domingo, 9 de septiembre de 2012

Juicios: reivindicación de la solidaridad militante

Ramón Ábalo

¿Cuáles eran los objetivos fundamentales de aquella juventud – de muchos veteranos también - que los llevó a tomar las armas para enfrentar a un enemigo poderoso, patrón y capanga universal: el imperialismo yanqui, el de los países de la Europa central y sus socios nativos en los países de la periferia? ¿La lucha por un país mejor, por un mundo mejor, era pura ilusión producto de un idealismo trasnochado? ¿Qué legitimaba esa lucha armada en la Argentina bajo la prepotencia del partido militar y sus conmilitones de las corporaciones monopólicas nativas y extranjeras? ¿Legitimaba a su vez aquella lucha la respuesta del terrorismo de estado?

Vino La Libertadora. Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas mandaron a fusilar a Valle, Tanco y masacraron a trabajadores en León Suárez. Ordenaron la proscripción y la penalización de todo lo que oliera a peronismo. La sangre derramada hizo germinar la resistencia, la de cientos de miles de argentinos, la mayoría vestidos de overol, y mujeres que en el íntimo altar de sus hogares elevaban plegarias a Evita, la abanderada de los humildes, según la mitología de los millones de excomulgados. De la resistencia el aura de la rebeldía se instaló en las posteriores generaciones juveniles. El viejo líder desde Puerta de Hierro despuntaba su ocio en cientos de cartas, mensajes y apoyaturas a las "formaciones especiales", eufemismo por la práctica de la lucha armada, la guerrilla urbana, las FAR, las FAP, Montoneros, el luche y vuelve fue clarinada de combates por venir. La Argentina de entonces sería la avanzada libertaria de todos los pueblos oprimidos y el peronismo su vanguardia. Los montoneros se aprovecharon de la bronca peronista y popular, inaugurando un proceso luminoso en que las utopías flameaban en la punta de los fusiles.
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Recuperar identidad, la esquilmada durante casi veinte años; inclusive la entrega de la vida luchando contra la explotación del hombre por el hombre, el capitalismo en escalada contra la vida y la dignidad de los que trabajan, estudian y piensan el mundo. A esta raza pertenecían los luchadores de los ’60 y ‘70, afirmando las banderas de soberanía política, independencia económica y la justicia social, con una sustancia humanística indisoluble de esas banderas: la solidaridad.

Esto quedó reafirmado en las últimas jornadas de los juicios en Mendoza. El viernes último, por ejemplo, declaró Alicia Morales, esposa de Juan José Galamba, desaparecido, y la hija de ambos, Paula Natalia. Juan José y Alicia se conocieron cuando estudiaban en la Universidad Tecnológica, y contrajeron matrimonio en 1972. Al mismo tiempo militaban en el Partido Socialista Popular, lo que no les impidió, en 1976 refugiar a Jorge Vargas y a su esposa María Luisa Sánchez Sarmiento, que eran montoneros. Alicia dijo "estaban en mi casa, no tenían dónde estar, no se podía dejar a una familia en la calle a merced del monstruo del terrorismo de estado". Lo mismo les dice Galamba a su hija e hijo en sus cartas y en un cuaderno con notas que recién está en sus manos 20 años después. Y como Natalia lo afirma, su padre los insta a luchar por la solidaridad y el amor.

De las constancias que dejan los testimonios de quienes han sufrido la persecución y las torturas físicas y síquicas de la represión dictatorial, los genocidas habían estructurado una exacta metodología para exterminar a la "subversión" y uno de sus pilares: la solidaridad. Lo señaló Alicia Morales: "Si en el ‘77 estaban descabezadas y aniquiladas las organizaciones, el ‘78 fue el momento del mensaje planificado, previo al mundial de fútbol, contra la solidaridad remanente...querían exterminar a las personas, ideas y también la solidaridad".

No lo han logrado. En el curso de esta renovada historia que transitamos los argentinos, los latinoamericanos, la entrega de uno mismo por la preservación de la dignidad de los demás, es decir la solidaridad militante, es un patrimonio legado por aquellos militantes de la vida.

La Quinta Pata

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