Guillermo Almeyra
El movimiento Cinco Estrellas, iniciado en Italia por Beppe Grillo, puede ser visto desde muchas perspectivas, pero en mi opinión lo fundamental es que expresa un enorme impulso democrático, igualitario y el repudio de una vasta parte de la población –sobre todo de la juventud educada– a los privilegios de casta y a la corrupción del personal gobernante.
Ya ha obligado a los presidentes de ambas cámaras a reducir sus sueldos exorbitantes en 30% y a recortar también los de los altos funcionarios, y los parlamentarios grillistas cobran 2 mil 500 euros (como un obrero calificado) más las indemnizaciones por tener que vivir en Roma en una segunda casa o por viajar desde sus distritos (con la salvedad de que viven juntos en departamentos populares y con el sobrante de las indemnizaciones subsidian obras sociales de todo tipo).
Los grillistas se oponen, además, a la renovación de los mandatos parlamentarios para evitar la creación de una casta de políticos de profesión, atornillados a las curules o que pasan de diputados a senadores o gobernadores de provincia sin volver jamás a trabajar en sus oficios originales y al pago del estado a los partidos políticos que los integra en su funcionamiento.
Como se recordará, en la Comuna de París nadie ganaba más que el sueldo de un obrero calificado, los cargos no eran perpetuos sino rotativos y los representantes populares no tenían ningún privilegio ni tampoco lo tenían las instituciones estatales y paraestatales, como la justicia, por no hablar de la iglesia católica (países en los que el estado está supuestamente separado de la Iglesia, como Argentina, siguen pagando los sueldos de los párrocos de frontera, de los capellanes de las fuerzas armadas y las jubilaciones de los obispos, por no hablar de sus institutos de enseñanza).
▼ Leer todoLa democracia igualitaria de la Comuna de París educaba a quienes la practicaban en la solidaridad y la igualdad y comenzaba la construcción de un estado-no estado, con un aparato administrativo-legislativo barato, controlable y renovable según la voluntad popular que servía de instrumento para la transición de la democracia radical al socialismo pluralista.
La lucha por la igualdad, contra las castas, los privilegios, la corrupción y la perpetuación en los cargos electivos es, por lo tanto, un objetivo democrático inmediato y alcanzable y al mismo tiempo elemento fundamental en el combate contra el egoísmo, el individualismo, la despreocupación por la política que son elementos fundamentales del mantenimiento de la hegemonía cultural y política del capital.
El capitalismo dirigido por el capital financiero, por otra parte, restringe cada vez más los escasos márgenes para la democracia. En Alemania ya hay obreros que trabajan de noche por 300 euros mensuales, la mitad del salario mínimo. ¿Qué derechos democráticos pueden tener si ni siquiera pueden alojarse y comer decentemente? En México, 80% de la gente es pobre y el hombre más rico del planeta es mexicano, ¿qué igualdad y democracia pueden haber en un país semejante? En España, 50% de los jóvenes están desocupados, ¿de cuáles derechos gozan?
En Chipre, la Unión Europea –léase el capital financiero acreedor– acaba de dar un golpe terrible a la seguridad de sus habitantes y acaba de poner en cuestión sus propios fundamentos, al tratar de imponer al país un corralito como el que existió en Argentina en 2001, robando a los pequeños ahorristas 7% de sus ahorros bancarios y a los capitalistas 10% por medio de una resolución que ni siquiera pasó por el parlamento nacional (y que este rechaza).
Los grandes banqueros europeos quieren salvar así los bancos y créditos chipriotas, no solo robando dos mil millones de euros a sus competidores rusos que dominaban las finanzas de la isla, sino también y, sobre todo, violando directamente el derecho de propiedad que el capitalismo proclama sacro, la soberanía nacional chipriota, la propia legislación europea y redistribuyendo la riqueza para concentrarla aún más en pocas manos. ¿Dónde están la democracia y el respeto por las leyes en todo esto?
El capitalismo siempre ha sido sinónimo de desigualdad, concentración brutal de la pobreza en un extremo y de la riqueza en el otro y corrupción, violencia contra la mayoría, guerras de despojo, pero en esta fase es aún más rapaz que en el siglo XIX, y su política todos los días restringe brutalmente la democracia.
Quien quiera realmente defender los espacios democráticos debe, por consiguiente, darle contenido social, combatir la desigualdad y los privilegios de casta, o sea, a las políticas del capitalismo y al sistema mismo para crear las bases de otro más solidario, menos inhumano, menos depredador de la naturaleza y de la sociedad.
Las comunidades con sus policías comunitarias crean elementos de estado popular mediante sus asambleas, su solidaridad, su enfrentamiento con la delincuencia y la corrupción del aparato estatal. Algunas desarrollan elementos de autonomía que podrían dar base a una autonomía regional más amplia y efectiva en la lucha por la autonomía y la autogestión de todas las comunidades y de la construcción de un estado y una economía desde abajo.
Esas comunidades van muchas veces más allá de su composición étnica mayoritaria al unir a todos los habitantes de un mismo territorio para tratar de construir una justicia popular y una democracia directa y superan así la tentación peligrosa de prescindir de lo que sucede en el resto del territorio nacional y en el resto del mundo. Otras comunidades indígenas, como en Argentina, se federan a escala nacional, con el apoyo de organizaciones y militantes no indígenas.
Ante un capitalismo cada vez más totalitario y destructor de la civilización, hay una vía democrática para la transición anticapitalista.
La Jornada, 24 – 03 – 13
La Quinta Pata
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