domingo, 18 de noviembre de 2012

General y jefe de la CIA cayó en desgracia por alboroto de hormonas sexuales

Alfredo Saavedra

El general David Petraeus, director de la Oficina Central de Inteligencia (CIA), institución estadounidense de nefasta trayectoria en la historia de Latinoamérica, fue obligado a renunciar la semana pasada, tras revelarse haber cometido adulterio en relaciones secretas con por lo menos dos mujeres casadas, una de ellas la autora de la biografía del alto militar, Paula Broadwell.

Esa mujer, a su vez también asimilada del ejército yanqui (y muy hermosa por cierto) escribió la biografía de Petraeus, con el muy sugestivo título de All In, que en traducción convencional al español quiere decir “Todo inclusive” o “Considerándolo todo” pero también en traducción literal puede significar “Todo adentro” interpretación que le han dado, evidentemente de forma maliciosa, varios comediantes de los programas satíricos de la televisión en los Estados Unidos. Y lo repiten de forma socarrona: “Todo adentro”.

El general de cinco estrellas (como los hoteles de primera), oficial Petraeus, llegó a la dirección de la CIA luego de su desempeño como comandante supremo de las tropas estadounidenses en Irak, de donde regresó con el prestigio de haber logrado armonizar bastante a los grupos locales antagónicos, en una guerra considerada una causa perdida para los invasores, que en lugar de arreglar las cosas las han dejado peor de lo que estaban antes.

Pero al parecer el general Petraeus aprendió muchas cosas en Irak y una de ellas habrá sido adoptar la costumbre de tener varias mujeres, como lo enseñará la tradición en algunas sectas del Islam. Porque al importante militar, ahora botado del no menos importante cargo en la CIA, se le imputa haber tumbado en la cama a la curvilínea Jill Kelley, quien con su esposo han sido amigos con Petraeus y su esposa Holly. Por cierto que al producirse el escándalo, el esposo de la autora de “Todo Adentro” concubina de Petraeus, y el de la Kelley, la otra involucrada, optaron por esconderse del asedio de la prensa, lo cual resulta además un acto de colaboración para con el general que les clavó los cuernos.
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Por cierto que la pobre Holly es gorda como suele ser la mayoría de esposas de los milicos y además no estará muchos años atrás de su marido de 60, razones (en términos éticos inaceptables) para caer en la deslealtad matrimonial y lanzarse a la aventura de buscar mujeres jóvenes y deliciosas como lo son la Paula y la Jill. Pero como lo apunta una comentarista del enredo, no serán estas las únicas conquistas del eximio general, pues es de suponer que a la edad que tiene y habiendo estado antes en otras batallas amorosas no será la primera vez que se haga de un segundo o tercer frente.

En las últimas noticias se ha publicado en los diarios la ridícula historia de que el general Petraeus se hubiera salvado del escándalo y ahora estuviera en su puesto si se le hubiera administrado Oxytocin, una hormona que actúa como neuromodulador en el cerebro y que, según la noticia, es un inhibidor de la urgencia sexual, por lo que si el militar hubiera recibido las dosis correspondientes se hubiera abstenido de caer en la tentación de tirarse a las damas ya mencionadas y hubiera estado dedicado a las tareas regulares de la CIA entre las que su esposa piensa que estaban la de continuar conspirando para asesinar a Fidel Castro (aunque esa misión piensa ella que ahora está en manos de Dios) y también la de derrocar gobiernos desafectos a los Estados Unidos.

Pero aunque la información noticiosa afama los efectos beneficios del Oxytocin, ya fuera ingerido o por inyección, para contrarrestar el irresistible impulso sexual del general Petraeus, habida cuenta, según la nota periodística, de que ese compuesto hubiera afianzado la unión del militar con su esposa y derrochar en ella esa energía. Lo cierto es que, según la literatura médica, el Oxytocin puede resultar en un efecto de mayor estímulo, razón por lo que tiene la denominación de “hormona del amor”. Así las cosas, a lo mejor hubiera resultado que el muy condecorado general por gusto hubiera puesto las nalgas para que le pusieran tales inyecciones.

La Quinta Pata

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