Rolando Lazarte
Podemos en ella, en la literatura, reencontrar la vida tal cual es, la vida vivida, no la vida pensada ni la vida supuesta, ni tampoco la vida que nos enseñaron a pensar que estaba allí, o que debería estar allí. Sea ese allí, allí afuera, a mi alrededor, o adentro mío.
En la buena literatura voy descubriendo el ser que soy, mis propios pensamientos, el movimiento de mi ser, y voy descubriendo también allí, la sorpresa del existir, la maravilla de estar vivo, en medio de la gente, en un mundo que me admira o me aterra.
Voy reencontrando mi consciencia original, ese sentir pleno que tuve cuando niño y cuando joven, y que permanece en mí, que me acompañó a través de todas las circunstancias por las que fui pasando hasta llegar hasta aquí.
Cuando hablo de la buena literatura, es una que deliberadamente o de manera espontánea, disuelve las falsas barreras que me separaban del mundo en torno mío y de mi ser auténtico.
No es ni podría ser una literatura doctrinaria o prescriptiva, a no ser que esté inspirada, y en ese caso, en lo poético que se esconde en ella, que también sirve para mi liberación. Digo estas cosas pues he estado en estos últimos años limpiándome de montañas de literatura intelectual y científica, que es en muchos, la antítesis de la literatura libertadora.
La literatura que libera es la que me devuelve de mí, reflejos más reales que los que fui capaz de ir construyendo a lo largo de la vida. Voy desalineándome, rompiendo las falsas imágenes que fui teniendo como verdaderas sin serlo. Tomo distancia del objetivismo creado, como dice Julio Cortázar, por la intelectualidad raciocinante, la codificación cotidiana, y los medios de comunicación, entre otros (Julio Cortázar, “Del sentimiento de no estar totalmente”, en La vuelta a día en 80 mundos).
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