El cantar representativo de la cuyanidad afloró en la década de 1820. Es legítima e intransferible expresión lírica de nuestras masas nativas. Lo anterior en el terreno del canto y la música fue prolongación española de la época colonial. La incontenible explosión caudillista señaló el ocaso de las grandes figuras castrenses de la Revolución de Mayo. Cansado el pueblo de una guerra de estructura europea, no popular, contra los godos, terminó por advertir que el cambio operado consistía en el traspaso del poder político-económico de los españoles peninsulares a los españoles americanos. Los conocedores de las geologías de los prohombres de la emancipación comprobarán la verdad de este aserto. Los hijos de los españoles se consideraban legítimos herederos del decadente y riquísimo imperio. Usaron a los indios, negros, mestizos, mulatos y zambos como elemento combatiente.
La primera Revolución produce en el campo lírico, himnos y cantares colectivos de hechura académica con propósitos aglutinantes al glorificar hechos de significación patriótica. En la disolución caudillista el astro nativo embelleció al frutecer libremente las poesías maravillosas, elementales, de raíz hondamente lírica e individualista, desde sentimientos de hermandad en el conglomerado popular. Músicos analfabetos dotados de singularísimo genio musical, extrajeron del sonoro cordaje guitarrero tonos seculares, recónditos, verdaderos tesoros del arte musical universal. Las músicas de nuestras tonadas tradicionales son valiosísimos hallazgos de la inteligencia humana. Estructuran armónico binomio con sus letras en un misterioso alarde pasional, con poder unificador del elemento folk.
En realidad se producen dos revoluciones en las décadas del diez y del veinte. La primera es promovida por el núcleo aristocrático, con evidente imperio directivo: la segunda modesta pero de gran arraigo popular, luchó para retornar a «ser pueblo», cansada de «ser soldado» de rigurosa disciplina castrense. En ambos casos los conflictos debieron dilucidarse por la fuerza de las armas. Como rama sentimental de esta revolución de masas, el cantar popular cuyano creó joyas lírico-musicales sobre el amor dentro de la universalidad del sentir humano, más su matiz propio regional, donde caben la tradición, el sentir del conglomerado racista, el contorno, el resentimiento del postergado, más el infaltable aleteo de lo imponderable.
Nuestro cantar tradicional cuyano es la tonada con cogollo. Como bailes tuvieron fuerzas de perduración la cueca y su infaltable gato.
Vale decir que la tonada no es sólo canto de los muchos que se cultivan sino que, de antiguo y como signo distintivo, debe completarse con el elegante cogollo, que es una preciosa ofrenda lírica, finalmente versificada. El cogollo siempre es ofrecido caballerescamente, con comedimiento y con atenciosa gracia. Lo ofrenda el cantor y músico a la niña de su preferencia, a la dueña o dueño de casa. Se lo valora en el más alto significado cuando en altas horas de la noche, sorprende gratamente a los que duermen [con] -omitido en la fuente- un armonioso canto y música con motivo del cumpleaños o en celebración del santo de su nombre. Finísimo regalo, la tonada dedicada mediante el cogollo, adquiere toda su significación entrañable. A este acto lo llaman: «dar una música», «cantar de pata en quincha», o «dar un esquinazo».
Corresponde aclarar que no todo lo que canta el folk (sector de cultura detenida), son tonadas. Hay otros cantares que por su contexto y aún por la forma ligera de cantares, no deben encasillarse como esta singular pieza tradicional.
¿Cómo distinguir la tradicional tonada de otro cantar? Una contundente afirmación popular sostiene que: «Las tonadas son tonadas y se cantan como son». Esto no aclara el problema a los que buscan signos definitorios. Intentando aclaraciones, cabe decir que no hay un esquema rígido que la encuadre cabalmente por ser, en su inmensa mayoría, una explosión de sentimientos donde sobresale lo pasional, amatorio, quejas de resentimientos de reales o ilusorias infidelidades. Es nidal de celos, de rezongos amorosos. Siempre solicita favores con sentido biológicamente semilleros. Carece de descripciones geográficas y topográficas: no es paisajista. No ubica su posición en el tiempo y el espacio. Incide en un porfiado sentido personal hasta el extremo de transformarse el cantor y músico en el protagonista de su propia ficción lírica. Vale decir que «se entrega ausentándose» en pos de su propio cantar. Hay quien cierra los ojos para mejor «Irse» en las encrespadas olas de su imaginación. Aparentemente hay mucho de evasión espiritual o escapismo en estas actitudes vecinas al embrujo onírico. Aquí aparecen, en connubio pasional, las sangres española, india y africana. Mendoza fue, relativamente, un gran mercado negrero, que dejó raíces.
A pesar de lo dicho sobre esta pervivencia de la tradición, le hace visible falta su histórico aditamento para encuadrarse, integralmente a lo que se entendió de antiguo por tonada: el definitorio cogollo.
No existe ningún otro cantar que ostente cogollos, es privativo de la tonada a la que le acuerda su consagratorio aval histórico.
Durante el siglo XIX, siglo de la tonada, nadie la cantaba sin su infaltable cogollo. Hoy en el maremágnum de cantares propios y exóticos, suele cantarse la tonada como cualquier otro cantar, sin la justeza y respeto que se debe a la tradición nativa.
La tonada es una preciosa pieza del museo espiritual cuyano. Fue celosamente cultivada por nuestros antepasados, que la enjoyaron con la quinta esencia del canto y de la música. Por eso es supérstite, vale decir con poder de sobrevivir a lo largo de los tiempos.
Este antiguo cantar regional ostenta su edad de oro durante el lapso que va de 1820 a 1870. En la década del ‘80 inicia su decadencia con la llegada del ferrocarril, con la fiebre progresista y los enormes aluviones inmigratorios, portadores de otras costumbres y gustos artísticos. Se debilitó y aún se le extinguió lo más puro en letras y músicas del más antiguo cuño. Completaron su decadencia las compañías teatrales con nuevos cantos e instrumentos, y los circos trashumantes que la mecharon con letras y músicas extrarregionales. Tardíamente, en la década de 1920 algunos cancioneros pudieron recoger sólo los restos del tesoro lírico-musical, carentes ya de la prístina pureza original perdida para siempre.
Para gran parte de la juventud de hoy resulta poco simpático el remanido y lento ritmo de la tonada tradicional. Novísimas concepciones de un mundo cambiante, universalista, la tremenda promoción interesada de músicas exóticas, la conllevan por otros caminos de ritmos apresurados y aun alocados. Hay cierta lógica en esta nueva orientación. La antigua tonada acomodó su ritmo al lento y paciente paso del buey de las carretas y de la marcha de las mulas arrieras, visión diaria de la mocedad de aquel entonces, gestora de cantos y músicas. Hoy con la diaria visión de los veloces autos y aviones: los asombrosos flashes y audiciones del cine, radioemisoras, televisión, etc... explican los nuevos gustos de la juventud: vive en el mundo de las novedades y huye del quieto pasado.
Anteriormente era común que las mujeres cantaran y ejecutaran música con guitarra y arpa en las parrandas. Un creciente sentido machista expulsó al elemento femenino de estas justas líricas, y hasta cambió el género de algunas letras. Ejemplo:
Quien te amaba ya se va, su letra original rezaba... «supuesto que otra es venida/ se acabarán tus tormentos: ¡ya se va tu aborrecida!». Historia un hecho real, ocurrido en Tunuyán, de una esposa ofendida por las infidelidades de su marido, de quien se despidió para siempre al irse a Chile. Su dolorosa despedida en verso ha perdurado.
Hay tonadas que tienen su cogollo prefijado y que, además, se cantan antes.
Tal la pieza picaresca dialogada:
La Chinita. Pero casi todas adicionan su cogollo al final del canto, como ésta: «Señorita de... del cielo caigan tres rosas, dos se queden en el aire, ¡y en usted la más hermosa!».
Autores de hoy escriben letras de nuevas tonadas. Para ostentar matiz regional nativo, apelan al uso de músicas folklóricas. De no hacerlo así le restarían todo sabor cuyano. Lo folklórico parece residir más en la música que en la letra: no es concebible que una tonada de reciente hechura tenga música de jazz o melódica. No pocos aficionados al canto nativo modernizan las tonadas, apartándose del remanido argumento antiguo para ser novedosamente descriptivos. Exaltan el lugar del nacimiento, las viñas, la cosecha, la bodega, el vino; las costumbres y los barrios suburbanos, etc. Estas nuevas derivaciones argumentales, señalan cierta fidelidad a lo tradicional pero muy enriquecido con paisajes. Para consuelo de los «puristas» recordemos que tradición es lenta modificación.
El folklore sanjuanino ostenta mayor pureza que el mendocino por albergar en su ámbito menor cantidad de elemento migratorio.
De los cientos de tonadas registradas en canciones, sólo se cultivan en la actualidad menos de una docena.
Como broche final, es de justicia recordar que son los músicos y cantores de orientación viva la llama de nuestro noble folklore.
Baulero: Eduardo Paganini
Escuchar: Duo Nuevo Cuyo
Cancionero popular cuyano , Mendoza, 1997, Ediciones del Canto Rodado.
No hay comentarios :
Publicar un comentario