Ramón Ábalo
A los 60 años del intento de Fidel Castro y unos 200 militantes revolucionarios cubanos a terminar con la dictadura pro norteamericana de Fulgencio Batista, nos encuentra a los latinoamericanos peleando por profundizar las políticas nacionales y populares que nos aleje del poder del imperialismo y sus socios nativos. No deben ni pueden ser manifestaciones meramente recordatorias porque en esta lucha por la concreción de nuestra segunda independencia, es palpable que se agudiza también la conspiración neoliberal, conservadora y facistoide con la pretensión de bloquear este proceso libertario que venimos abrazando desde siempre.
Hoy en día no transcurre una jornada sin que el mensaje destituyente de las elites del poder ganen las columnas de los medios corporativos y el aplauso sonoro de las oligarquías locales, tal los popes de la sociedad rural en la víspera, al inaugurar el máximo símbolo de ese poder, la exhibición anual de la aristocracia ganadera. El titular de la entidad, J. Etchevere centró su discurso en "lo mal que le va al campo" en esta era cristinista, y a su alrededor un coro de impresentables opositores se sumaron a las doloridas expresiones. Y al momento en que el diario la Nación, espejo en que se miran los destituyentes, afirmó que el candidato oficialista en la provincia de Buenos Aires está punto de pasar al frente en el favor del electorado bonaerense, el pánico los va a poner más peligrosos.
El intento de la toma del Cuartel Moncada por esos libertarios cubanos fracasó con un saldo de cientos de muertos, heridos y prisioneros brutalmente torturados y llevados a la muerte. Fidel, joven abogado de tan sólo 26 años de edad, fue tomado prisionero y posteriormente condenado a 15 años de cárcel. Durante el juicio se valió de su documento "La historia me absolverá", en el que detalla la brutalidad de la dictadura y los intereses que defendió para mal del pueblo cubano.
▼ Leer todoEl fracaso fue relativo, porque desde el mismo fondo de la historia, los fracasos de los pueblos por su liberación, en el balance general, paradojalmente, van a la columna del haber. Nunca en el debe. Y ello es dialéctico. No hay una sola comunidad de seres que desde el mismo momento que decide organizarse no cuestione, cuando llega el momento, a la autoridad. Aquella vez que Moisés trajo los diez mandamientos que le había declamado el Dios de los hebreos, fue porque los componentes de su tribu hacían caso omiso a su mandato como líder, lo que provocaba que "la paz interior" se resintiera. La tabla que bajó del monte Sinaí, parece multiplicarse en letra y espíritu en la institucionalización de las naciones actuales, generalizadamente mutadas a mandamientos represores.
Y el fracaso del Moncada fue el basamento político-ideológico para que seis años después – el 1ro.de enero de 1959-, triunfara la revolución con signo socialista, la épica mayor de la identidad de un pueblo, ejemplo y motor para los pueblos del mundo marginados por el imperio occidental y cristiano, devenido de aquella Roma imperial que se propuso reproducir posterior a su caída en el doblaje de la conquista, la colonización y la opresión de los llamados pueblos del tercer mundo, prácticamente Asia y África, y nuestra América del sur, la Latinoamericana.
En todos los años de la década del ‘60 y la mitad del ‘75 del siglo pasado, nos conmovía la existencia de la Unión Soviética y la Revolución Cubana, sin omitir a los procesos revolucionarios en el África árabe, aquellas de Egipto y Argelia, en el Congo de Lumumba, la de Mao Tse Tung en la China, la Indochina del Asia, ese Vietnam de Ho Chi Ming, la Sudáfrica de Mandela. La epopeya de Diem Bien Phu, donde hocicó por primera vez el colonialismo europeo del Siglo XX. Y en el sur americano la Argentina de Perón y Evita, el Brasil de la columna marxista de Prestes y el intento de la reforma agraria de Joao Goulart, el Perú de Mariátegui, el Chile de Allende, la Nicaragua sandinista, la Bolivia del ‘52, con signo nacionalista, los mineros de Oruro venciendo al ejército del establishment, nacionalizando las riquezas y decretando la reforma agraria. Abrevábamos cotidianamente en ellas para librar nosotros--jóvenes y adultos, hombres y mujeres de las fábricas, de los talleres y las aulas--las batallas por venir y vencer al enemigo fundamental de la humanidad, el capitalismo imperialista. Algunas de ellas fueron batallas perdidas, pero no tanto, menos cuando hacemos el balance del debe y el haber y miramos a nuestro alrededor: el centro del mundo capitalista se viene abajo mientras lo que era la periferia, más concretamente en lenguaje yanqui, su patio trasero, se manifiesta como el potencial único del futuro para la sobrevivencia en este planeta tierra.
Lo acaba de plantear el Evo: pedirá en el ámbito del Alba, que se cree una fuerza armada para estar en forma de responder en los mismos términos a las acciones violentas y militares de quienes ya se sienten desplazados de sus monstruosos privilegios. Es un alerta que debemos tener en cuenta. Y Evo agrega la denuncia de que la presencia militar en nuestra Latinoamérica es una realidad. Y claro, no lo es para marchar con fanfarria en los festejos de días patrios.
La Quinta Pata
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