Ramon Ábalo
Ser maestra, maestro, profesora, profesor de la secundaria, debe ser la única profesión con un alto nivel de peligro físico y psicológico en la actualidad. Ni siquiera comparada con la de policía, que debe lidiar a diario con el delito y el crimen organizados. Y ello lo es desde hace décadas, incluso durante esta última, la "década ganada". La agresión al docente es una práctica violenta que ejercen alumnos y padres con total impunidad.
Violencia, prepotencia, amenazas, diatribas y calumnias. Tal lo que ocurrió en una escuela de Las Heras cuando una docente explicaba a una madre la decisión de llamar la atención a su hijo, un alumno de 6 años de edad. De entrada la mujer empezó a maltratar a la maestra, revoltijo verbal que aprovechó su hijo para escapar fuera del edificio escolar. Después, toda una novela de misterio al borde del terror. Se dijo que el niño habría sido raptado aun cuando apareció por su propia cuenta contando una novela de terror. La madre aprovechó entonces para amenazar a la docente, a la autoridad escolar, incluso lanzando diatribas contra toda la estructura administrativa, curricular y política de la enseñanza pública. Un claro mensaje contra lo público, lo estatal. Un mensaje gorila a tono con el discurso opositor.
En las escuelas, en más de una oportunidad desde las palabras y los gestos se pasó a los hechos, como lo cuenta un director: "Después de varios llamados a los padres por la conducta de su hijo, un día vino el padre: Cuando yo llegué era un lío. El padre estaba a punto de pegarle a la maestra. Recuerdo que estaba furioso. Tuve que interponerme y le dije que se calmara. La maestra y yo nos retiramos del aula y nos gritaba de todo. La maestra, después de eso, no quiso volver al aula porque sufría ataques de pánico". Son cotidianas este tipo de agresiones en las escuelas contra los docentes, como se refleja también crónicas periodísticas como esta: "Cuando la profesora de 35 años de edad fue a dar las notas -algo que debía ser una tarea normal para cualquier docente- se encontró con que un alumno se acercó a su escritorio y le dijo "Me aprobás o no salís del curso", mientras le apuntaba con una chuza, que había fabricado en la misma escuela. No pasó nada, pero la profesora renunció.
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