Guillermo Almeyra
La campaña electoral venezolana se libra sin exclusión de golpes bajos. Capriles insulta a la familia de Chávez y al gobierno diciendo que sabían que el presidente había muerto antes en el extranjero y lo ocultaron, fingiendo dolor varios días después de embalsamado el cuerpo y arreglada la sucesión, e insulta también al pueblo venezolano considerándolo manipulable por cínicos aunque, en cambio, dio una extraordinaria muestra de madurez política y de movilización cuando millones de hombres y mujeres de todas las edades hicieron fila durante seis horas o más y desfilaron durante seis días serenos, con calma, seguros del valor de su presencia y confiados en la solidez del proceso democrático revolucionario que protagonizaban. Nicolás Maduro, por su parte, no vacila en recurrir a argumentos para los machistas más atrasados sugiriendo que Capriles es homosexual, como si eso fuera un crimen, ya que le parece poco que sea ultra reaccionario y golpista.
La brutalidad de la campaña expresa simplemente que, desgraciadamente, Venezuela parece estar viviendo los últimos enfrentamientos políticos en el marco constitucional. En efecto, si la derecha perdiese las elecciones de abril –como las perderá inevitablemente porque Chávez, como el Cid Campeador, ganará otra batalla después de muerto– no tendrá otra opción activa y practicable en lo inmediato que la conspiración golpista con ayuda extranjera, porque es tal su odio clasista y tal su pérdida de fuerza popular (que se agravará con la pérdida del arma de Globovisión), que la alternativa a la conspiración solo parece ser un intento desesperado o su desarme político, con la esperanza de aprovechar las contradicciones internas en el gobierno y en el establishment chavistas.
El más elemental sentido común y la experiencia histórica nos dicen pues que, en estos momentos, tanto los sectores ultra reaccionarios como los múltiples servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes presentes en Venezuela están analizando en detalle, con fines conspirativos y golpistas, a cada oficial de las fuerzas armadas, a cada integrante de la boliburguesía, a cada funcionario corrupto o corruptible. Por eso el gobierno venezolano expulsó dos funcionarios (militares) de la embajada de Estados Unidos y reitera que está dispuesto a defender con las armas la democracia y el proceso bolivariano. No en vano ese mismo gobierno insiste en apelar al patriotismo de los integrantes de las fuerzas armadas, pues sabe que una parte de los mandos, no hace muchos años, participó en un golpe civil-militar respaldado por Estados Unidos y España, y que otra parte de los mismos, hasta entonces chavista moderada, se retiró de sus altos cargos o fue sustituida por diferencias con el decisionismo verticalista de Hugo Chávez.
▼ Leer todoLa magnitud del triunfo electoral no es una garantía contra el golpe. En 1952, Perón ganó con una proporción de votos superior a la de su primera presidencia, pero en septiembre de 1955 fue derrocado por un golpe de la marina y de la aeronáutica, que él podría haber aplastado sin problemas llamando a los soldados a arrestar a los oficiales golpistas y armando a los obreros. La oligarquía triunfó entonces gracias a la cobardía de Perón (que temía más a los obreros peronistas en armas que a los militares golpistas) y a la de los ministros, que habían sido elegidos entre los mediocres leales, y de los serviles burócratas sindicales.
Pero la Venezuela de 2013 no es la Argentina de 1955 y el entorno latinoamericano es totalmente diferente, Chávez nunca fue cobarde como Perón (que renunció dos veces, en 1945 y en 1955, para salvar su vida), los ministros chavistas tienen otra garra y estatura moral y, sobre todo, otra es la historia y la composición social de las fuerzas armadas, sobre todo de las de tierra y de la marina.
A diferencia de las de Argentina, que eran sobre todo el refugio para los segundones de la oligarquía y el escalón de ascenso social para los hijos de la pequeño burguesía media, las fuerzas armadas de Venezuela fueron despreciadas por la oligarquía local y, en cambio, fueron un elemento de promoción para sectores populares, incluso negros, mulatos o zambos, como Chávez, influidos por el nacionalismo y, en parte, por el antiimperialismo.
A diferencia de lo que sucedió en Argentina, donde el estado y la oligarquía se construyeron sobre la base del ejército que destruyó a los caudillos federales, mató a los pueblos originarios y les robó sus tierras para construir latifundios y terminó destruyendo Paraguay, detrás de los militares chavistas están la expulsión de la dictadura de Pérez Jiménez, la influencia de las guerrillas socialistas, el trauma del Caracazo, las sucesivas victorias electorales de Chávez y, particularmente, la presión de un gran movimiento de masas seguro y victorioso.
Aunque Maduro ni siquiera nombre las Misiones ni las Comunas ni el poder popular entre los pilares del chavismo-post-Chávez, esas fuerzas ahí están y son la principal garantía del proceso. Porque existen sectores del gobierno y del aparato influidos por la corrupción y con lazos con la boliburguesía, pero en el pueblo de a pie esa lacra no existe y hay, en cambio, una gran sed de igualdad, de democracia.
La derecha –y Estados Unidos detrás de ella– se ha lanzado a una campaña electoral que quiere hacer saltar por el aire, retirando lo antes posible y con escándalo la candidatura de Capriles para preparar un golpe y una eventual intervención extranjera (o el apoyo del Pentágono a los insurrectos). Pese a eso, sectores conservadores y timoratos del chavismo buscan conciliar con ellos o incluso se hacen sus cómplices pasivos. Pero ahí están frente a ellos los gérmenes de poder popular y los militares y civiles chavistas jacobinos, en una alianza de facto. Por eso, aunque el terreno de lucha por ahora es el electoral, hay que prepararse para otros escenarios.
La Jornada, 17 – 03 – 13
La Quinta Pata
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