Teny tiene una hermosa mujer y tres hermosos hijos; sin embargo, cualquiera tiene hermosos hijos y mujer. Teny tiene una casa con una palmera y miles, miles de libros; sin embargo, ahora abundan las palmeras, pues dan imagen de falso prestigio y hasta de exotismo, y las bibliotecas, bueno, las bibliotecas son laberintos que muchas veces usamos para exhibirlos cual trofeo de una caza a la que no fuimos o, si leemos, las usamos para escaparnos de nosotros mismos.
Teny, este fenomenal animal de verso y radio, tiene amigos también, pero –lo sabemos– hasta los genocidas los tienen. Teny, el poeta, tiene también una enfermedad incurable en el hígado, que lo tiene a mal traer; no obstante, a todos nos espera una cosa semejante, es sólo cuestión de tiempo: la vida es eso que hacemos mientras unos esperan, otros desesperan y otros pocos sencillamente viven, como si no hubiera más amanecer que éste, para entibiarnos el hocico. La vida, lo sabemos, es la mayor o menor demora de lo incurable.
Ahora bien, Teny tiene algo que prácticamente ninguno de nosotros tiene: 17 enormes biblioratos repletos de poemas corregidos, cuatro libros editados y un par de computadoras repletas de versos delicados y en vegetativo estado. Y dos o tres programas radiales que se cuentan entre los mejores que la historia de la radio mendocina haya ofrecido: “Tatuaje falso” (con la voz al aire de Fito Suden), “De Piratas, Mendigos y Cenicientas” (trabajados junto a otro notable de la radio mendocina, don Oscar Reina) y “La sed de los peces”. Hogares de estas profundas cuevas de la cultura han sido Radio Nacional y Radio Universidad, de la UNCuyo.
He aquí sus cifras de lo extraordinario. Ese es su tesoro, su legado; en una habitación repleta de imágenes, reside el fruto de innumerables horas de asombro, insomnio, lucidez y belleza.
El otro día, su bella mujer (ya sabremos más adelante quién es ella) le birló uno de sus libros, su mejor libro conocido. Y se lo editó; y se lo regaló para el “Día del Padre”. Se llama “Semillas de oceanidad” y hoy, a las 18.30, en el centro cultural Le Parc, Teny Alós estará presentando esta verdadera joya en verso, uno de los mejores libros de poesía que se hayan editado en los últimos años en Mendoza.
Así las cosas, me recibe en su hogar. Y lo agradezco, porque el tipo –últimamente– no es de nadar recibiendo gente en su hogar, que tiene una palmera, una biblioteca, mujer e hijos, biblioratos y tantos discos de rock que sortear el aturdimiento del silencio es imposible.
Por esas cosas, ni bien nació, Teny vivió un par de años en plena calle Emilio Civit, nada más inapropiado para un tipo de su calaña. Mientras sus padres se levantan un hogar obrero, vivieron en una casa de adobe que prestaban a sus abuelos en tan señorial avenida mendocina. Al poco tiempo, los rajaron de allí y se fueron a vivir al barrio que sería su patria universal: Dorrego.
“Dorrego es todo para mí: la infancia, la atorranteada, el partido de fútbol, el nacimiento de la poesía, todo. Antes de terminar la casa, un día mi papá le soldó un cartel: “Teny”. Cuando me bautizaron, los suvenires decían “Teny”. Y así crecí, ya nadie recuerda mis nombres. Soy el Teny”, rememora don Alós.
“Nadie leía en mi familia. Fui descubriendo la lectura y la poesía por mi cuenta. Mi viejo me regalaba el “Anteojito”, que venía con un poema en la primera hoja y yo intentaba cantarlo. En realidad, quería ser cantautor. Después, de los 12 a los 17, llené un montón de cuadernos con poemas y textos para nadie. Nadie leyó aquello que yo escribí. Ese fue el inicio de todo.
Más temprano que tarde, Sara, su hija de quince años; tira en un almohadón cerca de nosotros y finge leer su Facebook. Es claro que la intención es otra: quiere escuchar las historias de su padre, oírlo, saber lo que Teny, el poeta, tiene para decir, con un intermediario preguntón.
“Una vez iba con un amigo por el centro, hablando de que, si mirás bien, la ciudad está llenas de asombro, llena de poesía. Ni bien terminamos de decir eso, pasaron dos chinos, dos auténticos chinos, en una bicicleta de a dos. Nos quedamos paralizados. Bueno, eso es la poesía: ese asombro repentino”, suelta, como si nada.
Nos conocemos hace mucho, hace más de 25 años, allá en la facultad de Filosofía y Letras nos conocimos. Éramos pibes de barrio con morrales y zapatillas, llegando a esa iglesia medieval repletos de cuadernos con poemas y canciones de Spinetta en la cabeza. Estábamos tan seguros de nosotros mismos que no fue difícil sintonizar: “Veníamos de un palo parecido los dos; estábamos fuera de toda esa cosa que significaba esa facultad”, dice y se ríe y esa sonrisa delata, apenas por momentos, aquel Teny, el de antes de todo esto.
Mírenlo: sigue su aire de rocker entrado en años; algo queda de ese encanto natural de rollinga de suburbio, con sus pelos al viento, aún al viento hoy, el viento de su viaje inmóvil.
Volvamos a la facultad. Teny era más grande que yo y, aunque discreto, hizo de las suyas, ejerció sus encantos en verso libre y, el muy guacho, se quedó con la mina más linda de toda la facultad: la Claudia Yarza, una rubia que, al pasar junto a vos, tan soberbia, guapísima, revolucionaria, hacía que el silencio se te llenara de ahogo y maravilla. Miren ahora al rocker y su chica de izquierdas, caminar de la mano Parque abajo, hasta la ciudad, llenos de amor y de poesía en los inolvidables años ochenta.
Teny se la ganó. Teny era un ganador. El tiempo pasó y aquella hermosa chica es hoy una hermosa mujer que acompaña al poeta que transita por la vida con su sino que sabe de lo trágico. Han pasado casi treinta años, llegó una hija, Sara, y miles de poemas y viajes y besos y sudores y sueños y sacrificios transcurrido y acá están, meta vivir, dirían los amigos del barrio.
Le ocurrió a Teny lo que a muchos de nosotros: por una mezcla de barrio y rock, terminamos en la poesía y llevamos la poesía a la radio: “Yo recuerdo el asombro al escuchar aquellas primeras canciones. Recuerdo cómo me impresionaba Pedro & Pablo y, por supuesto Spinetta. Con todo eso y con tantas chicas en esa facultad, éramos tan enroscados y pedantes para escribir, ¿te acordás? Me llevó un buen tiempo sacarme ese peso y escribir de manera más sencilla. Con el tiempo he ido adoptando un lenguaje más simple. Busco ser más contundente y enroscarme menos”, dice ahora.
Ahora, Claudia le acaba de robar un estupendo libro y lo ha editado y, con Sara (y con los otros dos hijos de Teny, Lía de 25 y David de 23) se lo han regalado para el “Día del Padre” y hasta le organizan una presentación. “Me di el gusto de diseñar el libro yo mismo, con un programa que encontré en Internet”, comenta. Ha publicado el poeta cuatro libros: “Poemas”, en 1987 (bajo el seudónimo "Hualpa"), “Radio Chaplin”, en 1991, “La isla encendida” (con los dibujos de
la mendocina Susana Viñuela) en 2011 y, ahora, en este 2013, “Semillas de oceanidad”.
Teny fue también empleado del Banco de Mendoza, durante 28 años, con su pinta de rebelde detrás de la ventanilla. “Entré por tres meses, mientras aparecía otra cosa. Y ahí me quedé. Tener ese look me costaba quilombo, pero uno era así. Igual hice cosas piolas en el banco, en publicidad, hasta que llegó Monetta e hizo mierda todo y volví a ser cajero”.
Después, vendría la enfermedad: un caso en un millón, se dice del melanoma que le atacó un ojo y, también por desconsideración médica, terminó perdiendo. “Del ojo, el cáncer se fue al hígado, directamente. Fracasaron las quimioterapias. Me hice naturista y me fue peor. Ahora volví a los asados para recuperar proteínas. Y en esta lucha estoy. Mi psiquiatra me dice que me voy a morir cuando me atropelle un micro; ojalá... Me doy mis gustos: para al “Día del Padre”, por ejemplo, nos comimos un flor de puchero".
- ¿Sos lo querías ser?
- Mi único sueño era ser escritor. Y tener una vida de escritor, que no la tuve, pero fui escritor. Igualmente, si uno lo piensa, tener esa vida no es lo ideal tampoco, por eso no me quejo, porque hice lo que más quería en el mundo, que era escribir. Y además, tengo una familia hermosa.
- ¿Y ahora qué querés?
- Todo lo que piense está atravesado por mi problema de salud. Quiero pocas cosas: quiero a mi familia. Y quiero escribir, escribir, escribir…
- ¿Sobre qué?
- No sé. Dicen que tenemos tres o cuatro temas, que no salimos de ahí… Yo parto de las imágenes. Si me pregunto sobre qué escribir, no hago nada, me queda la página en blanco. También le escapo a lo más social, no me sale muy bien, aunque lo intenté. Yo parto de una frase y no sé adónde voy. Este viaje es mi placer, evitando siempre los finales fáciles.
- Hay algo que impresiona de tu libro: estás atravesando un gran quilombazo, con el tema de tu salud, sin embargo, los poemas no parten de esta situación y ni siquiera concluyen en ella., pero no la evitan Es un libro valiente y hay que saber leerlo muy bien para descubrir en esos versos todo esto que te pasa…
- Bueno, muchas gracias. Ha sido la intención. No quería hacer un libro sobre mi sufrimiento y tampoco negar lo que me está pasando.
- Todo poema es también enfrentamiento con la muerte…
- Y, claro, yo en verdad no quería caer en las frases “¿por qué me tocó a mí?” o “¿por qué el mundo es una mierda?”. Quise decir otras cosas, en un puñado de poemas actuales, que me pintaran como soy ahora.
- Y disfrutando hacerlo…
- Mirá: si me dijeran que todo lo que escribí es una cagada, no me importaría. Yo fui muy feliz escribiendo y nunca le hice daño a nadie: siempre estuve en mi casa, escribiendo.
- Habida cuenta de todo, incluyendo la desolación reinante, ¿qué conclusión sacás?
- Saco tres conclusiones: que las cosas no están nada bien, que la solución para todas las cosas las tenemos nosotros y que si hay un motor en el mundo, ese motor es el amor, nada más. Mirá: puede estar todo mal, está todo mal, pero hoy nos juntamos vos y yo y nos encontramos en nuestra historia en común y nos reímos. Y está mi familia conmigo; entonces, no está todo mal, aunque las amenazas sean grandes.
- Y son grandes…
- Me dieron seis meses de vida. Y ya pasaron doce. Y aquí estoy: lo que ves es lo que hay.
Sara no se le despega. Es hermosa y dulce y también protagonista de esta lenta ceremonia. Junto a su padre, han decorado el altillo, con dibujos y con fotos de El Che, De Cortázar y, por ahí, un poema del Teny, que se nos duerme en el pecho, como un pájaro enfermo:
El viento explora
los parásitos
de mi oído Wincofón.
Y la melodía da vueltas alrededor
de mis obstinadas
ganas
de vivir.
MDZ, 18 – 06 – 2013
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