Nora Bruccoleri
a Alfonso, mi Padre
El único tren que nos está quedando.
El de la memoria.
Lo que fuimos.
Se lo escucha
por aquellos fundadores
de veredas férreas,
quebrachos en fraternidad
con vapores del porvenir,
azules ferroviarios
que fraguan desde un pasado siglo,
el destino honroso
que le dio sentido de país al país.
El despojo descarriló
faenas, estaciones, encuentros,
hasta el regazo de la esperanza.
Pero el pasado enciende,
nombra y asombra.
Es un ramal inclaudicable.
El único tren que nos está quedando.
El de la identidad.
Lo que somos.
Ella se horneó en las herrerías
de aquellos obreros,
prodigiosas lumbres de unidad.
Cómo no escribir el heroico viaje
de esas épocas en que la hombría
bajaba barreras a la opresión.
Porque desde las cumbres
de esclarecidas locomotoras,
desde los talleres del esfuerzo
y la conciencia de horizonte,
los forjadores de historias andantes,
los azules ferroviarios
tocan silbatos y campanas.
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