Rolando Lazarte
Hay cosas que nunca deberían haber ocurrido, y hay personas que nunca deberían haber existido. Pero esas cosas y esas personas existieron, ocurrieron esos hechos que la consciencia humana repudiará mientras exista una persona honesta y decente en el mundo. No hay argumentos que puedan justificar lo injustificable. Lo ocurrido en la Argentina desde el 24 de marzo de 1976, pertenece al terreno de lo infame, de la abominación.
Hay cosas que deberían ser olvidadas, si el olvido no se pareciera a una especie de perdón. No hay perdón para la abominación. La abominación es abominable, tan simple como esto. Pero dichas estas cosas, es necesario trabajar para que nunca más pueda ocurrir nada parecido. Y es aquí donde me pregunto, con la humildad que debe impregnarnos cuando nos enfrentamos al misterio de la vida, digo, si como argentinos y argentinas, como seres humanos, estamos de hecho haciendo algo para evitar que se pueda repetir una tragedia como la desatada por la furia apátrida y mercenaria de 1976.
Porque no basta condenar al asesino y a sus financiadores. No basta condenar las ideologías del odio, el desprecio a la vida que impregnó la operación amoral perpetrada por el ejército, la iglesia y el empresariado, con la complicidad de tantos intelectuales y periodistas, y, por qué no decirlo, de tanta gente común, dueñas de casa, que decían “por algo será”, cuando se sabía de alguien que había sido golpeado por los mercenarios uniformados. No basta la condena, que es sin embargo necesaria e imprescindible. No basta, no.
Es necesario un enérgico progreso en el sentido del bien, como dice el I Ching, el libro de las mutaciones. No es posible un compromiso con el mal. Y cuando el miedo lleva a callar, cuando el miedo se disfraza de ocultamiento de la verdad, se pueden estar creando las condiciones para una repetición de 1976. Solo la verdad nos puede libertar. Y esto no es solo la repetición de un enunciado que de tan repetido puede ya no estar significando más nada.
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