domingo, 4 de noviembre de 2012

Otra visión histórica sobre los huarpes (III)

Damos por finalizada la edición de este material de divulgación histórica, cedido gentilmente por la Biblioteca “Mirador de las Estrellas de Tupungato”. Con él, y otros variados aportes, hemos venido vertiendo en estas páginas virtuales una amplia variedad de datos que se dedicaron a analizar la vida y cultura del pueblo huarpe. Todas han sido gestadas como visiones del estudioso occidental y cristiano —homo europis— que ve y juzga según sus propios moldes mentales y escala de valores. Sería interesante disponer ahora de una visión que surja de sus mismos descendientes. Queda el desafío en pie…
Eduardo Paganini

Adolfo Cueto, Aníbal M. Romano y Pablo Sacchero

La alimentación no sufrió grandes cambios respecto a las épocas anteriores, carnes, huevos, hortalizas y frutas participaban de la mesa cotidiana. Para esta época se incrementó el consumo del pan de algarroba - antecedente del “patay”- que se preparaba de una forma similar como en la actualidad. Los cronistas hacen notar la discordancia existente sobre la manera como satisfacían y controlaban el hambre. Según estos, tanto podían sustentarse con poca comida en los períodos de escasez, como cometer excesos en los momentos de abundancia o cuando eran invitados a algún banquete.

Al fermentar el fruto de la algarroba o del maíz obtenían una bebida alcohólica que era consumida en abundancia en cierto tipo de reuniones sociales.

Las parcelas en que se dividía la tierra eran de propiedad del cacique, como así también lo eran las acequias, los vegetales útiles, tanto los cultivados como los silvestres. El cacique tenía poderes como para vender, donar o arrendar la tierra. A la muerte de este heredaba la propiedad el hijo vivo de mayor edad. De no tener hijos varones la sucesión pasaba al hermano que le seguía en años. El concepto de propiedad existe en todas las comunidades humanas, sin embargo la forma de reconocer el derecho o la facultad de disponer un bien puede tomar diversas formas. Por ejemplo, la idea de propiedad privada no es de dominio universal.
En el caso que se está tratando aparece el cacique como dueño absoluto de tierras y personas, pero esto podría bien ser una apariencia. Hay agrupaciones humanas que sustentan la idea de la existencia de una relación especial, casi simbiótica, entre el principal político o familiar con la tierra. A su vez este jefe o cacique, si bien dispone a su arbitrio el patrimonio, no se “siente” dueño del bien. De esta manera jefe, familia, grupo humano y tierra se identifican como un solo cuerpo y generan el concepto de “interés común”.
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La estructura de parentesco , es decir, a quién un individuo reconoce como pariente o no, es distinta en todas las culturas. Hay agrupaciones humanas que consideran parientes nada más que a los ascendientes por vía materna, otras por vía paterna o bien por ambas líneas. Los huarpes, al igual que en la cultura euroamericana actual, institucionalizaron la descendencia bilateral. Sin embargo, a los efectos de identificar a un individuo se lo adscribía al núcleo familiar paterno. Para ejemplificar se puede igualar con las costumbres vigentes en la actualidad: una persona reconoce como pariente tanto a los que están ligados a la madre como al padre, pero los apellidos - exceptuados algunos dobles - corresponden a los paternos.

La familia como institución era muy considerada, tanto era así que diferenciaban los hijos legítimos de aquellos que no lo eran. La novia era “comprada”, pagada con bienes tangibles o bien con la prestación personal de un servicio. A esta costumbre tan extendida en el mundo no se la debe considerar como retrógrada o empapada de un espíritu mercantilista, donde la novia es equivalente a la res o una bolsa de maíz. Nada de eso, expresa más bien la voluntad de compensar a la familia que cede un ser querido o pierde un miembro de ella.

El varón elegía esposa fuera del núcleo familiar -exogamia-y la esposa tenía obligación de residir en el sitio donde vivía la familia del esposo -patrilocalismo. La mujer estaba sometida o la autoridad del marido, lo cual le daba a este una preeminencia social. Pero a su vez la esposa podía abandonar al marido, juntamente o no con sus hijos, si estaba disconforme con el proceder de aquel, especialmente si mediaban malos tratos.

La poliginia , es decir el matrimonio de un varón con varias mujeres, era factible. Pero el costo de la “compra de la novia”, la obligación de atender la alimentación de las esposas y sus hijos, la insignificante diferencia numérica entre hombres y mujeres, limitaban este derecho. Dentro de esta poligamia - posibilidad de tener varios esposos o esposas - se podía dar la ocasión de que un varón se casara con todas las hermanas de una misma familia -poliginia sororal- o bien que contrajera nupcias con la o las viudas de un hermano fallecido - levirato.

La existencia de un trato fraternal diferenciado por un lado y la adjudicación de la herencia patrimonial y política por otro, hacen que el idioma huarpe recalque con una palabra distinta al hermano mayor del menor. También existía la institución de la adopción, como una forma de otorgar protección económica, social y sentimental a los huérfanos.

Muchos aspectos de la conducta social, manifestada en muchas ocasiones, parecen certificar la existencia de un acentuado patriarcado. Las desenfrenadas reuniones de varones, y la práctica del rito de iniciación, aportan argumentos favorables para esta afirmación. El programa de esta reunión comenzaba cuando un cacique invitaba a los miembros varones de otros caseríos - a veces distantes - a una bacanal, que podía durar hasta cuatro días consecutivos. Los hombres en esta reunión danzaban, comían y consumían grandes cantidades de bebidas alcohólicas. Las mujeres no participaban de esta orgía y permanecían fuera del recinto - el que fue descripto anteriormente - donde transcurría la acción. Estas entraban periódicamente para proveer mayor cantidad de comida y bebida, pero durante ese momento les estaba prohibido mirar a los varones. En consecuencia, debían orientar la cabeza hacia la pared y permanecer con los ojos cerrados.

La presencia de estas verdaderas “casas de hombres”, donde el acceso estaba permitido nada más que a los varones “iniciados”, indica el reconocimiento de un espacio social reservado nada más que para estos. Es decir que la cualidad de hombres conllevaba un “status” muy especial. Este hecho social ha sido estudiado entre los indígenas de Nueva Guinea y también descripto por un cronista de la conquista para los indígenas del centro de Chile.

Las primeras crónicas dan pie a inferir la existencia de verdaderas ceremonias de iniciación. Estas son practicadas por casi todas las culturas, pero los aspectos formales pueden variar muchísimo. La idea básica se centra en el concepto de cambio, de tránsito, la de pasar de una posición social a otra. Tales ceremonias cumplen importantes funciones psicológicas y sociales pues definen con toda claridad cuál es el comportamiento que espera una sociedad de un miembro individual. Para el caso que está tratando el cambio se refiere al pasaje de la niñez - del varón huarpe - al estado de adultez.

Esta ceremonia comienza en el recinto destinado a las reuniones sociales con la llegada de determinados niños ya crecidos, que son acompañados por hombres adultos. Luego un anciano toca un tambor y los presentes bailan y consumen bebidas alcohólicas. En determinado momento aparece un personaje, al parecer disfrazado, tratando de aparentar un perro o un zorro, profiriendo gritos y aullidos. Luego les proporciona una perorata a los presentes y al término los padres les presentan a los niños. El personaje araña a estos con un punzón hasta que les salga suficiente sangre, la cual recogen con la mano y la tiran al aire. Posteriormente los niños son sometidos a un prolongado ayuno.

El cacicazgo era una institución delineada sobre un marcado autoritarismo y por lo tanto se imponía una sumisión incondicional a la autoridad del cacique. Este dominio se ejercía sobre la totalidad del grupo humano que respondía a una determinada unidad socioeconómica. Sin embargo, existía una cierta libertad por parte de sus dominados, ya que si no estaban conformes con el desempeño de la jefatura, podían mudarse a otra parcialidad.

El sepelio de un difunto respondía a un acto social y se llevaba a cabo con danzas al compás del tambor. La creencia de una existencia en el “más allá”, donde morarían en la cordillera en compañía de sus dioses, generaba la idea de un viaje. Para emprender este viaje era necesario equiparse de ropas y víveres. Por eso en las tumbas depositaban comidas - maíz, tórtolas - bebidas – chicha - mantas, etc. Las expresiones formales de duelo se representaban por danzas, ingestión de bebidas alcohólicas hasta la embriaguez y la determinación de no lavarse la cara.

La jefatura política la ejercía el cacique. Dentro del espacio de un valle coexistían varios caciques, quienes, al parecer, reconocían a uno de ellos como el de mayor jerarquía. No se sabe a ciencia cierta si este hecho tenía carácter permanente o si bien constituía una respuesta a algún episodio extraordinario.

El cacique era asistido en sus funciones por un lugarteniente conocido con el nombre de “principal”. La sucesión del cacicazgo se realizaba de acuerdo con la costumbre que regía la herencia de los bienes patrimoniales. También estaba previsto el hecho de que el heredero no tuviera la edad suficiente para hacerse cargo de esa responsabilidad. En ese caso un pariente varón, a menudo un tío paterno, hacía las veces de regente.

Prácticamente no hay agrupación humana que no cultive alguna forma de vida religiosa. La religión, entre otras cosas, constituye una respuesta adaptativa del hombre a su universo. Ya sea por arriba o por debajo del nivel de la conciencia los seres humanos “sienten” su finitud y la religión les aporta seguridad frente a las fuerzas que son más poderosas que él mismo. Nace así el concepto de sobrenaturalismo, que constituye la esencia de todo fenómeno religioso y también mágico. Si bien no existe una definición totalizadora del fenómeno religioso puede afirmar que la religión es “creencia en” e “identificación con” una fuerza o poderes mayores al del hombre.

Los huarpes eran politeístas. La deidad mayor la llamaban Hunuc Huar. Se trata de un dios incorpóreo, benéfico, al cual respetaban pero también temían y que residiría en la cordillera. Adoraban divinidades corpóreas como el sol, la luna, el lucero de la mañana, el rayo, los cerros y los ríos.

Íntimamente relacionada con la religión se encontraba la magia . Para poder gozar de buena salud era necesario adorar a distintas divinidades. En caso de enfermedad a más de seguir un tratamiento curativo sobre la base de hierbas medicinales, se empleaba la medicina mágica. También se apelaba a la magia para tener éxito con las mujeres, para hacer llover, etc. Cuando debían cruzar la cordillera, para congraciarse con los dioses les ofrendaban maíz, plumas y otros bienes.

Practicaban la auguración , es decir el arte supersticioso de adivinar lo que sucederá a través de la interpretación de los sueños y del canto de las aves. El personaje encargado de todo el quehacer mágico era el hechicero.

Al parecer el patrimonio artístico era sumamente escaso. Decoraban los vasos cerámicos pintando motivos geométricos y los cestos tejidos con motas de lana de diversos colores. Realizaban ciertos dibujos pintados o grabados en piedras y paredes rocosas. Exceptuando un tipo de tambor, no tenían instrumentos musicales. Los huarpes de Mendoza hablaban la lengua conocida como Millcayac, variante local o dialecto de un tronco huárpido, mientras que los naturales de San Juan tenían su propia variedad idiomática conocida como Allentiac. Ambos dialectos se asemejaban lo suficiente como para no tener demasiados inconvenientes para su aprendizaje. Las palabras se formaban con la combinación de veinte sonidos, de los cuales cinco son vocales cuya sonoridad era muy parecida al español. Como dato curioso se puede mencionar la inexistencia de los sonidos que en castellano corresponden a la B, D, F y J. Para diferenciar los géneros y plurales o para formar los tiempos y modos verbales o identificar los casos, etc., utilizaban un gran número de partículas auxiliares. Al pronunciar las palabras por lo general se acentuaba la última sílaba o la penúltima en los sustantivos.

A menudo se cree que los idiomas indígenas son ásperos en su pronunciación y que la conversación se realiza en forma airada o con una energía muy particular. Los huarpes cuando hablaban lo hacían con suavidad, sin gritos ni estridencias y complementaban su discurso con una gran cantidad de gestos y ademanes.

El sistema de números se basaba sobre el valor del cinco y del diez. Las cifras del uno al cinco tenían un nombre; igualmente el diez. El resto se formaba al sumar y coordinar las cifras con nombre. Así por ejemplo para referirse al número ocho se decía “tres sobre”, aquí el cinco quedaba implícito; para referirse al nueve, se decía “cuatro sobre”; para expresar el doce se decía “diez al dos” o “diez en dos”. Este sistema sugiere el haber tenido un principio digital no demasiado distinto al utilizado en la antigua Roma.

Muy probablemente utilizaban una medida de tiempo basada en las fases de la luna, ya que el mismo término servía para designar a la luna y al mes. Las medidas de longitud se establecían de acuerdo con las diversas partes del cuerpo humano, así es que se podía hablar de brazos, dedo, pasos, etc.

Baulero: Eduardo Paganini

Historia de Mendoza: Período Prehistórico: Etapa Prehispánica, Fascículo 4, Diario Los Andes. s/d

La Quinta Pata

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