domingo, 9 de junio de 2013

Una historia que no pasa y que, sin embargo, debe pasar

Rolando Lazarte

“Deja venir esas memorias dolorosas, y que el ángel de la paz te guíe”, me dijo una vez Dom Fragoso, cuando le conté de lo que me tocó vivir en Argentina después del 24 de marzo de 1976. ¿Cómo hacer, sin embargo, para que la evocación de lo vivido sirva como aprendizaje, en vez de significar una repetición del sufrimiento?

Es una tarea casi diaria la de tratar de ir resignificando lo que fue aquello, convivir con lo que asoló a la Argentina en ese tiempo de barbarie absurda e inicua, y haber sobrevivido. Tener el recuerdo y reprocesarlo, darle un significado al estar aquí y ahora, vivo y con el recuerdo de lo que uno tuvo que pasar.

Lo que fue tener que convivir con la posibilidad casi cierta de muerte de la peor manera, durante varias oportunidades. Eso dejó secuelas, obviamente. Pero, ¿cómo hacer de todo esto, repito, un aprendizaje? Muchas veces he ensayado esta recuperación de memoria, y en varios sentidos, algo va mejorando.

Algo se va fijando como una esperanza que se fortaleció, una fe que se hizo más viva y más real, más cotidiana y más hecha de gestos y de actos, que de palabras o discursos. A mí personalmente, como a muchos y muchas compañeros de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo, nos tocó tener que soportar una expulsión absurda e injusta, perder la condición de estudiantes, bajo la acusación nunca probada, de que éramos o podríamos ser subversivos.

Eso significaba, en el contexto de la represión brutal ejecutada por la casta militar y sus apoyadores civiles, eclesiásticos y empresariales, que uno podría desaparecer a cualquier momento, y que lo mismo podría ocurrirle a nuestras familias.
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¿De dónde sacó cada uno, cada una, fuerzas para sobrevivir? Y después que se retiraron los genocidas del gobierno, ¿qué significado le dio cada uno de nosotros y nosotras, al hecho de haber sobrevivido? ¿Cómo lo que hoy hago tiene que ver con mi historia de vida?

¿Cómo permanecieron vivos en mí aquellos ideales que le dieron sentido a mis actos en la Mendoza anterior a 1976? Son muchas más preguntas que respuestas. Pero en este preguntar, uno va reencontrando el lugar que le tocó y le toca en la historia.

A partir de 2001 dejé de ser profesor en la Universidade Federal da Paraíba, y pasé a convivir con personas bastante pobres, de barrios periféricos de João Pessoa, la ciudad donde vivo. Trabajos en salud mental comunitaria y, después, en Terapia Comunitaria Integrativa, una tecnología de cuidado desarrollada en Brasil, y ya presente en varios países de América Latina, inclusive en la Argentina.

A partir de que me integré a estas actividades de Terapia Comunitaria Integrativa, empecé a ver la conexión que había y que hay entre el pasado doloroso y oscuro que me tocó vivir a partir de 1976, y el presente redimido en el que me encuentro inserto.

Yo sé que esto le ha pasado a muchas personas que se han visto obligadas a dejar sus países por razones políticas. Uno reencuentra un sentido profundo para vivir, en la medida en que prosigue trabajando para el bien de las personas, para el fortalecimiento del “yo puedo” en la base de la sociedad.

La Quinta Pata

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