domingo, 16 de junio de 2013

Orígenes de la educación formal en Mendoza

Las primeras manifestaciones de instrucción sistemática en Mendoza corresponden a las órdenes de jesuitas y franciscanos según esta ponencia del año 1937. ¿Será por esto que los mendocinos somos tan humildes y estudiosos…?
Agradecemos la gentileza de la cátedra de Historia Social de la Argentina II de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNcuyo por haber permitido a El Baúl el acceso a tan valioso ejemplar.
Eduardo Paganini

Fray Luis Córdoba

Colegio de los Padres Jesuitas. Primero de Mendoza— 1616
Aunque no hemos encontrado, a pesar de las investigaciones realizadas, documentos concretos acerca de la enseñanza que se daba en este Colegio, lo consideramos el “primero” que, en Mendoza, fue abierto como “Escuela de enseñanza primaria” para los niños hijos de familias españolas. Nos fundamos para hacer esta afirmación en los siguientes documentos:
1º- Un “Acuerdo” o consejo de Regulares que, reunido en Lima, el año 1560, con asistencia de los Superiores de las Órdenes Misioneras actuantes en América —Domínicos, Franciscanos y Mercedarios— y presidido por el M. R. P. Vicente Valverde, de la Orden de Predicadores, y en el cual estuvieron representados por el Superior respectivo y cinco miembros de cada Orden: domínicos, franciscanos y mercedarios, al objeto de acordar las normas a que debían sujetarse todos para realizar concordes y fructuosamente la predicación evangélica y la “enseñanza” a la niñez, ya sea de españoles, ya de indígenas (P. Parras, Gobierno de los Regulares en América, T. II, cap. 14, pág. 433).
Verdad es que en ese “Acuerdo”, o más bien “Memorándum”, no estuvieron representados los Padres Jesuitas, que aun no habían llegado a América; pero debieron adoptarlo muy gustosos, tanto más cuanto que las mismas Constituciones de su Instituto lo imponían, en razón de ser una Orden esencialmente educacionista y a la vez misionera, y luego los puntos principales del “Acuerdo” pasaron a formar parte de las “Leyes de Indias”, que estuvieron en vigencia durante el tiempo de la Colonia.
Entre los puntos que contiene ese “Acuerdo”, que eran seis, se encuentra este: “Se procurará, en cuanto sea posible, la fundación de «escuelitas de primeras letras» para enseñar a leer a los niños nacidos de familias españolas como de naturales”. Otro artículo rezaba lo siguiente: “Avisaremos a nuestros Padres Generales, para que los ministros del Evangelio que nos han de suceder para siempre jamás no tengan otra retribución que el alimento que produzca el riego de su sudor” (Ibídem).
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Este acuerdo se pasó a los respectivos Generales de las Órdenes Religiosas allí representadas, y luego cada familia o religión recibió las instrucciones o normas a que, sobre cada tópico, debían sujetarse en la práctica, coincidiendo todos o casi todos en que cada Casa o Colegio que se fundase como “Casa formada”, o sea con el número suficiente de religiosos (12, generalmente), para gozar in integro de todos los privilegios e inmunidades civiles y eclesiásticas, debían fundar, anexa al Convento o Colegio, la “escuelita de primeras letras” para niños.

2º- Una nota del R. P. Juan Bautista Ferrufino, Vice-Provincial de la Compañía de Jesús en Chile, dirigida al Obispo Fr. Gaspar de Villarroel, en 1640, en la cual carta le dice, entre otras cosas, al referirse al Colegio de Mendoza: “Conforme a nuestro Instituto, en cada uno de nuestros colegios debe haber un rector, un ministro, un predicador, un maestra de gramática y de niños...” Y termina manifestándole con dolor que, en Mendoza, a causa del escaso personal, no se han podido hacer misiones en la ciudad de San Juan y San Luis de la Punta, ni en Valle Fértil, ni en Las Lagunas y Diamante, ni en el Cerro Nevado... (Mons. Verdager [sic], Historia Eclesiástica de Cuyo, T. 1, pág. 129). Pero no dice que se haya omitido la “enseñanza a los niños”; antes, por el contrario, se deja entrever que la causa principal de haberse omitido las giras apostólicas de misiones en los lugares expresados, es que los pocos religiosos que vivían en el Colegio, se ocupaban en la “enseñanza” y atenciones que requería el Colegio y la escuela junto con la predicación en la ciudad de Mendoza y pueblos circunvecinos.
En consecuencia, podemos dar por sentado que el Colegio fundado por los Padres Jesuitas en 1616, fue instalado, de conformidad con las normas o leyes de su Instituto, como verdadero Colegio, siquiera fuera de primera enseñanza o de “primeras letras”, como entonces se decía.

3º- Que cuando salieron de Mendoza los Padres de la Compañía, en la expulsión de 1767, quedaba en Mendoza, abandonado y en la mayor orfandad, un Colegio que tenía planteada en sus aulas la primera y segunda enseñanza, incluso el curso de Filosofía, Colegio que tomaron a su cargo los Presbíteros Norberto Ortiz, Domingo García y Bernardo Ortiz, seglar este último y pariente del primero.

Escuela de San Francisco — 1717
La segunda Escuela pública que, en el orden cronológico, se fundó en la Ciudad de Mendoza, fue la que fundaron los Padres Franciscanos, en 1717, con el nombre de “Escuela de San Buenaventura” y que después de más de dos siglos, subsiste aún, modernizada y en amplio local, el día de hoy.
Fundado el año 1687, el primer Hospicio Franciscano de Mendoza, subiendo de categoría y creciendo en importancia, pasó en 1717 a ser “Convento formado”, o sea Guardianía con personal competente y en suficiente número —12 religiosos— no sólo para poder gozar de los privilegios e inmunidades, acordado por las leyes canónicas a los “Conventos formados” de Regulares, sino también para poder cumplir debidamente las muchas cargas y obligaciones que pesaban sobre los misioneros, en aquella primera hora de la Colonia, en que todo faltaba y había que hacerlo todo, a pura base de sacrificios y de industria.

Una de las obligaciones que se imponía a los Conventos-Guardianías, era la de fundar y sostener una Escuela gratuita de primeras letras. Esta era la ley fundada en el acuerdo de Lima, a que nos hemos referido más arriba y apoyada por las normas emanadas de la autoridad eclesiástica de España y mandadas observar por el Rey en toda la América española, con el nombre de Leyes de Indias. Luego venían de tiempo en tiempo —cada tres años, generalmente— los Visitadores que reclamaban su cumplimiento y urgían y aún castigaban con penas eclesiásticas a los infractores o descuidados en el cumplimiento estricto de su deber.
Por lo que a la Orden Franciscana se refiere, podemos acreditar con documentos terminantes y categóricos que se cumplía y hacía cumplir, en sus Conventos respectivos, esta ley, con todo escrúpulo, conminando con severas penas a los descuidados u olvidadizos en esta materia de enseñanza a los niños y fundación de escuelas.

El 2 de Mayo de 1667, el M. R. P. P. Visitador Fr. Miguel Quiñones, desde el Convento de Córdoba, dirigió una Circular a todos los Conventos y Residencias de la Provincia Franciscana del Paraguay y Río de la Plata, recomendando, exigiendo y reglamentando los “Estudios de la Provincia y las Escuelas de niños para el pueblo” (1).
El V. Definitorio de la Provincia, por su parte, reclamó siempre su cumplimiento, y en sesión del 7 de Octubre de 1754, conminó con severas penas el establecimiento de las “Escuelas de niños”, donde no las hubiese establecidas aún. Dice textualmente: “Ítem, que en todos los Conventos hayan y se pongan «Escuelas de niños y de gramática»... Y la asignación de los maestros queda al arbitrio de los RR. PP. Guardianes, y se les encarga este punto con la mayor eficacia y efectividad, de que N. M. R. P. Visitador hará especial visita y castigará a los negligentes, en cosa de tanta importancia. Ítem, que de no ejercitar los Padres Guardianes dicha asignación de Maestros de Escuela y Gramática, se les suspenda por seis meses y que no voten en Capítulo”(Libro de Actas Definitoriales, Archivo del Convento de Bs. As.).

Cabe hacer notar aquí que, no obstante dejar traslucir los citados documentos algunos descuidos u omisiones, más o menos culpables, de parte de los Superiores de algunos Conventos, jamás llegó el caso de aplicar las sanciones en ellos establecidas; lo que demuestra a las claras y sin sombra de duda, que en todas partes se tomaron en cuenta esas providencias de los Prelados y en todos los Conventos se cumplió estrictamente la ley u ordenación superior de la fundación de Escuelas de niños, lo cual, por su parte, ha constatado la historia. Que haya habido algunas deficiencias, no es el caso de discutirlas o tratar de justificarlas. Los Conventos eran muy pobres y escasos de personal, las necesidades y dificultades muchas, ¿cómo no suponer deficiencias? Aún ahora, en medio de la cultura y riqueza general del país, hay deficiencias y hasta se encuentran todavía centros importantes de población rural, donde se carece de una escuela de primeras letras para niños...
Con todo, debemos reconocer que todas o casi todas las Órdenes Religiosas de aquel entonces dedicaron preferente atención a la enseñanza de la niñez, hasta el punto de que todos los historiadores de la cultura de nuestros pueblos, durante la era colonial, han podido constatar que los únicos centros culturales de aquella época lo constituían las escuelas y colegios de los Conventos religiosos.
Esa es su gloria.
(…)
¿Y qué se enseñaba en esta escuela? —se preguntará—. Aunque carecemos de documentos explícitos que nos ilustren sobre el particular, es fácil conjeturar que poco o nada se diferenciaba la enseñanza de esta escuela a la de sus similares existentes en los demás Conventos de la Provincia franciscana. En esas escuelas, que se llamaban “de primeras letras” y que estaban fundadas para los niños hijos de españoles, se enseñaba a leer, escribir, nociones de gramática castellana y muchas veces “latina”, Catecismo de doctrina cristiana y cuentas, que, por lo general, se reducían a las “cuatro operaciones de la Aritmética —sumar, restar, multiplicar y dividir—”. Enseñanza reducida y sobradamente elemental, si se compara con la cuasi enciclopédica que hoy se da en nuestras escuelas y colegios; pero suficiente para las necesidades de la época y para que no se apagase del todo la antorcha de la cultura de las letras en el pueblo; y los jóvenes pertenecientes a familias pudientes y que aspiraban a formarse una carrera literaria, eran enviados a otros centros de cultura superior, tales como la Universidad de Trejo en Córdoba, de San Felipe en Chile, de Chuquisaca en Charcas, etc.
Así se conservó, con mayor o menor esplendor y luchando siempre con la pobreza del medio, durante un siglo aproximadamente la escuelita de San Francisco, y llegamos así a las últimas postrimerías del siglo XVIII —1798—, año en que se ofrece a los franciscanos el antiguo Colegio de los Padres Jesuitas, en cambio del suyo que se hallaba muy resentido y cuarteado por el último terremoto de 1782, con la condición de que se hiciesen cargo de la enseñanza de la juventud, que tenían antes los Padres de la Compañía y, después de la expulsión de estos, los clérigos mencionados anteriormente.

Aceptaron complacidos los franciscanos el cambio y tomaron a su cargo la dirección y enseñanza del Colegio, a cuyo efecto redoblaron el personal, elevándolo de seis, que eran, a doce.
Colocados ya en su nueva casa, los franciscanos refundieron en una sola las dos escuelas, divididas, eso sí, en dos secciones diferentes: Escuela elemental o de “primeras letras” y Colegio de enseñanza secundaria, que abarcaba los estudios de Gramática Latina, Retórica, Filosofía, Historia de la Iglesia, Urbanidad y alguna otra asignatura, Algebra y Aritmética superior.

El Colegio propiamente dicho tuvo por Director y Regente al famoso Padre Benito Gómez, sabio matemático, físico y mecánico, que supo imprimirle un prestigio admirable, despertando en sus alumnos la afición y entusiasmo por el aprendizaje de las ciencias físicas y mecánicas. En esa escuela, y bajo la dirección de tan sabio maestro, se inició el joven Fray Luis Beltrán, que más tarde debía desempeñar tan lucido papel en la guerra de la Independencia, bajo las órdenes del General San Martín. Y puede asegurarse, además, que todos o la mayor parte de los próceres mendocinos de la Independencia pasaron por esas aulas.

La Escuela propiamente dicha tuvo por maestro y director inmediato al R. P. Francisco Inalicán, de origen araucano, que tenía el título de Maestro de Gramática y enseñó esta signatura y sus accesorios correspondientes a la primera enseñanza, desde 1708 hasta 1805, en que por orden del Virrey del Río de la Plata, de fecha 5 de Enero de dicho año, se le manda que acompañe al Comisionado Comandante de Milicias Urbanas Don Miguel Félix Meneses, en la expedición que este debía llevar a Los Toldos, como conocedor que era el P. Inalicán de esos parajes como del idioma de los indígenas, lo que se cumplió con los felices resultados que cabía esperar. Años más tarde, este mismo Padre Inalicán acompañó al General San Martín al fuerte de San Carlos y le sirvió de intérprete e intermediario para parlamentar con los indios pehuenches en el Boquete del Planchón, entre los cuales se encontraba desde 1811 en calidad de Capellán.

Con todo y a pesar de la interrupción que tuvo que hacer en la enseñanza de los niños, a causa de la orden del Virrey, creemos que continuó dictando clases a los niños hasta 1810, por lo menos, o sea hasta la Revolución de Mayo.

(1) Libro de Circulares, 1646-1677, Arch. del Conv. de Córdoba.


Baulero: Eduardo Paganini

Instrucción primaria durante el período colonial: Influencia de las Instituciones religiosas en la enseñanza en Anales del Primer Congreso de Historia de Cuyo, Director: F. Morales Guinazú, T. II. Librería y Editorial “La Facultad” Bernabé y Cía, Buenos Aires, 1937.

La Quinta Pata

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