domingo, 31 de marzo de 2013

Huáscar: el último inca

Mary Ruiz de Zárate

Quito, la ciudad equinoccial, antigua metrópoli de los shyris, fue conquistada por el inca Huayna Cápac, pero el pueblo vencido de los caras conquistaría a su vez al gran guerrero a través de una mujer: Paccha, la hija de Huelcopo, el rey que resistió hasta morir la invasión quechua.

Y Paccha, representando el espíritu cálido de su tierra, recibió en su seno la simiente de los hijos del sol y aún cuando aceptó al marido inca, le impuso al hijo Atahualpa, el rencor de los caras humillados, y el amor por la tierra de la eterna primavera, que florece rodeada de volcanes.
Este hijo y el desmesurado amor que le tuvo su padre, llevaron a la ruina al Tahuantinsuyo y propició la conquista por los españoles.

La poligamia de los incas
El matrimonio obligatorio para todos los habitantes del Tahuantinsuyu era monogámico en la clase de los runa-cunas y de carácter endogámico dentro de su comunidad denominada llacta.
En las clases altas se practicaba la poligamia, reglándose el número de mujeres que habría de tener un curaca, un sinche, un apos, un capac. A la primera mujer le daban el nombre de mamamchu en algunas regiones y en otras tacya-huarmi, que quiere decir en lengua quechua “mujer fina”. Luego el resto de las mujeres, las supais se consideraban concubinas.
En la familia real, la mamamchu era elegida entre las mujeres de pura sangre solar, efectuándose la elección a veces en una hermana o en algunas de las ñustas del ayllú de Hurin o Hanan-Cuzco, o sea los descendientes de Manco Cápac y Mama Ocllo. Esta era la coya; ea resto de las esposas de los incas se les llamaba pallas cuando eran de ayllús cuzqueños y, cuando provenían de otras regiones, mamma-cunas.
Acorde con la rígida ley sucesoria, establecida por el primer inca, solo podían ser soberanos incas los hijos de la coya y este sistema era respetado escrupulosamente, convirtiéndose los hermanos del heredero en sus más valiosos y firmes pilares.
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Educación de un inca
El día que nació el hijo unigénito de Huayna Cápac, este dispuso una gran raymi – fiesta – y mandó fundir a los más afamados orfebres una gigantesca cadena de oro macizo, tan ´pesada que cada eslabón debía ser cargado por un hombre. Esta cadena, llevada por los familiares incas, daba la vuelta a la ciudadela real.
Luego, Huayna Cápac se ausentó en pos de sus éxitos de guerra y Huáscar, creció alejado de su ilustre padre, aunque eso no impidió que, acorde con la tradición recibiera la esmerada educación política, cultural y militar que se impartía a los que habían de gobernar un estado tan fuertemente centralizado como “el ombligo del mundo”.
Hábil descifrador del lenguaje de los nudos – quipus – Huáscar, bajo la tutoría de amautas y haracuíus de fama, fue iniciado en la historia y el estudio de las leyes sabias del inkario, en la astronomía y geografía y en las lenguas más importantes de sus inmensos territorios.
Como a todo joven de la casa de los incas, se le hizo trabajar en la agricultura, en los andenes de Calicampata, y aprender un oficio. Él eligió la orfebrería.
Incansable atleta, se le hizo, desde pequeño, realizar enormes caminatas y ejercicios bélicos, no descuidando su tío el apos Cápac-Inca-Atoc, escatimarle dificultades a fin de entrenarlo eficientemente.
Finalmente, y como descendiente de aquel gran amante que fue Pachacutec, e hijo de ese otro conquistador de la guerra y de mujeres, Huayna Cápac, antes de cumplir los treinta años ya la fama de Huáscar, su gallardía y su virilidad, “le habían dado siete veces la vuelta al Tahuantinsuyu”, dice su pariente el Inca Garcilaso.

Testamento del gran inca
Huayna Cápac, en vísperas de la muerte, tomó una decisión que en modo alguno se concilia con la de un estadista y conquistador como él. Violando las leyes del imperio y quebrando la tradición unitaria de los incas, junto a su orden de enviar su cadáver embalsamado a El Cuzco, y dejar su corazón en el santuario al sol en Vavirac, Quito, para que en su día se uniera al de Paccha, separó la esmeralda simbólica del poder de las naciones ecuatorianas, del llautu colorado, insignia de majestad de los incas y dejó a Atahualpa los reinos quiteños y a Huáscar, como no podía despojarlo, los reinos del Tahuantinsuyu, con la demarcación que tenía antes de conquistar las naciones caras.
Con Atahualpa quedaron los mejores y antiguos generales de su padre, que eran fieles al niño que habían visto crecer en sus campamentos, cuando acompañaba al inca a la guerra.

La profecía de Viracocha
Atahualpa, ambicioso de poder, empujado por su vengativa madre y por sus generales, solo anhela ceñirse el llautu inca, envidia a Huáscar, es despótico y cruel. Soberbio, no acude a su hermano a rendirle homenaje el día de su elevación al imperio. Luego le provoca, atacando a los súbditos cañaris del Tahuantinsuyu.
La guerra estalló al invadir Atahualpa ayllús cañaris de Huáscar, y este, siguiendo la costumbre ancestral, designó como supremo general al que entre sus parientes tenía más prestigio militar, que fue su tío, el general Cápac-Inca-Atoc.
Los chasquis recorrieron los dominios del inca, desde las riberas del Maule, en los límites araucanos, hasta los ayllús de los chachapoyas y se convocó a los guerreros con señales de fuego puestas en los picachos andinos.
En Tumipampa, los ejércitos de Huáscar destrozan a los de Atahualpa, e incluso una flecha envenenada de los yungas – indios que untaban con saliva de serpiente la punta de sus armas – hirió al príncipe invasor en una pierna. Todo el imperio respondió a Huáscar.
Pero el astuto general Rumiñahui comenzó a hacer labor de zapa y a socavar las fuerzas del inca, afirmando que Viracocha había hablado a Huayna Cápac y le había predicho el triunfo y el reinado de Atahualpa.
La superstición y la leyenda se conjugaron entonces con la perfidia y la traición en la lucha entre los hijos del sol y entonces tomaron un horrible significado para los indios, que abatidos aflojan sus ímpetus.

Yo te maldigo, perro bastardo de la “quilacu”, tú no tienes sangre del generoso sol en tus venas…
Así murió a flechazos amarrado a un árbol, el general Cápac-Inca-Atoc, tío de los contendientes y hermano de Huayna Cápac, maldiciendo al destructor, al traidor y asesino de su estirpe, dice Garcilaso de la Vega.
Y este quebrantamiento de las normas de la guerra, de respeto al vencido, la generosidad habitual de los incas, horrorizaban aún más al pueblo, pero no a Huáscar, que se enfurece con la cólera terrible de sus antepasados, grandes soldados, cuya sangre llevaba intacta en sus venas, y reorganizando sus fuerzas, sale a defender al Tahuantinsuyu, su régimen comunitario, sus leyes, su floreciente agricultura, su alta civilización que tantos años costara edificar a su pueblo.
Personalmente, al frente de sus soldados, dando ejemplo de valor, Huáscar peleó dos días seguidos denodadamente. Hasta que, rodeado, fue capturado por Chalcuchima que, temeroso de derramar sangre sagrada le respetó la vida.
Entonces, a la llegada a El Cuzco de Quizquiz, general quiteño, con instrucciones expresas de Atahualpa de exterminar a toda la familia descendiente de Manco Cápac, se inicia una orgía de sangre.
Todas las mujeres preñadas del Ayllú imperial fueron degolladas, los hijos-niños de Huáscar, todos sus tíos y parientes asesinados, salvándose solo unos pocos que huyeron a las montañas.
Así vengaban los caras la conquista de Huayna Cápac y este fue el resultado del testamento: la destrucción del Tahuantinsuyu, la aniquilación del inkario y la desaparición del régimen comunitario. Pizarro ya estaba en marcha…

Juventud Rebelde, 07 – 08 – 72

La Quinta Pata

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