicara que en la charla con mi primo el desinformado fuera yo…

¿Qué hice entonces? Pues bien, me fui a la realidad alternativa, a otra realidad, y me metí en la red digital para leer diarios. Y allí sí tuve otros datos: las fotos sobre todo fueron las que hablaron más y mejor, porque no permitieron la distorsión por la mirada del cronista y se exponían tal cual eran. Integrantes de una clase social definida que expresaba un descontento se recortaban por delante de los altos edificios de zonas muy singulares de la metrópolis. Esto ya lo vi, me dije pensando automáticamente otros tiempos. Luego, la posibilidad de un video le sumó a la crónica del descontento, un condimento que sólo se descubre en la acción: el odio. ¡Cuánto odio en esas miradas, en esas palabras! Ese odio, de cuya existencia cualquier manual explica como un elemento más de las relaciones humanas, ¿dónde nace? ¿Es una devolución?, ¿un producto final de la suma de todos los odios recibidos desde las clases que se han visto sojuzgadas por el poder que ejerce ese sector? O bien ¿es un odio nacido genuinamente en su seno por algún conjunto de motivos intrínsecos que en lo personal desconozco por no pertenencia?
Leer todo el artículo
Sería demasiado ingenuo creer que el odio está focalizado contra una persona, una facción política o una resolución coyuntural (como cualquier resolución). Esto no es el odio personal, singular, como aquel odio que generaba el grandote que castigaba a Carlitos Chaplin en cualquiera de sus trifulcas. Acá no hay un conflicto entre sujetos, una interacción de individuos, no es la bronca que me da mi cuñado, o mi vecina, o bien la del folklórico odio a la suegra.

Estamos en un nivel donde ese objeto afectivo (contrapartida y por ende polo contradictorio del amor) se muestra como expresión de un grupo, de un sector, de un conjunto de sujetos que se ligan por algún factor común, un catalizador de conductas, que resulta aglutinante y a la vez develador. Aglutinante porque reúne a ese sector, los lleva a cerrar filas frente a lo otro, sumidos bajo un discurso más o menos homogéneo; y develador porque ese discurso otorga elementos, datos que en una lectura de entrelíneas nos está diciendo la causa, el origen, nos aclara dónde y por qué nace ese odio. Y aplicada la técnica, resultaría bastante evidente hallar que el motor del proceso es el interés común.

¿Y cuál es el interés común en este caso? Uf… no es fácil la descripción acertada, pero parecería que está vinculado con la posibilidad de disponer libremente, o no, de fondos propios con moneda extranjera. Poder o no poder comprar y vender dólares, así cortito. Como se ve, no deja de ser una cuestión de poder. Una reacción, una conducta, movidas por un interés, una necesidad.

Para un sector que no sabe de necesidades, o al menos puede satisfacerlas tan rápidamente que no las padece, percibir que hay una que no se puede compensar, probablemente, genere ansiedades cuyos efectos —por falta de esa práctica— excedan la intensidad de respuesta. Es decir, hay un julepe más o menos, y se disparan unos y disparan otros… según a qué les tengan miedo: rajan los que tienen miedo a perder todo, ahora es la disponibilidad de dólares, mañana será la de pesos, pasado, la de propiedades… ¡Renace el terror al estado comunizante! Y están los que disparan para defenderse del ataque de las masas enardecidas, de la plebe destructora de la Bastilla, ¡de los invasores del espacio y recinto sagrados! Una verdad de manual: el cambio (y acá no hay ironía) genera temor, y el temor tiene dos caras alternas: miedo al ataque, miedo a la pérdida. Así al menos decía el maestro Pichon-Rivière.

Quienes en la historia del país se han distinguido por la buena administración (administraron y administran prestigios y linajes, campos y heredades, gobiernos y empresas, fortunas y quiebras, espacios y símbolos,...) cualquier gesto, por mínimo que fuere, va de la mano de la “buena administración”, por esto es que toda esta conducta sectorial toma la forma de protesta, para que la energía que hay que gastar sea redituable (cifra, modus operandi del espíritu vital que caracteriza a toda clase hegemónica). De esta forma, automáticamente frente a lo que se vive como un ataque de espacios propios surge una respuesta de índole bélica, porque se lo vive como una guerra, sienten que Cristina, la Cámpora, los cabecitas negros, el Che Guevara, la hinchada de Piraña Futbol Club, algún ente en fin, les están haciendo la guerra. Y como son los mejores guerreros (al menos así parece mostrarlo la historia social del país) despliegan sus tácticas que van diseñando según las coyunturas. Splo piensan la táctica, porque la logística está garantizada mientras tengan la sartén por el mango y el mango también, y la estrategia está delineada desde hace siglos: que nadie toque la sartén, que si alguien toca la sartén no larguemos el mango, que si tomaron el mango, llevémonos la guita.

La Quinta Pata, 24 – 06 – 12

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario