domingo, 31 de marzo de 2013

Burnichón

Luis Scafati

Alberto Burnichón desarrolló una importante tarea cultural a través de la edición de libros y plaquetas de autores alejados de la gran urbe porteña, de ese modo permitió en muchos casos el ingreso a la letra de molde de jóvenes que con el tiempo serían figuras centrales de la literatura nacional. Según denunciara tempranamente el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), el 24 de marzo de 1976 un grupo armado irrumpió en su domicilio, “secuestrando al padre, a su esposa María Saleme y a sus hijos David y Soledad, de 15 y 17 años respectivamente. La señora Burnichón y su hija fueron liberadas pocas horas después, pero, al día siguiente, fue hallado [con siete disparos] el cadáver de Alberto Burnichón, de 58 años, en un aljibe de una finca de las afueras de Mendiolaza, provincia de Córdoba. Del joven David no se ha sabido nada más”.
La siguiente es la evocación que hace su amigo, el artista plástico mendocino Luis Scafati que ha autorizado gentilmente a La Quinta Pata para reproducirla.
Eduardo Paganini

Corrían los años 70, yo exponía mis dibujos en una galería en Mendoza cuando un día apareció una persona que quería conocerme, se llamaba Alberto Burnichón, gastaba algunos años más que yo, usaba una barba candado, el pelo ensortijado y canoso, siempre colgaba de su cuello una cámara fotográfica y llevaba un portafolios negro cargado de libros.

Fue así como lo conocí y en el transcurso de algunos años nos hicimos amigos. Cuando pasaba por Mendoza me visitaba, en aquella época mi estudio y casa estaban en el centro de la ciudad, era un lugar muy visitado, allí crecían mis hijos Matías y Florencia, era el punto de encuentro de muchos estudiantes.

Burnichón, oriundo de Córdoba , recorría el país vendiendo libros, alguna vez me contó que su vocación fue el teatro, tenía algo artístico que lo expresaba en su vida, en sus amigos artistas y en la edición de unas pequeñas carpetas con dibujos y poemas de jóvenes que recién comenzábamos a romper el cascaron: el Crist, el negro Fontanarrosa, Federico Aymá, Peiteado, a todos ellos los editaba en esas singulares carpetas, “burnichetas” las bautizó Crist a quién publicó una muy original impresa en servilletas de papel.
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Mientras tanto el país entraba en un cono de sombras cada día más denso, una siniestra organización de asesinos llamada triple A sembraba el terror, grupos paramilitares que perpetraban atentados a diario. La sangre comenzaba a correr.

Recuerdo que un día lo acompañé a San Rafael en su furgoneta Citroën, a la cual Fontanarrosa llamaba “el bólido de acero y lona”, ese viaje fue inolvidable, nunca imaginé que alguien condujera tan mal y a tan alta velocidad, íbamos a la casa del Ciro Bustos, un pintor que había estado con el Che en Bolivia.

Cuando llegamos la mujer de Bustos nos mostró una carta recién llegada de las tres A donde lo amenazaban de muerte, por lo tanto se había escondido (entró en la clandestinidad, se decía en esos días). Al anochecer y en una calle suburbana donde aguardábamos con Burnichón vimos aparecer una figura alta al mejor estilo milico, era el legendario Ciro Bustos, recuerdo que nos pidió que retiráramos unos cuadros de su estudio y los lleváramos a Mendoza a un lugar seguro.

Burnichón ponía fervor en esas plaquetas que elaboraba con empeño y repartía gratuitamente entre sus conocidos, siempre traía algo impreso de un poeta salteño o de un dibujante tucumano o santafecino que no conocíamos. Fue así que realizó una con mis dibujos a la que llamamos Los infiltrados (esta era otra palabra muy en boga por esos días.)

El 24 de marzo del ’76 un grupo comando del ejército argentino fue a buscarlo en su casa en las sierras de Córdoba. Se lo llevaron, lo mataron y lo dejaron abandonado en un pozo en el campo.
Se llamó Alberto Burnichón, un tipo valioso que los chacales no pudieron extirpar de nuestra memoria.

La Quinta Pata

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