domingo, 4 de noviembre de 2012

De la Media Luna a las luces de la poesía

Ramón Ábalo

Con Armando nos hicimos en la penumbra de los viejos y ya desaparecidos cafetines, bares y estaños barriales, y en el destello de inagotables jornadas donde la poesía corporizaba - la poesía de Armando - sueños y utopías.

Nos hicimos en ámbitos de extramuros, en una cultura nada academicista, cultura de esos entrañables estaños, cultura de solidaridad y compromiso. Poco que ver con la emperifollada cultura, sin ajuste ni consumismo Quiero decir que al igual que yo, muchos tuvieron el privilegio de la amistad de Armando, con quienes me hermano en los momentos de recordación, como cuando éramos partícipes de la mesa común, en largas tenidas, convocando a la diafanidad de la poesía y ahuyentando la tristeza y la desazón existencial, que se nos prende seguido en nuestros pechos argentinos. Por un poco de pudor voy a dejar de lado los encuentros y laberintos que forjaron nuestra amistad, entramada, eso sí, por una igual pasión solidaria y comprometida.

Y Armando fue siempre fiel a esa pasión, a ese código de honor propio, como esas fidelidades heredadas en los confines de nuestra Calle Larga y la Media Luna, de esa calle pobre en vituallas pero rica en exclamaciones altisonantes, escenario cotidiano de patadas, piñas y corajes, en un armónico equilibrio de remansos y jolgorios, y donde lo sagrado no eran tanto los dioses como sí la palabra empeñada para no faltar a las citas de los entreveros y las broncas, poner el pecho contra los explotadores, los dueños del dinero. Código de honor no escrito ni bastardeado en las letrinas cupulares de las corporaciones elitistas.

Recuerdo que alguien, herido por los dardos poéticos de Armando, le endilgó aquello de resentido social, a lo que Armando, ligero de reflejos y cargado de indignación, le contestó: "...tiene razón, soy un resentido que quiere decir varias veces sentido por las cabronadas de los hijos de mala madre..." afirmando así, ante el energúmeno enemigo, su humana esencia solidaria para con los desprotegidos, los marginados. Para con los que son culpados de ser pobres.
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Auténtico y fiel a esos códigos de profunda esencia de clase. Y cuando fue víctima del equívoco, Armando protagonizó un episodio público que tiene que ver con la grandeza y valentía de su espíritu. Fue cuando desde su banca de diputado provincial, allá por los años ‘60, defendió los contratos petroleros tramados por el frondizismo y las multinacionales. Fue algo así como defender la entrega -que sí se hizo - de YPF por el menemismo. Pero cuando advirtió la estafa, como esa vez su también gran amigo el Ángel Bustelo, "le apareció la recia figura del tropero padre", se separó del bloque y creó su propia trinchera.

Pero lo inédito fue que durante un acto realizado a todo público en un tradicional - y también desaparecido - salón de calle Catamarca, Armando hizo su autocrítica y anunció su adhesión a la ideología comunista, que fue también su antorcha y vigía en su camino poético. Fidelidad y entereza, mercancías que escasean en los estantes de la condición humana. Soporte de una actitud permanente, su poesía fue la herramienta con la que enfrentó a los bárbaros de las décadas del ‘60 y ‘70, a los criminales de lesa humanidad. Su canto azotaba los rostros del cinismo y el escarnio, y por eso algunas veces tuvo que salir hacia otros horizontes donde su grito tuvo la misma dimensión. Anduvo los caminos del mundo, pero siempre se posó con amor y compromiso universal en las tierras de Fidel, de Sandino, del Farabundo Martí, de Salvador Allende, y se hizo vocero, agitador y pasionario de los nuevos libertadores americanos, referentes inclaudicables de un mundo mejor, ese que en las vigilias primeras nos conmovían como única voluntad de futuro.

Alzó como pocos en esta tierra, su voz y su canto contra el oprobio y la muerte y transfiguró la ignominia en el poema límpido de la libertad y la esperanza.

Y claro, Armando, un ser de carne y hueso, de carne y sangre, como nosotros, tuvo sus debilidades. Pero esas mismas debilidades legitiman su enorme canto de amor y dignidad por nosotros, pueblo al fin, que se debate entre la impiedad de un sistema monstruoso, el capitalismo y el imperialismo, y la construcción de caminos libertarios.

Ahuyentando precisamente la desesperanza estará para siempre la voz de Armando, porque también alcanzó el dolor como redención y fue él mismo, sus sueños y utopías, para:

Nunca más de rodillas,
nunca más a pedazos,
nunca más a la muerte,
sin haber respirado.

Nunca más como topos,
nunca más acosados.

El hombre por sí mismo.
Hasta él mismo lanzado.
Hasta su envergadura.
Hasta el hombre soñado (x)


(x) Poema de Armando Tejada Gómez

La Quinta Pata

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