domingo, 23 de junio de 2013

La educación elemental en Mendoza a fines del siglo XIX (II)

Un breve apéndice sobre la instrucción primaria en épocas del profesor Chaca nos había quedado en el tintero *, aprovechando la proximidad del receso invernal de clases nos atrevemos a regresar a este viaje a épocas de puntero y rincón de la penitencia.
Como es habitual se ha actualizado la ortografía y corregido algunas erratas evidentes.
Eduardo Paganini

* ver http://la5tapatanet.blogspot.com.ar/2013/06/la-educacion-elemental-en-mendoza-fines.html

Dionisio Chaca

Material de trabajo
En primer grado o primera clase: nada más que la pizarra manual. En ella se aprendía a escribir. La lectura se aprendía empezando por las letras y terminando por la palabra y por último, las frases, Para leer en lo impreso servía una serie de 22 cartones graduados o “Cuadros de lectura”. No había ningún libro ni tampoco la división de grados en: primero inferior y primero superior. Para sentarse se usaban bancos largos de madera en los que cabían cuatro muchachos; los había también de dos asientos. En la pared del frente, un pequeño pizarrón, en las laterales, nada, ni el más diminuto cuadro, ni retrato ni ilustración de ninguna especie. Nada más desmantelado y triste (triste para una persona mayor; nosotros, ni lo notábamos) que aquel saloncito de primer grado. Y cuando todo el personal se reducía a la directora, agrupaba hasta tres grados en un mismo salón.

Cuando había ayudante, la clase segunda estaba aparte. Esta era para los de primera, la clase docta; la de los sabios; la de los que habían pasado al libro y al papel. En la segunda los niños escribían ya con tinta en hojas de papel de una sola línea; leían en el Silabario de Sarmiento (sin saber ni jota quién era Sarmiento) y en el Lector Americano 11 de Nuñez y en las paredes brillaba algún mapa nuevo de Mendoza o de la República Argentina.
▼ Leer todo
Estos mapas estaban allí de puro adorno. Ninguno de nosotros entendía nada en ellos ni se empleaban tampoco en las poquitas lecciones de geografía que se daban en la segunda y que se reducían puramente a términos geográficos. Sólo nos llamaban la atención por sus colores brillantes. Una vez llegaron también otros mapas raros: uno de Europa, otro de Asia y uno de África, también para adorno porque ni siquiera la Directora entendía nada en ellos (la pobre no había cursado más que el cuarto grado elemental). Es claro que esto solo lo vi muchos años después. Los mapas estaban en la segunda... ¡Con qué respeto mirábamos nosotros a los de la segunda que sabían tanto de aquellas cosas del libro y de los mapas! Recuerdo que ya más adelantadito pude leer un día al pasar en uno de los mapas nombres como estos: España, Francia, Jerusalén. No fue chica mi sorpresa. Yo me figuraba que estos países que oía nombrar a mi padre y a mi abuela en sus oraciones, especialmente Jerusalén, estaban en regiones muy remotas, en otros mundos que no eran el nuestro terrenal. A Jerusalén sobre todo lo hacía en el cielo, cerca de donde estaba Dios. Y ahora resultaba que estas comarcas eran también de la tierra. Quise aclarar el punto con abuelita pero ella nada supo decirme.

Al cursar la segunda, tampoco salí de la duda, La geografía que allí aprendí se reducía a rudimentos sobre la República Argentina.
La clase 3º no la conocí yo en Tupungato, vino algo después y en ella ya se usaba el Lector Americano 2º de Nuñez, el compendio de Historia de la República de Juana Manso y el texto de moral y urbanidad de Carreño. La Pizarra manual seguía usándose siempre en todas las clases.

Enseñanza
Las lecciones se aprendían de memoria, tales como las enseñaba la maestra y se aprendían a fuerza de repetirlas. La enseñanza objetiva, con abundante uso de ilustraciones gráficas, pictóricas o reales, no la conocían los maestros sin título que atendían las escuelas de aquellos días. En cambio la ejercitación era intensa en los ramos de aritmética, cálculo, lectura, caligrafía y mapa de la República Argentina hecho de memoria en las pizarras manuales.

Premios
Por Decreto Gubernativo de fecha 22 de Octubre de 1870 se establecieron premios para los mejores alumnos de cada escuela en proporción de 4 premios para las escuelas de 100 alumnos y de tres para las de menos. He aquí otro tema que se presta a discusiones interminables.

Yo sólo sé decir que la supresión de los premios sólo favorece a los incapaces de ganarlos, a las medianías, a los desprovistos de aptitudes para sobresalir y el impulso de los más activos, capaces e inteligentes quitando todo interés al esfuerzo personal. Si el premio se suprimió porque se suponía, despertaba la envidia y la desesperación de los que no tuvieron fuerza para obtenerlo, su conservación en cambio, agiganta la emulación y el esfuerzo de todos, hasta el de los perdedores por cuanto también ellos son arrastrados por el movimiento de avance y algo de provecho cosechan aún cuando no sea el premio. Y si volvemos la vista hacia el panorama de la vida, ¿qué vemos? Que nadie, absolutamente nadie trabaja ni se esfuerza si no tiene por delante alguna recompensa, alguna compensación o algún compromiso ineludible.

En la totalidad de las justas y competiciones en que intervienen adultos el premio es el animador. Hasta el guerrero espera un premio que sea algo más real y tangible que la simple gloria: una medalla, una pensión, un ascenso, etc. Sólo a los niños se les exige que amen el estudio y que apliquen y se mortifiquen nada más que por la satisfacción del deber cumplido y del honor del triunfo sin pensar en que nosotros, los mayores no sabemos todavía muy bien en qué consiste el honor y mucho menos los niños que tampoco ven, ni entienden, ni conciben el significado de esos altos conceptos del honor y de la satisfacción del deber cumplido tal como creemos entenderlo nosotros los mayores.

Suprímanse los premios materiales en todos los concursos, torneos, competiciones y luchas de cualquier especie y se verá si hay alguien que concurre a ellas. La abolición de los premios, conspira en fin contra la ley de selección natural.

¿Quién se llevó los premios de mi escuela? Lo que es yo, no me llevé ninguno y tan poca atención ni envidia tuve a quienes se los llevaron que ni siquiera recuerdo quienes fueron los premiados. Nada obtuve, ni siquiera una mención honorífica ni una felicitación. Decididamente debí ser en aquella escuelita primaria un perfecto soquete, tanto que ni yo mismo supe darme cuenta de ello. Justo era entonces que no me premiaran; había otros mucho mejores que yo. En donde no dejé escapar ningún primer premio fue en la Escuela de Don Bosco que más tarde, frecuenté en Mendoza. Aún los conservo con amoroso cuidado.

Disciplina
Había disciplina ejemplar en la escuela sin que pueda decirse une ella fuera excesivamente severa. No había necesidad de que lo fuera porque el niño de campaña es por lo general humilde y respetuoso. Ningún alumno se hubiera permitido jamás ‘‘echar a pasear’’ en alta voz y en presencia de todos sus compañeros a su maestro o a su maestra como lo he visto hacer más de una vez en la Capital de la República... ¡Pobre del que lo hubiera hecho! El maestro, el padre del atrevido, la policía y hasta los vecinos hubieran caído inmediatamente sobre él y le hubieran quitado las ganas de repetir la hazaña. Hoy las cosas han cambiado fundamentalmente y yo mismo he visto con la consiguiente amargura, cómo al atrevido se lo defiende, se lo aplaude y se lo admira.

En los recreos había moderación y cultura en el lenguaje y era motivo de espanto y de escándalo el que algún chico descuidado dejara escapar algún término procaz o insultante. El culpable se quedaba en suspenso y se ponía rojo de vergüenza sobre todo si comprobaba que lo habían oído las niñas. Las travesuras escolares no tenían nunca el carácter avieso, mal intencionado, irrespetuoso y hasta inmoral que puede descubrirse fácilmente en las bromas de nuestros actuales escolares. Nunca se complotaban soviéticamente contra el maestro. Las faltas consistían en riñas entre los mismos chicos, llegadas tarde, descuidos en el aseo, lecciones no aprendidas, charlas en clase, ruptura de algún utensilio etc., etc. Siempre pecados veniales para nuestros días pero mortales en aquel entonces. Los mismos padres inculcaban el respeto a los preceptores diciendo a sus hijos que los maestros “eran nuestros segundos padres” y que por eso se debía a ellos tanto respeto y obediencia. Con todo, siempre había algún cachafaz que incurría en algún pecado mortal. Entonces era castigado severamente.

A la amonestación se le daba poco valor y se prefería la varilla de membrillo. Con ella se sacudía bien el polvo de las piernas o de la espalda. El pescozón, la tirada de pelo, el plantón, el estiramiento de orejas, la puesta de rodillas en el suelo pelado o sobre piedritas o carozos de duraznos y por último el encierro en una incómoda garita, eran métodos muy en uso y permitidos por la costumbre.
¡Qué horror! ¡Qué salvajismo! ¡Qué barbaridad! ¡Qué absoluto desconocimiento de los derechos del niño y de los métodos racionales de educación por parte de padres y maestros exclamarán más de cuatro apóstoles de “Los nuevos valores ”. En efecto, hoy ya no se hacen estas herejías en la escuela; hoy se le reconocen al niño todos sus derechos a hacer lo que “se le dé la gana” a cambio de negárselos todos al maestro y aún al padre. Y el resultado es maravilloso. ¿No nos hemos dado cuenta acaso de que estamos viviendo en medio de una hermosa, disciplinada y virtuosísima democracia en medio de la cual se pierden miles y miles de seres precisamente por falta de virtud, de disciplina y de hábitos de orden y de trabajo? Se pierden no porque vayan a parar a presidio sino porque fracasan en la vida y son luego un pesado lastre para la sociedad laboriosa. En fin, yo no me deshago en aspavientos ni me enfermo de espanto porque el tutor aferre fuerte al arbolillo rebelde y lo obligue a crecer derecho. El tema, por lo demás se presta cual ninguno a profundas y encontradas controversias.

Es muy posible que tenga razón yo que justifico sin aprobar demasiado ni elogiar sin medida, aquellos procedimientos y es posible que tengan todavía más razón quienes piensan y abogan porque las cosas se hubieran producido al revés, es decir: que los maestros tras de injuriados, hubieran sido flagelados y puestos de rodillas por los niños; y los padres, abiertamente desobedecidos, maltratados, insultados y hasta agredidos por sus hijos.

Para gloria y satisfacción íntima de los defensores del niño no es raro comprobar que cada vez aparecen con más profusión en la prensa, los casos de hijos parricidas. He sido maestro muchos años y sé cuál es el espíritu de la infancia escolar moderna, espíritu fomentado y protegido desgraciadamente por la inmensa mayoría de los padres que después son víctimas de la ya inatacable rebeldía de sus propios hijos. La escuela tiene la culpa dicen.

Pero también he oído a muchos ancianos de blanca cabellera y por todo concepto honorable, decir con profundo convencimiento: “Gracias a las severas penitencias que me dio mi maestro y a los azotes que recibí de mi padre pude llegar a ser un hombre honrado y de provecho, porque yo, cuando chico era un consumado demonio. También yo acusaba interiormente de brutos a mis padres y maestros por los castigos que me aplicaban porque sí y por malos que eran, según yo me lo creía, pero cuando ya grande y barbado he pensado en aquellos castigos que me enfurecían y me hacían tascar el freno y ... marchar derechito por el camino que me indicaban, he entendido, me he dado cuenta y he visto claro, dando entonces plena razón a mis padres y maestros”.

¡Bah!... ese viejo estaba chocho o loco sin duda alguna y la prueba es que ahora hay miles y tal vez millones de hombres buenos, honrados y honorables a quienes jamás se aplicaron castigos violentos cuando chicos.

Cuando usted lo dice amable contradictor así será pero yo me quedo perplejo pensando si así fuera el mundo no andaría como anda y que también hay muchos miles y tal vez millones de hombres que pudieron ser buenos y útiles a la sociedad y que no llegaron a serlo porque les faltó el freno y la enérgica corrección a tiempo.
Y con esto... ¡punto en boca! y que cada uno adopte con respecto a este tema la posición espiritual que quiera.

Pero nosotros, los educacionistas debemos seguir siempre empeñados en inculcar en cada falange de niños que desfila por el aula la más estricta disciplina, respeto, espíritu de labor, recordando que nuestro pueblo no es todavía un pueblo de caracteres netamente definidos sino un extraño conglomerado humano cuya masa se enmadeja, enturbia y acrecienta cada vez más por el aporte constante de numerosas nacionalidades de diversa estructura moral muchas de las cuales no nos traen lo más sano y mejor de sus patrias lejanas sino precisamente lo peor, lo que constituye la resaca, lo indeseable y lo perjudicial en sus dominios de origen.

Baulero: Eduardo Paganini

Capítulo XLI: Historia de la Instrucción Pública en el Departamento en Tupungato: descripción histórica, geográfica. Usos, costumbres y tradiciones, Buenos Aires, 1941, Edición del autor.

La Quinta Pata

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