Eduardo Paganini
Se vienen las elecciones PASO. Acá nunca le dieron bola, ahora sí. Se armaron las campañas, y las campañas tienen el formato de los programas televisivos del mundo del espectáculo. Bah, de alguna manera hay que llamarlos, pero ni el mundo ni el espectáculo tienen la culpa ni merecen esa improcedencia. El doctor devenido en candidato se ríe del ingeniero que aspira lo mismo, el licenciado que compite por un espacio lo provoca al contador que presume su lugar. La prima se tensa y la bordona se estira. Se roza la ofensa, la ironía con borde mellado, el cuasi insulto, la descalificación, reina la falta de consideración, de respeto y lo que es peor de ideas. Pero de alguna manera hay que disimularlo: técnica del prestidigitador, llamando la atención por acá mientras se maniobra por el otro lado, y así sorprende el truco de magia. El candidato se enoja, se ríe del otro, denuncia, hincha el pecho, denosta, ensucia, alcahuetea, se para de puntas de pie en el pedestalito de yeso que le levantaron los amigos del momento. Fantasea ser San Martín al borde del precipicio. Y quizá en algo tengan razón, parecen estar al borde de un precipicio ético o social. Un mal movimiento, un vientito inesperado y chau ñato!
Como un film circundante —promovido por radios y periódicos locales— las palabras de estos muchachos van y vienen envolviendo la vida cotidiana, que prosigue su ritmo sin demasiadas metamorfosis salvo un par de mangos más, o menos, y algunos brillos y colores nuevos en las paredes comerciales. En el centro, la vorágine de compras y trámites (¡oh la agria burocracia!), el semáforo burlado, el micro que no llega, la mochila abierta subrepticiamente sin el monedero, el paso vivo y anhelante, el nene que llora por un panchito con lluvia de papas fritas, el pantaloncito ajustado, la voceada liquidación de telas. El taxi que no para, cambio en susurro, parrilla para dos, la señora y su dama de compañía, autitos estacionados impasiblemente en doble fila, el gringo de short y mochila leyendo el plano desde sus dos metros y pico, el micro que raspa la integridad de la curva. Lampazo y veredas brillantes. Brillantes colas en la Terminal, arquitectónica exprimidora de jugos humanos.
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