Ramon Ábalo
Pertenecía a la aristocracia geronte de la justicia emparentada con los genocidas del ‘76. Esa justicia que el 20 de junio fue vapuleada por la presidenta Cristina, y con razón, y a tono con la visión que tenemos la gran mayoría de los argentinos de esa corporación enquistada en el costado más oscuro del Estado. Pero aquí en Mendoza esa lucha que nunca se abandonó por parte de los organismos de derechos humanos, se logró una limpieza profunda en la jurisdicción federal, acentuada por las políticas del gobierno nacional, con lo que se logró abrir una brecha en el blindaje ideológico de la corpo.
Para Romano, como también para Miret y otros de la misma calaña, fue el acabose. Un día de agosto del 2011, Otilio se fugó a Chile. La jugada fue acudir a requerir del estado chileno que se le diera asilo en su condición, según él, de perseguido político.
Romano contaba, seguramente, con la identidad política e ideológica del gobierno actual chileno que deviene del poder genocida del pinochetismo. Esa identidad, le sugirió a Romano, que allende los Andes estaba su salvación. Pero le escapó, porque no supo, y tampoco sus mentores en la fuga, que para el presidente trasandino Piñera, por encima de sus posiciones ideológicas, le conviene mucho más una relación cordial y de intereses concretos con los gobiernos y los pueblos del resto de la región, como lo ha demostrado permanentemente desde que asumió su gobierno.
Primero se le rechazó la pretensión de ser considerado un perseguido político por el régimen argentino. De inmediato el gobierno argentino envió todos los antecedentes al estado chileno de lo que en realidad fue Romano en su paso por la justicia federal durante la dictadura. Fue la justicia chilena la que entró a analizar su pasado profesional, y como primera medida le acortó sus movimientos en su hospedaje de alto vuelo, en uno de los barrios residenciales de mayor alcurnia en Santiago, la capital.
▼ Leer todoOtilio manifestó su error en haber huido de la justicia argentina, aunque esto no le alcanzó porque ya el juez de la Suprema Corte chilena, Sergio Muñoz, decidió ante los argumentos argentinos, ordenar la extradición solicitada, encontrando veraces los cargos por delitos de lesa humanidad que se le sigue en nuestra provincia. Son más de 100 causas en que se lo vincula por secuestros, torturas y homicidios. Anterior a la decisión del juez Muñoz, se había expedido la fiscal de la Corte, Mónica Maldonado Croquevielle, quien había recomendado su extradición por entender que la investigación realizada en la Argentina tenía elementos probatorios de sobra para confirmar la participación de Romano en los delitos que se le imputan.
Como decimos, a Romano se le terminan unas vacaciones que inició en agosto del 2011, cuando puso pies en polvorosa, por un camino nada polvoriento, pero que le ha sido adverso como una huella en el desierto en tiempos de sequías. Trató de esquivar en su terruño el juicio en el Consejo de la Magistratura cuando ya se había quedado sin fueros y sin impunidad alguna. Incluso, tiene un pedido de captura internacional pedida por el juez Walter Bento, a quien Romano había amenazado de muerte.
La decisión del juez Muñoz responde, además, a su reconocida actitud política, de neto corte progresis. Le quitó los fueros que el dictador Pinochet tenía como senador vitalicio. También es un enemigo declarado de los que atentan contra el medioambiente, señalando a las grandes corporaciones por sus prácticas anti-ambientalistas.
El Otilio ya debe estar preparando sus valijas para su vuelta al pago y sin retorno a ningún lado. Aunque sí, a un lugar con barrotes, a un ámbito donde suelen caer con sus osamentas los que han sesgado vidas, éstos, los que son directamente responsables de crímenes de lesa humanidad. No escapará a la prisión común que le espera, porque no le será concedido ya ningún privilegio, como la prisión domiciliaria o la exención de prisión.
Al menos el regreso no le costará gasto alguno. Para estas ocasiones, el pasaje es gratis, un mínimo costo para este hecho que hace justicia a decenas de miles de víctimas.
La Quinta Pata
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