domingo, 17 de noviembre de 2013

Pilatos y judas enmascarados de peronistas

Ramón Ábalo

"El momento fue aquel de don Alberto Martínez Baca, efímero por cierto (marzo del 73 - junio del 74), su nominación para la gobernación impulsada, según se sabe, por la organización Montoneros, la Juventud Peronista, la Tendencia Revolucionaria, la Patria Socialista, la lucha armada, pero, como veremos, quizás ninguno de ellos.”

"Martínez Baca era bonaerense de nacimiento, pero se había afincado desde joven en San Rafael, era medio socialista a lo Alfredo Palacios, es decir no tan amarillo, y se abrazó a la causa peronista en el mismo instante en que el todavía Coronel Perón se afirmaba en la Secretaría de Trabajo. Su proyecto de poder comienza con el entramado del primer pacto social nativo entre una burguesía escuálidamente nacional, los obreros y los "cabecitas negras" del interior, emergentes de una clase de laburantes inédita en la Argentina. El pacto los alineó armónicamente y fundaron (o quisieron fundar) la República de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica. No duró mucho el intento argentino del Estado de Bienestar, tal vez uno de los primeros después de la Segunda Guerra Mundial. El pacto se resquebrajó ni bien los fundadores descubrieron las falacias que supone la colaboración de clases, uno los estandartes de la doctrina de la Tercera Posición. No podía ser, menos cuando la burguesía exigía cada vez más prebendas al Estado y se desanacionalizaba. Por su parte, los obreros seguían exigiendo una mayor porción de la plusvalía que su fuerza de trabajo dejaba en las arcas de los patrones.

"Fue el derrumbe. Vino la Libertadora. Perón se fue al exilio, Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas mandaron a fusilar a Valle y Tanco en José León Suárez. También ordenaron la proscripción y la persecución de todo lo que oliera a peronismo. La sangre derramada hizo germinar la Resistencia, la de cientos de miles de argentinos, la mayoría obreros de overol y mujeres que en el íntimo altar de sus hogares rezaban plegarias a Evita, la abandera de los humildes, según la mitología de los nuevos excluidos.

"De la Resistencia, expresión de la vieja guardia peronista, el aura de la rebeldía se instaló en las posteriores generaciones juveniles. El Viejo líder desde Puerta de Hierro despuntaba su ocio en cientos de cartas, mensajes y apoyaturas a las formaciones especiales, eufemismo por la práctica de la lucha armada, la guerrilla urbana, las FAR, las FAP y los Montoneros. El luche y vuelve fue clarinada de combate por venir. La Argentina de entonces sería la avanzada de la revolución libertaria de todos los pueblos oprimidos y el peronismo su vanguardia. Los Montoneros aprovecharon y más o menos se apropiaron de la bronca peronista y popular, inaugurando un proceso luminoso en que las utopías flameaban en la punta de los fusiles.

"Bajo esos signos Martínez Baca accede al gobierno de la provincia el 25 de mayo de 1973. Pero de inmediato fue la diatriba, las prepeadas y finalmente, el juicio político, la suspensión en un montaje de escenografía trucha que ondeó por encima de una auténtica vocación por realizar una transformación profunda de las estructuras de un estado exhausto por la voracidad incontrolada de la burguesía vitivinícola y sus mandaderos políticos tradicionales. Esta vez la alianza antirrevolucionaria fue entre los conservadores y los burócratas sindicales mendocinos, seguidores de Augusto Timoteo Vandor. La violencia fructificó de verdaderas tramoyas urdidas por los burócratas sindicales como el electo vicegobernador Carlos Mendoza, proveniente de las filas de la UOM; Edgardo Boris, de las filas del gremio de la Sanidad; el Chango Díaz, una especie de monje negro, y otros personajes del espectro de lo más granado de la derecha peronista local. Más bien eran los que podrían sintetizar lo de la "Mendoza conservadora", equívoco de una sociología trasnochada o estereotipada que niega la tradición de lucha de un pueblo que, no por nada, le había dado el consenso en las urnas a un hombre que desde las tribunas lanzaba fogosas y sinceras apelaciones revolucionarias a pelear por transformaciones que se proponía realizar de lograr la gobernación. Alcanzó, entre tantas agresiones, a meter el bisturí en algunas lacras, motorizó la capacidad de Giol, la bodega estatal y emblema del peronismo de aquella República de la justicia y la liberación nacional. Creó el parque petroquímico, puso en vereda a los agiotistas, jerarquizó a la docencia y a sectores de los empleados públicos; proyectó y estuvo a punto de concretar lo que aún hoy es una urgente obra, el traspaso de las aguas del Río Grande al Atuel.

"Le doblaron el brazo, como a tantos otros proyectos, pero Alberto Martínez Baca fue un gladiador que no fue derrotado, sino crucificado por los pilatos y los judas enmascarados de peronistas".

Texto introductorio al libro Mendoza Montonera, de Hugo De Marinis y Ramón Abalo

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario