domingo, 8 de septiembre de 2013

El amor mendocino

Hugo De Marinis

Entre junio y julio de 2011 estuvimos con mi compañera en Mendoza para levantar los últimos testimonios del libro sobre mi madre, que salió en junio de este año.

Antes del viaje, no nos preocupamos por asegurar el hospedaje porque no se nos ocurrió que surgirían problemas. Pero justo se disputaba la Copa América de fútbol, aquella en la que le fue pésimo al equipo de Sergio Batista. Como la provincia era una de sus sedes, casi toda la oferta hotelera estaba tomada.

A último momento, mi hermano salvó la situación a través de un amigo suyo, un buen muchacho de apellido Alonso, dueño en ese entonces del “Royal Hotel” (ahora tiene otro propietario pero el mismo nombre) ubicado en calle Las Heras de Ciudad, entre 9 de julio y Avenida España.

El edificio, como sabrán los que pasan por ahí a menudo, es añoso y austero. Lo disfruté bastante porque me atraen los edificios antiguos con recovecos inesperados. También por el aroma mañanero a tortitas y medialunas recién traídas de la panadería en el salón donde se servía el desayuno (incluido), atendido por dos chicas con quienes hubo buena onda al toque. Nos trataron de maravilla, nos aconsejaron y guiaron sobre qué hacer y por dónde empezar cuando nos sobraba el tiempo. Uno es de Mendoza, y sabe cómo viene la mano, pero llena de orgullo fingir sentirse encaminado para percibir y alabar, sin que los anfitriones lo noten, la hospitalidad de los paisanos.

***

La entrada fue asunto llamativo: desde la distancia se me antoja tan amplia como los metros cuadrados cubiertos del hotel y a pesar del invierno, la veo colorida y adornada. En la pared que da al este, un día de sol, casi llegando a la vereda notamos una placa medio escondida que decía: Desde el 26 de julio al 27 de agosto (1936) habitó en el antiguo Hotel Royal, Eva Duarte, quien fuera luego primera dama de Argentina y quedara entronizada en su pueblo como Evita. A 73 años de su nacimiento. Dirección Radio Nacional.

No sé por qué dudé del dato, ya que si Eva se marchó a los 15 años de su hogar para proseguir su carrera artística en Buenos Aires, era factible que formara parte del elenco de alguna compañía teatral – de acuerdo a una nota de Cecilia Osorio, la de José Franco – que se hubiese aventurado por el interior del país. Me faltó capacidad para imaginarla a los 17 años fatigando los más que modestos y pequeños cuartos que ofrecía el mismo hotel que me estaba abrigando, a pesar que cualquiera sabe de sus humildes orígenes y de las carencias que padeció antes de convertirse en la relumbrante Evita.

Tuve la intención de perseguir la punta, pero como sucede la mayoría de las veces, uno las piensa, escribe notas, las guarda, luego las esconde en lugar especial y terminan extraviadas entre las hojas de un cuaderno que cuando se lo vuelve a encontrar, pregunta: ¿y esto de dónde salió? Además, tiempo después me encontré con el artículo sobre el incidente que la periodista Osorio del Diario Uno escribió con motivo del 60° aniversario (2012) de la muerte de Evita. “Me ganó de mano”, pensé resignado e ignorando que la anécdota forma parte del folclore de Mendoza, al menos entre veteranos a quienes les placen los cuentos provincianos. El arquitecto y escritor Luis Ricardo Casnati ha contado varias veces el asunto y a su relato la oralidad le agregó lo suyo. En lo que se refiere a mí, una casualidad – una lectura – me devolvió la punta y el interés en mantener viva esta historia.

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Cuenta Ángel Bustelo (1909 – 1998) por intermedio de Miguel Reigada – su alter ego – en Vida de un combatiente de izquierda/1 (1992), una confidencia que le hizo el recatado poeta mendocino Américo Calí (1910 – 1982) [i]. Resulta que don Américo cansado de los ajetreos diarios sintió ganas de distraerse y fue a ver una obra que se daba en el Teatro Independencia (el abuelo del amigo Alonso que me facilitó el hospedaje en el Hotel Royal, señala en la nota de Osorio que donde actuaba Eva era en el Teatro Municipal, en ese entonces frente a la Plaza San Martín). La pieza no tenía grandes ambiciones; su razón de ser era entretener y a eso había ido el poeta. Del contenido de la obra no le mencionó a Bustelo nada más.

Resulta que al finalizar aquella función, mientras Calí platicaba con conocidos, los actores comenzaron a salir de los camarines. Había entre ellos una mujer joven con cara de tristeza insondable a quien sus compañeros, al parecer, maltrataban. Don Américo, caballero nonacentista fuera del tiempo, de inmediato acudió en su auxilio y ofreció acompañarla hasta su residencia. En la época no se consentía que una dama, aunque “de mirada enérgica”, anduviese sola por la noche y menos en el estado de zozobra en que parecía hallarse.

La residencia de la dama era un hotel situado en la calle Las Heras (¿Roya Hotel?), “modesto pero limpio y bien tenido”. El poeta y la joven simpatizaron pronto. Prolongaron la relación mientras duró la estadía de ella y la amistad se profundizó de tal modo que llegaron a ser confidentes. La actriz reconoció que esa amistad construida, se supone, en cafés después de las funciones, a más de su calor [ii], le transmitió saberes que ayudaron en su formación gracias al enciclopedismo del vate mendocino que la futura primera dama nunca olvidaría.

Don Américo no imaginó que el nombre de su amiga, María Eva Duarte, se transmutaría en el de la poderosa y carismática Evita, amada hasta la locura por las clases populares argentinas. Vio y escuchó con asombro en años posteriores cómo se encumbraba su figura en los titulares de los principales diarios y en los noticiosos radiales. También debe haber pensado que su inmensa fama impediría un recuerdo claro de él.

No fue así sin embargo. En 1949, cuando el gobierno peronista del sanrafaelino Faustino Picallo, iniciado en 1946, tocaba su fin, Calí recibió una carta[iii] de su amiga solicitándole que considerase su candidatura a la gobernación de Mendoza por el justicialismo. Cuenta Bustelo, según le dijo Calí, que se negó amable pero rotundamente porque lo suyo era la literatura y no la política, y por tal razón desempeñaría si aceptaba, una pobre labor como gobernante. Don Ángel culmina así su relato: …Mendoza no llegó a tener el mejor gobernador que hubiera podido soñar.

[i] Hay quizá un anacronismo en lo que sigue. Según Bustelo lo que se relata ocurrió en 1943 y no en 1936 como afirma Osorio en su artículo, por lo que el Royal puede que no haya sido la residencia de Evita en la oportunidad de la anécdota, sino otro en la misma calle Las Heras, donde hay varios hoteles. También puede haber sucedido que Bustelo confundiera fechas o diera rienda suelta a su creatividad. Eva en 1936 tenía 17 años y recién comenzaba su carrera actoral; en 1943, tenía 23, era menos tiernita ya que había conseguido algunos logros y hasta papeles en más de un par de películas.
[ii] “Amistad entrañable” dice Casnati, “amor platónico” le llama Osorio: significados plurivalentes. Tal vez, si el novelista Guillermo Saccomanno se hubiera ocupado del tema, aparte de inventar Roberto y Eva ([1989], después reelaborada como El amor argentino, [2004]) habría escrito también Eva y Américo o El amor mendocino. Al menos se sabe que Calí y Evita se conocieron; no hay registros, en cambio, que indiquen que haya ocurrido lo mismo con Roberto Arlt (1900 – 1942).
[iii] Nadie, según pude averiguar, ha producido esta carta, escrita “con caligrafía de estudiante”, por lo que lo más sencillo es darla por perdida. O atribuir el hecho licencias poéticas de Américo Calí, reproducidas mil veces por muchos, incluidas las de don Ángel Bustelo.

La Quinta Pata

1 comentario :

Anónimo dijo...

El hotel perteneció a mi abuelo Efrén Alonso y mi padre, el Dr. Fernando Alonso (1931- 2007) , que habitaba en él , tenía contacto con gente que lo usaba como residencia permante y le contaba sus historias de vida . Entre ellos había un hombre que no se cansaba de repetirle su breve amistad con Evita en su paso por el hotel que en ese entonces se llamaba Pensión Argentina)

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