domingo, 3 de noviembre de 2013

Resignificar la vida

Rolando Lazarte

Hay cosas que uno evita de evocar, porque son muy dolorosas, y, más aún, vergonzosas. Lo ocurrido en la Argentina a partir del 24 de marzo de 1976 es el peor capítulo que la traición, la infamia y la abominación escribieron en la historia de nuestro país. Ese recuerdo visita constantemente a quien vivió aquellos tiempos difíciles. Sin embargo, a lo que me quiero referir aquí, es tal vez a algo peor.

Quiero referirme al manoseo, al uso perverso, a la manipulación política de la memoria del horror y la traición, por parte de los hoy sectores dominantes en la escena política del país. Yo no me pongo en la posición de quien se pretenda dueño de la verdad. Pero me ofende profundamente, ver que haya personajes del oficialismo tanto como de la oposición, que se pavonean desde una supuesta condición de “héroes” a la que han sido conducidos por la manipulación de la cuestión del genocidio.

Pertenezco a una generación de argentinos y argentinas que se jugó no por una ideología, sino por la decencia, la corrección, la ciudadanía y la justicia. Es obvio que muchos y muchas entre nosotros, tenían sus opciones ideológicas, pero la esencia de nuestro movimiento, la esencia de la acción que movilizó a millares de argentinos entre los años 1966 y 1973, fue la de resistir a la política arbitraria y asesina de las clases dominantes.

Ensayamos un proyecto de país desde abajo, sumando constructivamente para que la educación estuviera al servicio de todos, y no de minorías. Y lo que hoy se ve en gran escala, es un discurso y una práctica oficiales (pero también de la oposición), que se apropiaron del esfuerzo colectivo y plural de la ciudadanía de aquellos años, en favor de una política engañosa y domesticadora, muy del gusto de la dominación que dicen combatir.

Yo creo que la herencia que nos dejó el haber sobrevivido a lo que se abatió sobre nuestra patria el 24 de marzo de 1976, es el desafío cotidiano de resignificar la vida. De saber que nuestro esfuerzo fue válido y legítimo. Pero no es legítimo que nadie se apropie del pasado para usarlo en su beneficio, personal o grupal.

El tiempo presente exige otras actitudes, más humildes y solidarias. Sumar con los que piensan diferente, ser capaces de construir juntos, admitiendo que nadie es infalible, y que todos necesitamos unos de los otros, para sacar al país del pantano en el que viene hundiéndose desde hace mucho tiempo.

La Quinta Pata

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