domingo, 9 de diciembre de 2012

Revolución

Rolando Lazarte

No deja de llamarme poderosamente la atención, el creciente número de denuncias contra dignatarios de la iglesia católica por estar involucrados en crímenes contra la humanidad, abuso sexual, discriminación contra las mujeres, etc.

Yo creo que todos los crímenes deben tener el mismo tratamiento, o sea: juicio imparcial, y condena. Pero de todos modos, el centro de lo que quiero decir aquí, está en otro lado.

Me refiero al hecho de que cuando alguien se concentra en los delitos de los demás, está obviamente demasiado interesado en lo que los otros hacen.

Esto no debe entenderse, ni mucho menos, como algún tipo de disculpa frente a lo que sea que los dignatarios católicos puedan haber hecho de condenable. Sea en el país que sea, y sea en la época que sea.

Me refiero a que si alguien quiere seguir a Jesús, o llevar una vida dedicada al cuidado de los demás, o bien dedicarse a construir lazos solidarios en las comunidades donde está insertado, no tendrá tiempo ni ganas de dedicarse a criticar a quienquiera que sea, ya se trate de la iglesia, el gobierno, o quien sea.

Yo creo que el mundo cambia más por lo que hacemos de constructivo, que por las críticas que repartimos a diestra y siniestra, muchas veces con el propósito inconsciente de “lavarnos las manos” frente a lo que la conciencia nos señala.
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Yo no creo que nadie necesite que alguna institución le diga lo que tiene que hacer, o cómo debe vivir. Todos necesitamos, eso sí, formar parte de redes sociales en las cuales se cultive el amor, el respeto, la fraternidad, la justicia, etc.

El mundo actual está demasiado fragmentado, como para que alguien pueda todavía querer convencer a los demás de que podemos salvarnos solos.

Cada vez más, la interdependencia en la base, entre los distintos esfuerzos solidarios que las personas y comunidades llevan a cabo para resistir a la disolución de las identidades y del sentido de la vida, son la marca caratecterística del quehacer en dirección a una vida humana más plena y más feliz, más digna de ser vivida.

Digo estas cosas no con la pretensión de enseñarle nada a nadie, sino más bien para que yo mismo no pierda el foco. Y me vienen ahora las palabras que John Lennon dijo cuando le preguntaron, en 1980, cuál era su mensaje para la juventud de los años 1980.

“Mi mensaje es que si creen que tienen que salvar al Perú, vayan y salven al Perú. No esperen que Jesús Cristo o John Lennon o Ronald Reagan lo hagan. Vayan y háganlo.” Esto me trae al final de estas reflexiones.

Hace ya varios años encontré en la terapia comunitaria integrativa, un espacio para la realización de mis sueños. Un lugar donde pudiera ser yo, un lugar donde de hecho, voy siendo cada vez más yo mismo.

Esto no es una panacea, ni una solución milagrosa. Es una posibilidad de rencuentro de lo que el sistema capitalista separa y opone. La persona y la comunidad, es decir, la persona es comunitaria, pero el sistema la hace olvidarse de sí misma, la desarraiga, la deja vacía.

La terapia comunitaria integrativa le abre una posibilidad a quien aún quiere encontrarse, para que recupere su ser social expropiado. Para que encuentre, o mejor dicho, para que construya, un lugar para sí en un mundo alienante y anómico.

Estas cosas las comparto, repito, no con la intención de condenar a los críticos, sea de la Iglesia, del gobierno o de lo que sea. Sino más bien digo estas palabras para yo mismo no perder el foco. No dejar que lo negativo ocupe el lugar del fuego interno que ha vuelto a brillar en mi corazón.

La Quinta Pata

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