domingo, 6 de enero de 2013

Insolente derroche de la opulenta farándula

Alfredo Saavedra

El actor Leonardo DiCaprio, célebre en particular por su actuación en la afamada película “Titanic”, al festejar su cumpleaños en fecha reciente se gastó “la módica” cantidad de 3 millones de dólares en la libación del champán Armand de Brignac, una bebida francesa cuya botella cuesta nada menos que $250.000, por lo que no habrá sido mucho lo consumido de ese licor, pues los tres millones, como se ve, no alcanzarían más que para el gasto de una docena de esas botellas.

Aunque, según lo informa una revista del chisme farandulero, el costo de la fiesta de unas cuantas horas, no pasó de unos 4 millones de dólares, es revelación de la inversión regular que hacen en esos jolgorios los artistas de cine en particular, tal vez para compensar las privaciones que pudieron tener durante los años de pobreza que muchos de ellos (ellas) pudieron tener.

Es ese el caso de la cantante Madonna, en la indigencia en sus años de adolescente, explorando posibilidades de trabajo, lo que fuera, en la populosa ciudad de Nueva York, para llegar en los últimos tiempos a convertirse en propietaria de dos plantas con costo de $23,5 millones, con vista hacia el famoso Central Park, en un edificio de condominios para millonarios. Había vendido en esos días una propiedad en esa ciudad por $32 millones. Pero eso es apenas un pelo del oso, de la cuantiosa fortuna que se dice posee la diva de origen italiano, quien es famosa también por su afición a cambiar maridos, no importa el costo que ello implique, pues los chismes dicen que suele comprarlos con la misma facilidad con que hace las compras de sus mudadas para un armario renovado menos que los maridos, que se irán con buena plata después de ser botados por la cantante mesalina.

Pero no es solo en vino y en propiedades (o maridos o mujeres) que se gastan el dinero los trabajadores del espectáculo, como les gusta que les llamen. Otro rubro de derroche es el gasto en cirugía, para las reparaciones de cara en especial, pero también no con menos interés otras partes del cuerpo, incluyendo, por supuesto y con mucha importancia, las áreas para la función sexual. Un ejemplo de eso está en la chaparrita cantante de la llamada música del campo, Dolly Parton. Los pechos, que no se sabe si eran de ella por regalo de la naturaleza o por adquisición en la industria del silicón, han recibido varias transformaciones, lo cual habrá servido para afinar su práctica los cirujanos del cuchillo en la reconstrucción corporal.
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La cantante y actriz cumple 67 años este mes de enero y eso, según ella misma lo confiesa, la ha determinado a ofrecer su cuerpo a la cirugía estética, que en reciente tratamiento le ha arreglado los párpados, los labios, el cuello, caderas y nalgas, quitándole o poniéndole carne donde lo necesite, o remozamiento con el popular Botox, que aseguran es un producto maravilloso para ese efecto. Con todo eso, la señora Parton ha pasado a ser una especie de Frankesteina. Pero tiene tanto dinero no solo para sus reparaciones corporales sino para su propia distracción y la de sus amigos ya que posee un parque de diversiones llamado Dollywood, costoso igual que otros parques similares como el del difunto cantante contorsionista Michael Jackson.

Ha sido en la sociedad capitalista donde se ha dado esa disparidad en la función del trabajo, si como tal puede ser considerado el de los artistas, porque en el cuadro de la producción, en la categoría de la labor asalariada, en términos de justicia merecerían tener la paga de los artistas (de la industria del cine, por ejemplo), los trabajadores de la industria minera que su labor se realiza en condiciones de riesgo no solo por los peligros que entraña el trabajo físico subterráneo sino la salud de forma permanente amenazada por la exposición en ambientes contaminados.

En otras áreas del trabajo físico, como el de la construcción y en industrias de labor pesada y deteriorante de la salud, o por extensión la actividad manufacturera y de manera reciente la de trabajos con el uso de equipos y aparatos de radiación como las computadoras que, dependiendo de las condiciones pueden ser extenuantes y de gran daño. En esas tareas nunca podrá ser concebido que reciban recompensa salarial ni siquiera con aproximación infinitesimal a la de los artistas de cine y el espectáculo en general en los países capitalistas.

Con razón toda esa población de la industria de la diversión, con excepciones que pueden ser contadas con los dedos de una sola mano, le tiene pánico a la eventualidad de la instauración de procesos socialistas, donde el trabajo de los artistas en general, conforme la experiencia ya dada, no tiene privilegios en cuanto a remuneración, con respecto al trabajo asalariado en su conjunto.

Solo en un conglomerado donde la actividad del artista sea apreciada como una contribución a la cultura popular y donde el arte sea tan importante como las otras áreas de la producción, tendrá que haber ecuanimidad para la recompensa, que esté acorde con los términos de justicia en una sociedad de amplia proyección humanitaria.

La Quinta Pata

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