domingo, 23 de septiembre de 2012

No hay té de Ceilán (1951)

Enrique Santos Discépolo

Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo
lo chiquito.

Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote.

Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la
factoría de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una
patria nueva, y entonces, en vez de dar las gracias por el sobretodo de
vicuña, dijiste que había una pelusa en la manga y que vos no lo querías
derecho sino cruzado.

¡Pero con el sobretodo te quedaste!

Entonces, ¿qué me vas a contar a mí?

¿A quién le llevás la contra?

Antes no te importaba nada y ahora te importa todo.

Y protestás. ¿Y por qué protestás?

¡Ah, no hay té de Ceilán!

Eso es tremendo. ¡Mirá qué problema!

Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por
turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta.

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¡Pero no hay té de Ceilán!

Y, según vos, no se puede vivir sin té de Ceilán.

Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora me planteás un problema
de Estado porque no hay té de Ceilán.

Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los
ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero… ¡no hay té de Ceilán!

Para entrar en un movimiento de recuperación como este al que estamos
asistiendo, han tenido que cambiar de sitio muchas cosas y muchas ideas;
algunas, monumentales; otras, llenas de amor o de ingenio: ¡todas
asombrosas!

El país empezó a caminar de otra manera, sin que lo metieran en el andador
o lo llevasen atado de una cuerda; el país se estructuró durante la marcha
misma; ¡el país remueve sus cimientos y rehace su historia!

Pero, claro, vos estás preocupado, y yo lo comprendo: porque no hay té de
Ceilán.

¡Ah… ni queso!

¡No hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decir a mí que no es un
problema?

Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la
vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, vos te
conformabas con una vida de araña.

Ahora ganás bien; ahora están protegidos vos y tus hijos y tus padres. Sí;
pero tenés razón: ¡no hay queso!

Hay miles de escuelas nuevas, hogares de tránsito, millones y millones
para comprar la sonrisa de los pobres; sí, pero, claro, ¡no hay queso!

Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso. Sería un problema para que se
preocupase la vaca y no vos, pero te preocupás vos.

Mirá, la tuya es la preocupación del resentido que no puede perdonarle la
patriada a los salvadores.

Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que resistir y que vencer las
más crueles penitencias del extranjero y los más ingratos sabotajes a este
momento de lucha y de felicidad.

Porque vos estás ganando una guerra. Y la estás ganando mientras vas al
cine, comés cuatro veces al día y sentís el ruido alegre y rendidor que
hace el metabolismo de todos los tuyos.

Porque es la primera vez que la guerra la hacen cincuenta personas
mientras dieciséis millones duermen tranquilas porque tienen trabajo y
encuentran respeto.

Cuando las colas se formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o
depositar en la caja de ahorro, como ahora, sino para pedir
angustiosamente un pedazo de carne en aquella vergonzante olla popular, o
un empleo en una agencia de colocaciones que nunca lo daba, entonces vos
veías pasar el desfile de los desesperados y no se te movía un pelo, no.

Es ahora cuando te parás a mirar el desfile de tus hermanos que se ríen,
que están contentos… pero eso no te alegra porque, para que ellos
alcanzaran esa felicidad... ¡¡¡ha sido necesario que escasease el queso!!!

No importa que tu patria haya tenido problemas de gigantes, y que esos
problemas los hayan resuelto personas.

Vos seguís con el problema chiquito, vos seguís buscándole la hipotenusa
al teorema de la cucaracha, ¡vos, el mismo que está preocupado porque no
puede tomar té de Ceilán! Y durante toda tu vida tomaste mate!

¿Y a quién se la querés contar?

¿A mí, que tengo esta memoria de elefante?

¡Nooooo, a mí no me la vas a contar!"

La Quinta Pata

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