domingo, 24 de marzo de 2013

Franciscos y Claras por una iglesia en renovación

Alder Júlio Ferreira Calado
*

Fundamentada en la palabra y al servicio de la causa libertadora de los pobres.

A semejanza de lo que ocurre con otras instituciones, la iglesia católica romana atraviesa una profunda crisis, comparable a la que vivió en el tiempo de la reforma, hace medio milenio. Por más que pueda provocar admiración, es siempre útil recordar que crisis – de “Krinein”: decidir, con la misma raíz de crítica, criterio… – implica un momento de evaluación, de auto-crítica. Y esto es vital para los seres humanos, entre los cuales, están los cristianos-católicos.

El momento actual, que ya dura varias décadas, tuvo como apogeo o como punto fuerte de referencia la reciente renuncia del Papa Benedicto XVI. Por detrás de ese gesto atípico de un Papa hay elementos más notorios (salud debilitada, edad avanzada) y otros subyacentes (una sucesión de hechos graves: numerosos casos de abusos sexuales involucrando parte del clero, ocultamiento de esos escándalos por figuras de la alta jerarquía de la iglesia católica, graves escándalos financieros en el banco del Vaticano, en los cuales no faltan acusaciones de lavado de dinero y ausencia de transparencia en la gestión financiera, graves escándalos cometidos por líderes de movimientos reaccionarios apoyados por el Vaticano (“Opus Dei”, “Comunione e Liberazione”, Legionarios de Cristo, Instituto del Verbo Encarnado, Sodalicio de la Vida Cristiana, Heraldos del Evangelio…). Movimientos (llamados por José Comblin, “sectarios”) que se transformaron en el blanco predilecto de los dos últimos Papas, a punto de haber conseguido en Roma espacio estratégico privilegiado para desde allí expandirse, a costa de mucho dinero y de la complicidad de un número considerable de miembros de la alta jerarquía…
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Por un lado, se ha observado que, tanto como consecuencia de esos escándalos como por causa de un descontento generalizado con el modo de gobernar de la iglesia católica (centralización creciente, imposición de normas obsoletas al conjunto de los fieles católicos, infantilización de sus bases, exclusión de las mujeres en los organismos de decisión eclesiales, secundarización del compromiso social con la liberación de los pobres, con los derechos humanos y la justicia social, negación del diálogo con el mundo moderno, persecución a quien ose ejercitar la disidencia, iniciativas arrogantes con relación a las demás iglesias cristianas). Por otro lado, un saludable y creciente sentimiento de indignación en el mundo católico, manifestado en la formación de decenas de organizaciones eclesiales, movimientos y grupos de católicos y católicas por la renovación de la iglesia, para lo que vienen ofreciendo un conjunto de propuestas alternativas.

En este escenario sinóptico, tiene lugar el acto de renuncia del Papa Benedicto XVI, secundado por la elección del nuevo obispo de Roma. También esta elección gracias a un proceso electoral de frágil representatividad eclesial, al menos en cuanto al sentido de iglesia-pueblo de Dios. De hecho, ¿a quién representan en verdad los cardenales? ¿Qué es lo que los lleva a ser los únicos protagonistas de la iglesia católica a elegir el nuevo obispo de Roma? ¿Cuál es la representatividad de las conferencias episcopales en ese cónclave? ¿Cuál la participación del conjunto del clero, de las religiosas y de los religiosos? ¿Cuál es la participación de las legas y de los legos?

Así elegido, surge el nuevo obispo de Roma, cuyo perfil encanta a parcelas considerables de católicos y católicas, en todo el mundo:
- a partir del nombre impactante que se da a sí mismo, Francisco;
- el tratamiento cordial dispensado a los presentes en la plaza de San Pedro, en su primera aparición pública;
- el modo de anunciarse, en esa ocasión, como el “nuevo obispo de Roma” (en vez de Papa);
- su actitud de rechazo a usar vestimentas y símbolos suntuosos;
- su postura de, al ser saludado, buscar evitar que le besen la mano…
- sus primeras intervenciones públicas, apuntando hacia el cuidado de los pobres, para la centralidad de la palabra de Dios, para el compromiso con las cuestiones ambientales…

Son ejemplos de gestos suyos iniciales que suscitaron en mucha gente, en todo el mundo, bastante entusiasmo, inclusive en conocidos críticos de las estructuras de la institución eclesiástica, como Leonardo Boff y Hans Küng.

Al mismo tiempo, se han conocido rumores relativos a su postura poco profética o aún de cierta omisión, frente a la dictadura argentina, en el período 1976 - 1983, cuando inclusive religiosos jesuitas fueron perseguidos por el régimen, sin una postura más firme del superior jesuita de esa época (padre Mario Jorge Bergoglio). Acusación a la cual se agregan otras (sus conexiones con el movimiento “Comunione e Liberazione”, sus posturas conservadoras en cuestiones de sexualidad. Acusaciones que también encuentran eco en figuras de reconocida respetabilidad internacional, como teólogas e intelectuales feministas.

Frente a este cuadro complicado, ¿qué preguntas podrían proporcionarnos una búsqueda más consistente de ejercicio de discernimiento? Oso hacerme (y compartir) las siguientes, por el momento:

- Tomando en consideración las condiciones generales de la actual organización eclesiástica, inclusive en lo que se refiere al pasado y al respectivo proceso electoral – sin olvidar el perfil de un colegio cardenalicio hecho a imagen y semejanza de los últimos Papas, ¿qué tendríamos derecho de esperar?

- Considerando que apenas empiezan a esbozarse los primeros pasos del nuevo obispo de Roma – y aún no los más decisivos – ¿no será demasiado temprano para tener una mirada más consistente de su política de gobierno institucional?

- Sin perjuicio del necesario y continuo ejercicio de acompañar las primeras señales venidas a luz, ¿no haríamos mejor si siguiéramos enumerando los principales clamores y aspiraciones del pueblo católico, para un enfrentamiento lúcido y exitoso de los desafíos presentes?

- En la enumeración de estos clamores y aspiraciones, ¿no sería aconsejable subrayar los puntos de mayor densidad eclesial, en la perspectiva del seguimiento de Jesús?, tales como:

* Frente al carácter y a la extensión de los actuales desafíos enfrentados por la institución de la iglesia católica romana, ¿bastaría apenas un Francisco o ha llegado el momento (Kairós) de contar con todo un pueblo de Franciscos y Claras, como protagonistas de un nuevo tiempo para nuestra iglesia, más de acuerdo con el espíritu del Evangelio y del Concilio Vaticano II?

* ¿No comienzan a vislumbrarse, en el escenario actual, señales que nos invitan a ir gestando las condiciones de un nuevo concilio, a ser organizado sobre nuevas bases?

* Centralidad de la palabra de Dios (refontización): que nos llama a organizar, de modo muy diferente del actual, los distintos servicios eclesiales, de modo a extinguir/superar el modelo piramidal en el formato de un estado (con su aparato curial, con su banco, con su cuerpo diplomático, con sus títulos honoríficos, sus símbolos y ropajes tan distantes del evangelio);

* Entre los puntos fundamentales de renovación, clamar por la primacía del pueblo de Dios, en especial del pueblo de los pobres (a ser tratados como protagonistas de su/nuestro proceso de liberación, no como mero objeto de nuestra acción “caritativa”);

* Reconocer, asegurar y promover el justo lugar de las mujeres en la iglesia, como co-protagonistas de las decisiones;

* Reconocer y asegurar el derecho de participación en las decisiones de la Iglesia a los distintos segmentos del laicado, inclusive las mujeres y los jóvenes, en sus distintos aspectos, para superar la actual hegemonía antropocéntrica, androcéntrica, gerontocrática, etnocéntrica, homofóbica en vigor;

* Enfrentar, con espíritu de misericordia y de justicia, los graves problemas de abusos sexuales y su encubrimiento, no solamente en su dimensión teológica, sino también en sus implicaciones jurídicas (en consideración al sufrimiento de las víctimas)

* Asumir la tarea de reconocer la legítima pluralidad de corrientes teológicas, asegurando amplia libertad de investigación, de publicación y de debate, inclusive en lo que se refiere a la teología moral vigente;

* Extinguir la ley del celibato, readmitiendo a los padres casados comprometidos con su ministerio, bien como ordenando hombres y mujeres casados, vocacionados al presbiterato y a cualquier otro ministerio, de acuerdo con su respectiva vocación, don de Dios, y a ser reconocido por la comunidad eclesial;

Con esto, ciertamente, no pretendemos una imposible renovación inmediata. Tenemos claridad de que, siendo, también la nuestra, una “Ecclesia semper reformanda” – y nosotros con ella – tenemos conciencia de que se trata de clamores y aspiraciones a ser alcanzados como resultado de un proceso, a corto, medio y largo plazo, siempre que seamos capaces, desde ya, de esbozar señales convincentes de que caminamos en esa dirección.

Al mismo tiempo, al ensayar, desde ya, pasos concretos en esa dirección, cuidamos de mantenernos siempre vigilantes en cuanto al carácter integral de los cambios a que aspiramos, para evitar que, al alcanzar algunos, no vayamos a olvidar o a descuidar al conjunto de cambios que buscamos. En cada paso a ensayar, están presentes semillas de la totalidad que buscamos, a pesar de nuestra condición limitada, pero fortalecida por la fidelidad y la perseverancia en la palabra de Dios.

* Traducción: Rolando Lazarte

La Quinta Pata

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