domingo, 16 de marzo de 2014

Poder fáctico (los vivos de la fuerza)

Ricardo Nasif

Sin lugar a dudas uno de los poderes fácticos de mayor incidencia en la historia argentina del último siglo ha sido la oligarquía cerealera y ganadera sintetizada en la Sociedad Rural Argentina (SRA).

La Rural, desde su fundación en 1886 en la casa de la familia Martínez de Hoz, ha procurado los intereses de una minoría de capitales extranjeros y nacionales por sobre los del conjunto de la comunidad, tratando de imponer una suerte de designio, de acuerdo con el cual nuestro país no tendría otro destino en el reparto mundial de los pedazos de economía, que el de periférico proveedor de materias primas de las potencias centrales industrializadas.

Ese poder corporativo ejerció su hegemonía, hasta el primer gobierno de Juan Domingo Perón, frente a la única y no menor resistencia del movimiento obrero organizado, reprimido sistemática y brutalmente por las fuerzas armadas al servicio de la oligarquía.

Desde la instauración de la tradicional muestra anual de la SRA en Palermo en 1930, casi todos los presidentes democráticos y de facto asistieron a la exposición para rendir cuentas a vuestras majestades agrarias. Casi todos: Perón concurrió por primera y última vez en 1946, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner nunca lo hicieron, (Duhalde no fue como presidente en ejercicio, sí como candidato a la presidencia años más tarde).

En Mendoza la burguesía vitivinícola dominante ha ejercido un rol rector de la economía local, similar al que ha pretendido autoasignarse la SRA a nivel nacional, como si la voluntad popular no proviniese de las urnas sino de los lagares y toneles.

Desde la primera Fiesta de la Vendimia, todos los años el tradicional “Almuerzo de las fuerzas vivas” -rebautizado como agasajo-, se ha convertido en una especie de picota similar a la otrora muestra agraria de Palermo, donde los gobernadores han tenido que rendir cuentas a los bodegueros, anunciar medidas para atender los pliegos de condiciones del sector y esperar el pulgar arriba o la desaprobación, como si éste fuese una especie de asamblea plenaria de los intereses económicos de los mendocinos, cuando a las claras siempre ha sido la representación de una minoría privilegiada que muy poco ha derramado al conjunto de la población.

Las autodenominadas “fuerzas vivas” mendocinas, -los “vivos de la fuerza”, como calificaba Perón a la oligarquía- han intentado fijar anualmente las agendas de los gobiernos, la mayoría de las veces en contrasentido de los trabajadores y pequeños y medianos productores.

En los últimos días todos los diarios impresos y digitales mendocinos coincidieron en calificar como “faltazo histórico” la inasistencia del gobernador Francisco Pérez al acostumbrado almuerzo vendimial, quien excusándose en razones de inseguridad –funcionarios oficiales recibieron agresiones por parte de manifestantes en la puerta de la bodega donde se hacía el evento-, optó por juntarse a comer un asado con productores de pymes, el ministro de agricultura nacional, Carlos Casamiquela y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez.

Por un lado, los editoriales de los medios de Mendoza, alineados en un mismo sentido, pusieron en falta a la máxima autoridad del Estado provincial, amonestándola por incumplir una supuesta obligación ética, social o institucional. “Faltazo” fue el término peyorativo que más se repitió en las páginas de opinión.

Por otro lado, desde los mismos diarios se intentó magnificar la supuesta dimensión histórica que tendría el desplante del gobernador, informando que nunca antes un primer mandatario habría osado en no asistir al ágape de la corporación bodeguera.

Para echar un vistazo retrospectivo resulta muy interesante consultar el archivo de Los Andes, el diario con más incidencia comunicacional de la historia mendocina, y analizar como reflejó algunos encuentros y tensiones que existieron entre los poderes fácticos en las últimas décadas.

Por ejemplo, la edición del 5 de marzo de 1978, muestra el clima de confraternidad entre los representantes de la principal corporación bodeguera, el gobernador inconstitucional y el dictador Jorge Videla, quien asistió al festejo de las “fuerzas vivas”, mientras cientos de “desaparecidos” eran buscados por sus familiares en Mendoza. El presidente del Centro de Bodegueros Francisco Jiménez Herrero brindó con el genocida y calificó a la fiesta como la “Vendimia de la esperanza”.

Sin embargo no siempre las facciones militares y civiles del poder de hecho encontraron coincidencias para celebrar. En 1979, 1981 y 1983 la dictadura decidió directamente suprimir el festín vendimial para no escuchar ni dar explicaciones a los empresarios.

Quizá muchos de los que se quedaron “mascando el freno”, esperando con los canapés y vinos de alta gama al gobernador Paco Pérez, añoren otras épocas como la Vendimia del 95, a la que asistió Carlos Menem en eufórica campaña por la reelección.

Ese año, Adriano Senetiner, presidente del Centro de Bodegueros -una de las fuerzas que quedó viva-, dijo en el discurso del almuerzo: “…El país está viviendo un momento de dificultades dentro de un formidable proceso de transformación económica, política y cultural. Pareciera que en este contexto, por diversas razones, hay quienes quieren instalar en el país la psicología del temor y el fracaso (…) No puede haber vuelta atrás en la apertura de la economía, en las privatizaciones, en la desregulación, en la integración regional.”

Los concurrentes al almuerzo aplaudieron a rabiar, mientras en las calles el popular carrusel de la Vendimia se mezclaba con una manifestación de unos 700 pequeños y medianos viñateros enfrentados con la policía.

Los que conservamos la memoria sabemos quienes ganaron y quienes perdieron con las recetas neoliberales de apertura de la economía, privatizaciones y desregulación y sabemos a dónde no queremos volver.

La Quinta Pata

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