domingo, 16 de marzo de 2014

Escribiendo

Rolando Lazarte

He estado dedicándome a escribir desde hace mucho tiempo. Escribir se hizo para mí, más que una segunda naturaleza, la naturaleza primera, la naturaleza original.

Así fui abriendo puentes hacia adentro y hacia afuera de mí mismo. Fui estableciendo conexiones entre mis partes, mis pedazos, descubriendo la unidad. Y la semejanza con las personas alrededor. Se fueron creando vínculos positivos hacia adentro y hacia afuera.

Publiqué en revistas que se autodenominan de izquierda, o progresistas, siendo que en la práctica, muchas veces descubrí que no había allí mucho espacio para la libertad, para la originalidad, para lo que he andado buscando con mis escritos.

Eran espacios ideológicos, espacios de diatribas, de críticas, muy distantes del impulso creador y noble que anida en las iniciativas concretas de reconstrucción de la persona humana en las que estoy empeñado y de las cuales participo, de cuerpo y alma.

Recientemente, pasé un muy mal momento con la persona responsable de una revista con la que vengo colaborando desde casi su nacimiento. Fui tratado como si fuera un nadie, un desconocido.

Por el simple motivo de que me preocupé con el hecho de que la revista estaba off line, y tomé la iniciativa de tratar de que esto fuera remediado. Pensé en dejar de colaborar con la revista.

Era otra vez el viejo doble discurso: hacia el público, pour la galerie, todo un rostro a favor de causas sociales. En el trato interno, al contrario, la prepotencia y la injusticia. La arbitrariedad.

Todo medio de comunicación es valioso. Pero hay un límite. Decidí seguir colaborando, inclusive porque no sólo es un lugar valioso para mí, sino también para varias personas y movimientos con los cuales colaboro.

Pero algo en mí se rompió. Me di cuenta de que debería empezar a despedirme de esa revista en la cual, con la cual y por la cual, pasé por tan buenos momentos.

De aprendizaje, de crecimiento. De conocimiento e intercambio con lectores y lectoras. Dejar que las cosas sigan su curso. Había llegado al límite.

En la academia, y aún en espacios del voluntariado del que participo, encontré también actitudes semejantes. La mediocracia reacciona.

Pero hay una causa más grande, algo más valioso que me sustenta: un quehacer que establece contactos, puentes de encuentro, entre lectores y quien escribe, quien comunica como algo vital, imprescindible para la vida.

La Quinta Pata

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