domingo, 16 de marzo de 2014

Folklore Argentino

Eduardo Paganini

¿Qué une este texto escolar impreso en Buenos Aires y con temática musical varia con el rescate del pasado cuyano que en EL BAÚL suele concretarse? Algo accesorio al libro, pero de vital esencia: fue de uso cotidiano para nuestros escolares de la década del ’50, e indagar en sus páginas no solo nos trae información notable, sino que nos permite reconstruir el mundo verbal y la densidad enciclopédica a que se veían convocados aquellas generaciones en formación. El volumen en sí impresiona con sus casi 200 páginas de contenido específico, sazonado con pentagramas ejemplificadores de la teoría, con ilustraciones sobre instrumentos musicales o los rostros de los grandes maestros. Precisamente, destacamos el del músico argentino Felipe Boero, que contiene un saludo a la “estudiosa juventud argentina” con todo el peso que conlleva como mandato.

Aporte autóctono

Acabamos de narrar en pocas páginas, el lento transcurrir de muchos años. Tantos, como necesarios fueron para que muchas de las cosas, que sin duda convivieron junto a aquellas que estuvimos relatando, se hundieran en un pasado envejecido y sin recuerdos.

Y así se enfrenta esa oscura eternidad de olvido, con la milagrosa permanencia de lo que todavía subsiste entre nosotros.

Pero solo por su pureza y por su condición de bien alcanzan esta supervivencia que se incrusta en el presente.

Algunos de estos valores que descienden del pasado, mantienen su integridad, sin menoscabo, con una insolente terquedad de siglos.

Entre ellos, la expresión sonora una raza inolvidada, que con suave pero firme mandato desde el tiempo, señorea el lamento de la quena en la quebrada y la opulenta ejecución de la orquesta ciudadana.

Este incontenible torrente, por el que se hermanan muchos de los pueblos de América en su canto, tiene validez entre nosotros por la trascendencia de la gama pentatónica y la vigencia de instrumentos aborígenes.

Aporte hispánico

Consideremos la llegada del colonizador como el primer aporte de una cultura varias veces centenaria, que portando el mensaje de la Cruz se asomó a estas tierras con el sol una mañana.

Y bajo el claro cielo de América, el rasguear de una guitarra, acompañando la endecha o el cantar de la añoranza, contrapuntea con la caja que hace fondo a una baguala.
En un revolver de siglos los sones y los cantares, a fuerza de entremezclarse, se hacen mestizos primero, para después acriollarse.

Es cuando aparece el ‘‘inter—estrato’’ llamado pueblo, que comienza a elaborar lo “suyo” como resultado de la evolución natural de lo indio y la lógica asimilación de lo hispano.

Lo herencial folklórico

El Pueblo (folk) tiene su copla y también tiene su baile. Sólo aspira a que lo dejen cantar lo que “quiere” y lo que Sabe (lore).

Para esto le hace falta libertad, y la gana, no sin antes tener que rebelarse.

Después se pone al servicio de lo que juzga una causa noble: hacer a la Patria, grande.

Sus luchas y sus amores, sus trabajos y sus afanes, los enmarca una naturaleza que le sugiere cantares, y que él designa: “lo nuestro”, por, ser aporte herencial de la tierra y de la sangre.

Es así, como, se explica la supervivencia entre nosotros de aportes tan lejanos, que por ser bienes de trascendencia espiritual y estar dirigidos al pueblo, provocaron las reacciones necesarias para ser elaborados, asimilados e incorporados a la vida común, proyectándose desde entonces hacia la eternidad, por el luminoso camino de la tradición.

La gama pentatónica incaica

Conocemos la escala diatónica, que consta de siete grados representados por las notas:


y que denominaremos “europea” por su empleo en ese continente desde hace siglos, y es momento de que hablemos de una gama especialísima, que sólo consta de cinco notas, habiendo sido la característica esencial de la música incaica. Su empleo se mantuvo —aún sufriendo mestizaciones— hasta nuestros días, en Perú y Bolivia, y por dispersión a través del “colla”, en Salta, Jujuy y zona próxima.

Dicha gama no contiene los semitonos naturales que marcamos con (x) en el ejemplo a) —estudiados en ‘el 2 curso—: “mi - fa” y “si - do”, por lo que resultan tres combinaciones básicas:


Precisamente, es la carencia de esos semitonos lo que da un “sabor” tan especial a las melodías que están construidas sobre esos únicos cinco sonidos.

El hallazgo de algunas quenas, hecho por los arqueólogos y musicólogos, cuyos agujeros correspondían a dicha gama, confirmó su existencia antiquísima, planteándose la siguiente hipótesis: los instrumentos están construidos para ejecutar cinco notas; luego, la gama pentatónica coexistió en igual período de la historia que dichos instrumentos.

Agregaremos que la pentatonía no perteneció únicamente a América del Sud, sino que se halló entre los chinos, japoneses, polinesios, africanos y célticos del occidente europeo, no faltando tampoco en la antigua Grecia.

Su origen se explica como una etapa de la evolución musical de los pueblos, que iniciaron su cultura agrupando:

dos sonidos : “bifonía”,
tres ” : “trifonía”,
cuatro ” : “tetrafonía”,
cinco ” : “pentafonía”,
antes de llegar a los siete de la escala europea universal.

Esto confirma, finalmente, lo que ya está demostrado en la arquitectura, pintura, escultura, etc., o sea que las civilizaciones americanas: incaica, maya y azteca, se hallaban en plena evolución progresista cuando se produjo la Conquista.

Ernesto C. Galeano y Oscar S. Bareiles, Cultura musical III, Buenos Aires, 1955, con Prólogo de Alberto Ginastera

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario