Rolando Lazarte
Muchas veces he oído decir que las tareas pendientes nos enferman la cabeza. Ahora estoy aprendiendo a disfrutar de lo contrario. Ciertamente, en buena medida en función de mi convivencia con un ser muy especial, con quien siempre estoy aprendiendo nuevas y buenas cosas. Esta mañana, por ejemplo, me puse a pensar en todas las cosas que me gustaría hacer. En especial, los libros que vengo preparando. Y de pronto pensé, ¿por qué iría a tener apuro en publicarlos, si lo que me gusta es ir atendiendo a ese misterioso movimiento de la vida, que incluye un estar y no estar, un hacer y no hacer, un esperar y un actuar?
No sé si son también, un poco, cosas de la edad. Ando devagar porque já tive pressa, dice la canción, muy sabiamente. Ahora disfruto de las tareas pendientes. Tareas en las que se involucra mi ser profundo. Como mirar las nubes en el cielo, mirar las plantas que riego, caminar por la playa, hablar con un amigo.
No quiero concluir luego estas actividades, al contrario, disfruto el dejarlas para más tarde, muchas veces. El dejarlas pendientes, para otro momento. Y cuando llega la hora, no tengo apuro en terminar. Ni el libro, ni la caminata, ni la mirada a las nubes o la charla con mis amigos. Así es como si la vida durara más.
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