Rolando Lazarte
Esa mañana había andando por las calles del barrio. Y al hacerlo, la canción con esa estrofa le vino a la memoria. Estrofa, verso, no sabía cuál sería la palabra correcta. No importaba. Importaba la canción. Cuando ando por las calles de mi barrio. Ando por las calles. La cuestión es que siguió caminando por la vereda, y a cada paso, tenues recuerdos.
El día de ayer, todo ese ayer. El comienzo del día, las meditaciones y cavilaciones. Salir de la madeja para el lado de acá de esa lámina translúcida, transparente, que se llama mundo. Y del lado de acá, las dudas, los dilemas, las contradicciones, la dificultad de aceptar un estado de paz. Una paz que coexiste con el conflicto, con las dudas. Un silencio que convive con el ruido, con la desarmonía.
Los crea uno a los conflictos, pensó, mientras volvía ya por la vereda del lado de la playa. Vió el mar. Ver el mar siempre lo alegraba. Ver ese inmenso mar, esa agua infinita apoyada en la tierra. El mar a su manera singular, cintilando, reflejando como millones de diamantes, la luz del sol.
Rever como en un pantallazo todas las personas vistas, las esquinas cruzadas, las tiendas, las calles y los autos, los ómnibus, la gente caminando. Los recuerdos de los días anteriores y los del día de hoy, compactados, compactándose de a poco hasta formar como que un ladrillo de tiempo comprimido, este tiempo, esta hora, este instante en que escribes estas cosas.
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