domingo, 9 de junio de 2013

Literatura mendocina

Interesante panorama de la actividad global literaria mendocina durante algunas décadas del siglo XX se puede contemplar en este fragmentado rescate que se hace en el texto de la profesora Cattarossi Arana sobre el estudio que el escritor Rodolfo Borello hace a principios de los años ’60. Como en un Parnaso cuyano flotan los nombres de los consagrados y de las promesas incipientes de entonces, nuestros actuales consagrados. Pero en estos pagos la consagración parece inherente al olvido y el desconocimiento, vaya pues como homenaje a la labor cultural que han promovido y promueven estos hombres y mujeres que han soñado en palabras.
Eduardo Paganini

Rodolfo Borello

Antecedentes
Entre 1925 y 1940 hubo dos grandes grupos de escritores. En la llamada generación de Megáfono, debemos contar a Ricardo Tudela, que publicó El Inquilino de la Soledad en 1929, y luego llevó adelante varias empresas literarias junto con Américo Calí y Vicente Nacarato (así las revistas Égloga, Oeste, Tierra Viva, etc.). Nacarato inaugura el ultraísmo en Mendoza con Carrousel de la noche (1927-1931), y ha escrito luego una serie de libros poéticos dentro de moldes tradicionales. A ellos debemos agregar Guillermo Petra Sierralta, Jorge Enrique Ramponi y Serafín Ortega. Luego distintos a los de Megáfono, y sirviendo de puente entre ellos y la generación de 1950, a Américo Calí, Juan Draghi Lucero y Alejandro Santa María Conill. Puede decirse que mientras los escritores de Megáfono muestran influjos modernistas o ultraístas, los siguientes, y sobre todo Draghi Lucero, se vuelven hacia las vertientes folklóricas, para buscar allí inspiración a formas nuevas; y Calí por ejemplo, acaba de entregar sus Coplas del amor en vano (1960), inspiradas dentro del módulo popular, saetas lírico-sentenciosas de auténtico cuño.

La poesía
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Jorge Ramponi es el verdadero fundador de la poesía mendocina actual. Toda su rica obra, desde Preludios líricos (1927), hasta Corazón terrestre - Maroma de tránsito y espuma, 1935, es una severa preparación para su gran poema que D’Accurzio imprimió en 1942; en 1948, Colombo entregó la edición definitiva de Piedra infinita. Ese libro, suma depurada de un artista pleno de poder creador —en sabiduría de su oficio y en profundidad metafísica— sólo puede ser comparado con otros grandes intentos continentales, como Luz de Provincia(1) o Alturas de Machu-Pichu(2). Ramponi se adelanta netamente al poema nerudiano, y logra triunfar en este intento lírico que parecía imposible: el diálogo con el mineral y la piedra, el marco hosco que rodea al hombre de Mendoza. Su densidad estilística, sin desmayos, y su adentrarse en el objeto del canto, son las dos notas que caracterizan al gran libro de Ramponi. El poeta está escribiendo desde hace mucho tiempo, su nueva obra: El denodado, de la cual se adelantaron versos en la revista Espiga de Buenos Aires.

Abelardo Vázquez es el otro gran poeta mendocino actual. Su obra constituye una perfecta autobiografía lírica, rica en experiencias vividas y en avances estilísticos, Advenimiento (1942), reúne poemas de 1939; La danza inmóvil (1950) y Segunda danza (1959), documentan la evolución espiritual de un poeta cuyos temas centrales son el amor, el tiempo y la muerte; Vázquez que emotivamente podría colocarse en el neorromanticismo, en su último poemario reúne un claro decir con formas superrealistas. Y al descubrimiento del amor en sus primeros poemas, une, en los últimos, la conciencia serena y apenada de la muerte: También muere la mano con la rosa. Otro sector, también rico da su obra, está en su Tercera Fundación de Buenos Aires (1958), y en Poemas para Mendoza (1959) escritos en 1943. El primer volumen lo ubica en la falange de Guibert, Raúl G, Tuñón y M. J. de Lellis; el segundo muestra una originalidad léxica que intenta un rescate lírico de formas regionales de buena ley.

Entre los poetas afincados en Mendoza, debemos contar a Alfonso Sola González, eficaz y nostálgico poeta de la generación del 40, con una obra ya valiosa y personalísima, quien acaba de reeditar sus Tres poemas, 1961, con una carta de R. Molinari, y José Otear Arverás, que con El desconocido (Bs. As., 1951) ha adelantado una muestra de su poder evocativo y de su decir acerado.

Entre 1950 y 1955 aparece una nueva generación integrada —entre otros— por Fernando Lorenzo, Hugo Darío Acevedo, Armando Tejada Gómez y Néstor W. Vega. Algunos muestran en su primer libro influjos de Ramponi (así Lorenzo), pero en general imperan Neruda, Hernández y Vallejo. Tejada Gómez, Pachamama (1955), Tonadas de la piel (1956) y Antología de Juan (1957), se caracteriza por una temática de reivindicación social, con nerudiano amor por las cosas y los seres: ha revitalizado el mito romántico del poeta-vate, del poeta voz de su pueblo y su tierra, con registro de cantor épico-lírico frecuentemente certero. Fernando Lorenzo ha publicado Tránsito (1948) y Segundo diluvio (1954). El último trae una angustiada visión del mundo, con voz solitaria e imágenes surrealistas. En 1961, el Fondo Nacional De Las Artes publicó su primera novela, Por arriba pasa el viento, novela lírica, típica de un poeta, en la que el sueño y los símbolos valen mucho más que los sucesos o los personajes mismos. Néstor Vega intentó una cosmografía poética personalísima en Los nacimientos (1958), poesías de lenguaje cortante, pleno de sugerencias que van más allá de su inmediato nominar, y que permiten pensar en un poeta futuro de voz amplia y personal. A este grupo pertenece también Víctor Hugo Cúneo, que en El nacimiento del Ciudadano (1962) y en Poema a Vicent Van Gogh (1960), sobre todo el último, muestra un poeta dueño de su oficio y con una frescura creadora original que hace esperar una obra auténtica. A ellos debemos agregar Efraín Peralta Andrade, Juan Carlos Palavecino, etc.

En 1958 Graciela de Sola(3), Fanny Polimeni y Elena Jancarik, fundan la asociación Amigos de la poesía, que además de recitales y revistas orales, han llevado adelante la magnífica empresa de Azor, (1959-1960), cuyas cuatro entregas la colocan a la cabeza de todas las revistas de poesía del país, por la calidad literaria y la presentación gráfica. Graciela de Sola (Poemas, 1959; Un viento hecho da pájaros, Córdoba, 1961, y El rostro, Montevideo, 1961), está erigiendo una sólida obra poética, expresándose en un lenguaje certero y claro, medido, y preocupada siempre por el paso irrecuperable del tiempo, y la soledad insalvable en que vivimos.

La narrativa
Juan Draghi Lucero, se inició con una serie de obras de teatro, mientras desde la cátedra y el libro, llevaba a cabo una vasta investigación histórica y folklórica de Cuyo. Su Cancionero popular cuyano (1938) es apenas una muestra de su amplio saber histórico y cultural sobre su región nativa. En 1940, Las mil y una noches argentinas reúne la primera serie de un conjunto de relatos que, inspirados en tradiciones orales cuyanas, constituyen, puede decirse, la creación de todo un personalísimo estilo narrativo que comunica a lo narrado una peculiar visión del mundo. Draghi Lucero ha forjado un estilo, un modo de contar que conserva junto con el sabor arcaico y oral del habla plena de notas rurales, un relieve literario de alto valor expresivo. Toda la malicia sencilla, los esguinces del hablar campesino, y una clara disposición del relato, hacen de su libro una obra memorable en la historia de nuestra narrativa, Américo Calí publicó en 1943, Días sin alba, un volumen de cuentos sencillos.
Por 1950 apunta la nueva generación de narradores, la cual posee dos nombres de importancia nacional: Alberto Rodríguez (h) y Antonio Di Benedetto. Junto a ellos debe recordarse a algunos nombres de escritores de otras generaciones que han continuado hasta nuestros días su labor creadora. Sobre todos, se destaca Carlos Alberto Arroyo (quien en otras épocas publicó La universidad del amor, Una porteña snob); en 1959, y bajo el sello de Rueda, ha editado tres volúmenes: Odio entre hermanos, El interventor federal y Políticos enloquecidos, vasto friso histórico-político, que documenta las luchas institucionales de Mendoza, en las primeras décadas del presente siglo. Es evidente en Arroyo la presencia del estilo narrativo de Gálvez donde mucho más que la creación del orbe novelesco mismo, con su desarrollo y su estilo peculiar, importa la pintura de una realidad que apasiona al autor y en la cual el autor toma partido. Aquí lo histórico se sobrepone a lo literario, pero la obra de Arroyo restará utilísima pues testimonia una serie de sucesos que de otra manera se habrían olvidado.

Alberto Rodríguez publicó Matar la tierra (1952) y Donde haya Dios (1955). Ambos libros han merecido la reedición, y muestran un escritor realista en el cual la denuncia y el testimonio se unen a un dominio completo de los medios expresivos sobre el lector, y de sus materiales. El mundo narrado por Rodríguez, es un territorio doloroso y tremendo, pero lo tétrico y bronco del relato no parten de la técnica del novelista, sino de la realidad misma que esas novelas documentan, mostrada con serena objetividad, sin eufemismos ni excesos románticos. La suya es una novelística mostrativa, dramáticamente trabada, y que en su técnica debe mucho a la novela norteamericana contemporánea.

Antonio Di Benedetto se inició con un volumen de cuentos, Mundo animal (1953); en 1955, una novela en forma de cuentos, El pentágono mostró cómo cada obra de Di Benedetto es una nueva experiencia del escritor, en busca de formas renovadas para una narrativa inconformista y que ha intentado todas las posibilidades del género. En 1956, Zama, su mejor novela y una de las obras memorables de la novela argentina de esa década. Luego, Gros, cuentos (1957); Declinación y ángel, cuentos (1958), con prólogo de Luis Emilio Soto, y en versión bilingüe castellano-inglés; acaba de aparecer otro volumen de cuentos editado por Goyanarte (Bs. As.). El cariño de los tontos, que no conocemos, Zama es la historia —narrada en primera persona— de la declinación y fracaso de un hidalgo español, que vive en América a fines del siglo XVIII. Y es también de alguna manera, una colección de símbolos que a través de un personaje, representa todo un juicio de una concepción del mundo: la hispánica, entonces en decadencia. La objetividad casi cruel del relato en primera persona, recuerda a Kafka, por la precisión y por los símbolos (sexuales, oníricos, oscurecidos de niebla). No es solamente la historia del caer lento de un hombre; también la pérdida de una personalidad humana que va cosificándose, convirtiéndose en juguete de fuerzas superiores y desconocidas. En Declinación y Ángel, Di Benedetto logra la creación de un estilo que mucho se parece al de la llamada “escuela objetivista” francesa, aunque en el argentino existe una coherencia técnica poco frecuente en los autores europeos del género.

Abelardo Arias se inició con Álamos talados, descripción de la adolescencia de un niño en San Rafael; como primera novela muestra un dominio completo de la técnica, y su calidad intrínseca consiste en el análisis psicológico. Luego, Arias ha desarrollado una vasta labor como escritor, pero fuera de su provincia natal. Entre otros, debe recordarse su magnífica novela El gran cobarde, ahondamiento en la historia de un alma solitaria y enferma.

El último aporte valioso a la narrativa mendocina se debe a Humberto Crimi. Su primer libro en el género fue Tres novelas cortas (1950). En 1959, El desconocido y su sombra reveló a un cuentista fantástico de renovadas posibilidades, y dueño de un poder especialísimo para contemplar aristas extrañas de la realidad; sobre todo la cotidiana y vulgar. El último concurso “Losada” de novela, ha sido ganado por una mendocina, Iverna Codina de Giannoni, con una novela titulada Detrás del grito, y que se desarrolla entre los mineros de Malargüe; no la conocemos. Antes, Iverna Codina había publicado La luna ha muerto, novela que describe el nacimiento de la última generación mendocina de escritores y que presenta algunos defectos de principiantes.

El teatro
Humberto Crimi ha escrito diversas obras: Simón el mago (1950); La perfección (1951); El protegido de San Juan (1952); El hombre que no quiso volver (1953); El autor y la obra versión (1959). Crimi posee talento, sobre todo como autor de farsas y comedias, y sus obras revelan a un dramaturgo del cual puede esperarse aún mucho.

Antonio Pagés Larraya obtuvo en 1954 al premio municipal de Buenos Aires, con Santos Vega el Payador. Además, cuéntase Ambición (1942) y La treta (1945), de Luis Mazziotti. Enrique Peralta Andrade, es autor de un drama de ceñido desarrollo y eficaz desenlace: Después vendrá el olvido (1948). Néstor Vega fue premiado en 1951 por La sed. El escritor dramático de mayores posibilidades creadoras de Mendoza, es actualmente Juan José Beoletto, un entrerriano radicado en ella desde antiguo. Contamos entre sus obras La eternidad comienza a las cinco, Suicidio en cómodas cuotas, Jaque al hombre. En 1950, estrenó Cartas para el fuego, en 1951, Espejismos. En Buenos Aires, al año siguiente dio a las tablas, Fueron invitados a un sueño. En la Capital Federal, el escritor mendocino Juan Arias, editó en un volumen tres piezas: Ser un hombre como tú, Jacq y El sumidero. Crimi ha escrito además una obra útil: Breve historia del teatro mendocino (1957). En 1961 el gobierno provincial publicó juntos tres argumentos cinematográficos que fueron premiados de acuerdo con una ley para fomentar el séptimo arte: André Provano de Samuel Sedero; La refriega, de Néstor W. Vega, y La cadena, de Humberto Crimi.

Un hombre único en las letras de Cuyo
Un hombre único en las letras de Cuyo, y que cubre con su obra cuatro décadas de literatura argentina es el de Alfredo R, Bufano (1895-1950). Una vasta obra lírica que va desde 1917, El viajero indeciso, hasta el póstumo Marruecos (1951) y se extiende por veinte libros, documenta su labor incansable y su adentrarse en la tierra expresado en poesía descriptiva y sencilla. Estas obras muestran el cariño que por el mundo sentía Bufano, pero también testimonian tanto su amor por la libertad, como su dignidad cívica, puesta a prueba en 1947, al ser injustamente separado de sus cátedras de San Rafael. Allí, también ha quedado escrita la biografía espiritual de este magnífico tipo humano, que comenzó expresando sus dudas, cantó con amor encendido sus acequias y sus montañas (Mendoza la de mi canto, 1934), y habló a Dios con la sencillez de los pastores y la profundidad de los místicos, Pero además, Bufano unió la creación con las labores campesinas “Comparto mi escribir con poda y sementera;/reposo trabajando la olorosa madera/ cuyas virutas huelen a oculta primavera” , y habló de nuestros males con entereza y hondura (Zoología política, 1935; Jerarquía de la libertad, 1945). Su obra sin embargo, no ha tenido continuadores en nuestro medio, a excepción de sus tradicionales coplas (Charango, 1946), que encuentran el eco sentido de Américo Calí, al que nos hemos referido.

Revistas, concursos y empresas culturales
La Biblioteca Pública General San Martín, de Mendoza, ha llevado a cabo una activa labor editorial a través de la cual se han dado a conocer no solamente libros de poesía y narrativa, sino también piezas musicales. Junto con ello, ha editado ya dos números de la revista Versión, 1958 y 1960, con materiales de calidad tanto en crítica y creación, como en otras disciplinas humanísticas. Junto a ello debemos contar la labor desarrollada por el Instituto de Lenguas y Literaturas Modernas de la Universidad Nacional de Cuyo que, bajo la dirección de Adolfo Ruiz Díaz edita un conjunto de revistas, de entre las cuales destacamos la dedicada a Literatura Argentina e Iberoamericana, y la Revista de Literaturas Modernas, ambas únicas entre las publicaciones universitarias del país.

La Sociedad Mendocina de Escritores, con el auspicio del Gobierno Provincial organiza anualmente su concurso literario. Y entre las empresas dignas de aplauso con que cuenta Mendoza, en lo que a promoción literaria y cultural se refiere, debemos destacar el concurso anual Juan Carlos D’Accurzio que, auspiciado por ese gran editor que se llama don Gildo D’Accurzio, edita anualmente la obra que haya merecido el primer premio. D’Accurzio, ya en 1952, inició en nuestro medio una práctica que luego sería común entre los grandes editores de la Capital Federal (...)

(1) Referencia a un poema muy celebrado del poeta entrerriano Carlos Mastronardi (1901-1978) que integra el volumen Conocimiento de la noche (1937).
(2) Remite a la 2ª parte del Canto general de Pablo Neruda (1904-1973), publicado en México en 1950.
(3) Se refiere a la Prof. Graciela Maturo.


Literatura mendocina (1940-1962) en Artes y Letras Argentinas, Boletín Del Fondo Nacional de las Artes. Enero-Febrero-Marzo de 1962. Año III. Nº 14. Reproducido por Nelly Cattarossi Arana en su Literatura de Mendoza: (Historia documentada desde sus orígenes a la actualidad) 1820-1980, Inca Editorial, Mendoza, s/d.

Baulero: Eduardo Paganini

La Quinta Pata

1 comentario :

Unknown dijo...

Realmente muy meritorio que se aborde el estudio de los poetas mendocinos que aportaron tanto a la cultura de la provincia. Felicito esta iniciativa.

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