domingo, 13 de enero de 2013

La violencia de las costumbres o gato por liebre

Fernando Rule

Quienes pertenecemos a la sociedad de preservadores de las costumbres del barrio y la villa, nos dedicamos a guardar y proteger de tilingos renovadores, las viejas costumbres de tomar vino con soda y hielo en verano, de saludar cuando uno entra a un negocio, de preguntar por la salud de la familia al encontrarse con un vecino, de prestar las herramientas a pesar de que no siempre nos las devuelvan, de decir qué linda falda cuando una chica viste una linda falda, de llamar a los amigos por su nombre y no por su apócope, de llevar el ritmo con las palmas cuando corresponde en la cueca, de comer lo que te sirvan en casa ajena, y de agradecer, de darle el asiento a las feministas y a las otras en el colectivo, de hacer un asado cuando cobramos el sueldo, y un sinfín de costumbres que, juntas, son la vida misma.

Pero nosotros, los conservadores de las cosas que hay que conservar, renegamos de las maldades que los poderosos nos quieren hacer pasar por costumbres. Y hasta por buenas costumbres.

Renegamos y combatimos, por ejemplo, de la costumbre de que los niños trabajen.

Durante generaciones, nos quisieron hacer creer que es bueno, y muy bueno, que los niños trabajen a la par de su papá o su mamá. Y que de no someterse a ello, es lícito y bueno ejercer violencia para lograrlo. Excelente truco para bajar los costos salariales del dueño de la finca o la fábrica. Es un niño muy guapo, dicen del pobre pendejo que no tiene opción. Y leña contra quienes se opongan, acusándolo de promover la vagancia en su más tierna gestación.
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Eso es justamente lo que ha pasado – y no es la primera vez, por supuesto – el viernes 4 de enero pasado, en el Valle de Uco, en la finca “La Posta”, de Juan Simón García. Allí, el trabajador Ricardo Nasif, en cumplimiento de sus funciones como delegado de la Subsecretaría de Trabajo, fue a constatar la veracidad de una denuncia de trabajo de niños – cosa que en nuestro país es delito, recordémoslo – y fue recibido con una trompada que lo volteó y lo dejó tendido en una zanja, por parte del hijo del dueño. El heredero habrá creído que estaba defendiendo una sana costumbre que estos peronistas de mierda vienen a subvertir…

Pero no creamos que la violencia es solo responsabilidad del progresista empresario. Si a esto se animan los patrones más brutos, es porque existe un gran y poderoso entramado de interesados en que esas costumbres se mantengan intactas. Y de ese sistema de interesados maloscostumbristas participan empresarios, comisarios, curas, funcionarios, políticos – de los otros pero peronistas también – y de algún modo todos los que hacemos a veces la vista gorda: porque ellos están acostumbrados, decimos.

Nadie se acostumbra a ser víctima de tamaña violencia. Cuando uno es niño quiere y debe jugar, y el único trabajo a que está obligado es el de la escuela.

El trabajo de los niños es delito, no costumbre. Y quien hace trabajar a los niños es un delincuente, no empresario.

La Quinta Pata

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