domingo, 2 de diciembre de 2012

Panorama del teatro en Mendoza

Interesante mirada al pasado de nuestra actividad dramática podemos contemplar hoy en nuestra sección EL BAÚL, aunque en rigor los autores se dedicaron a evaluar las acciones actorales más que las dramatúrgicas. De todos modos, no deja de ser bueno tener a la vista este pasado que forma parte del cimiento que subyace bajo la intensa y variada actividad del presente en los escenarios mendocinos, referentes significativos para el resto del país.
Eduardo Paganini

Miguel Guerberof y Raúl Fain-Binda

Hasta hace poco tiempo, la mayor parte de los viajeros que regresaban a Mendoza citaban entre sus recuerdos la buena impresión que les causara el teatro en Buenos Aires o Santiago de Chile. En efecto, Mendoza era, entonces, una ciudad semidesierta de espectáculos de real jerarquía teatral. Los anuncios de algún estreno en los diarios locales no movilizaban sino a una pequeña minoría, constituida en parte por amigos de los actores y en parte por intelectuales y diletantes que comprendían y justificaban los escasos medios utilizados. Compañías de Buenos Aires, formadas apresuradamente con obras intrascendentes, abusaban del crédito que el espectador no avisado les otorgaba. De esta forma, la seriedad en la elección de su repertorio, que era una de las virtudes de los elencos locales, conspiraba contra sus posibilidades de repercusión.

Poco a poco, fue cambiando el panorama, los estrenos se multiplicaron y, lentamente, el público fue llenando las salas, prolongando una actividad que antes se agotaba con cuatro o cinco representaciones en la Capital y un par de excursiones a San Martín y a San Rafael. No quiere decir esto que el nivel de calidad se elevara: en Mendoza no existe, en rigor, una Escuela teatral; el Seminario de Teatro de la Universidad hace años que no justifica totalmente su funcionamiento, casi precisamente desde la época en que dejó su dirección Galina Tolmacheva, bajo cuya severidad se formaron algunas figuras que aún hoy siguen siendo lo más importante y creador del teatro mendocino. La mayoría de los elencos se forman prescindiendo de los egresados de aquel Seminario, y su reclutamiento se realiza con el antiguo: “¿Quiere usted hacer teatro?”. “Suba, que empezamos”. Los ensayos se realizan en los lugares más inconvenientes, y desafiando el temor de no tener sala en donde estrenar; de las tres que merecen este nombre, dos pertenecen a sociedades comerciales de quienes lógicamente, no se puede esperar una ayuda; la tercera, el Teatro Independiente [sic], depende de la Dirección de Cultura y de las funciones de más variado tipo que ocupan su cartelera.
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En pleno parque San Martín, encontramos uno de los escenarios al aire libre más hermosos y apropiados del país, con capacidad para más de mil personas; la ingenuidad oficial lo ha bautizado como Pequeño Anfiteatro, comparándolo, sin duda, con el gigantesco Teatro Griego Frank Romero Day, donde 50.000 espectadores presencian el Acto Central de la Fiesta de la Vendimia. Este Pequeño Anfiteatro, conocido popularmente como Teatro Pulgarcito y olvidado durante largos períodos, fue rehabilitado, en parte, gracias a los esfuerzos de Cristóbal Arnold, organizador del Teatro Municipal, quien puso en escena La Hermosa Gente, de Saroyan, y el éxito más notable de la temporada: Lady Godiva, de Canolle. Con un elenco parejo, donde se destacaban el propio Arnold y Marta Esquivel, la comedia era aprovechada al máximo, utilizando una sobria escenografía de elementos y dando participación a la vegetación del mismo escenario. El apoyo del público fue constante, y sólo lo negó cuando el frío de las noches se hizo sentir.

Con la dirección de su nuevo regisseur, Jorge Della Chiessa, el Teatro de la Universidad puso en escena El Rinoceronte, de E. Ionesco, autor muy conocido en Mendoza gracias al fervor de una pionera: Clara Giol Bressan. Los comentarios recogidos fueron halagüeños e hicieron lamentar una vez más la falta de un local permanente, donde este elenco pueda aumentar el número de sus representaciones y no limitarlas a una sola semana. Esto es más sensible si tenemos en cuenta que todos los actores son rentados y pasan la mayor parte del año ensayando, sin más aliciente que dos o tres estrenos.

Carlos Owens trabajó mucho al frente de su revitalizado Nuestro Teatro y tuvo un buen éxito de público con Un tal Judas, de Bots y Puget, obra árida que despierta desconcertantes adhesiones de sectores incompatibles entre sí. Además reestrenó Nuestro fin de semana, que ya le diera satisfacciones el año pasado; esta vez con un renovado elenco donde se destacan el excelente Carlos Ferrer, Mercedes Agustín y Augusto Kretschmar.

Un grupo que también trabaja activamente es la Comedia Provincial Privada, cuyo mayor mérito es servir de engarce al mejor actor que trabaja en Mendoza, Rafael Rodríguez, y ensayar una organización de tipo cooperativo que lo convierte en un núcleo bastante unido y estable. Estrenó con regular fortuna Don Juan, de Figueiredo, Ornifle, de Anouilh y, con mejor suerte, Vidas Privadas, de Coward.

Menos afortunadas fueron las experiencias del Teatro Popular con El Desatino, y del Teatro de Cámara de Cultura Hispánica con su espectáculo “Teatro Breve”. Este consistía en una desconcertante mezcla de Historia del Zoo, de Albee, El cornudo apaleado, de A. Casona, y Vestido de divorcio, de una señora mendocina, María Funes de Foster.
Las zorras y las uvas, El gesticulador, y Té y simpatía fueron aciertos bastante gratos en temporadas anteriores, del grupo de teatro de Ciencias Económicas. Este año su director, Leo Monte, no tuvo igual suerte; su desvaída puesta en escena para La versión de Browning no tuvo ninguna resonancia ni de público ni de crítica. Sólo es salvable, en cierta medida, el correcto desempeño de Ernesto Moreno, acompañado esta vez por un grupo de jóvenes que no llegó nunca a dar el tono justo que la pieza de Terence Rattigan necesitaba.

Dejamos para el final la cita de Un guapo del 900, que puso en escena Milagros de la Vega en el Teatro Independencia. Esta figura consular de la escena argentina fue contratada por la Dirección de Cultura para esta puesta y para el dictado de un cursillo de interpretación. Milagros de la Vega se quejó frecuentemente del poco apoyo de los actores mendocinos, que retacearon su concurrencia al curso. Aceptamos y compartimos en parte su reacción, pero se nos ocurre que contratar a una gran actriz por el término mezquino de un mes y medio, no soluciona en nada el angustioso problema de la falta de maestros. Es una perogrullada recordar el tiempo y esfuerzo que hay que emplear para transformar un joven dispuesto en un actor discreto. Actualmente buena parte del público que concurre al teatro lo hace por primera vez y penetra con excesivo respeto en ese ambiente casi de “sociedad secreta”, de complicidad actor-espectador muy distinto del cine. Luego de algunos años, mayor número de espectadores estará en condiciones de exigir más calidad interpretativa y mejores espectáculos. Si a esto agregamos la poca colaboración de los distintos elencos entre sí, no es difícil augurar una crisis a breve plazo. Solamente en la Capital coexisten diez elencos, todos organizados alrededor de dos o tres personas que le dan sus características, a las que se sujeta una mayoría nómade, que luego de un par de estrenos emigra y ocupa el lugar abandonado por otros. Los intentos de organización han sido tímidos, por causa del lógico choque entre actores acostumbrados a la rígida disciplina de los teatros independientes de Buenos Aires, los egresados del mediocre Seminario de la Universidad y una mayoría de empleados públicos o de comercio, cuyos horarios e intereses no son los más apropiados para aceptar el sacrificio que significa dedicar un par de horas diarias al trabajo de escuela, esfuerzo este que no está gratificado con un estreno inmediato. Actualmente varios buenos elementos, gracias a la continuidad de estrenos y al apoyo del público, tienen oportunidad de desarrollar sus virtudes, pero también ejercitan sus defectos sin que nadie los corrija.

Pero todas estas objeciones palidecen al compararlas con el principal mérito: el teatro en Mendoza es el mejor medio para elevar el nivel cultural, ya que el público no apoya masivamente el cine-arte, ni las manifestaciones plásticas o musicales, disciplinas que han alcanzado una mayor calidad. Son frecuentes, en los diarios, las sugerencias y reclamos de lectores interesados en el cabal aprovechamiento de teatros al aire libre, en la reconstrucción del desaparecido Teatro Municipal, etc. Estos oficiosos colaboradores delatan un interés popular que es más que latente y, si consideramos el hecho de que todo se ha logrado a pesar de todo, no podemos menos que dar un voto de confianza a esos diez conjuntos que han hecho el teatro en Mendoza.

Baulero: Eduardo Paganini
Lyra, Año XXIV, Nº 201-203, marzo de 1967, dedicado a “Baco en el arte”. Material gentilmente cedido por la Biblioteca Mauricio López de la Fundación Ecuménica de Cuyo, Mendoza.

La Quinta Pata

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